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martes, 1 de diciembre de 2009

Capitulo 3: Escalofríos.

De la situación totalmente surrealista que me encontraba, me salvó algo que nunca habría considerado de mayor importancia, aunque la mayoría de las cosas no tenían mayor importancia para mí, esto fue el egocentrismo de Amanda, otra de las jóvenes que vivían en la inmediaciones de mi mundo. Todo en ella era espectacular, y parecía medido al milímetro para que la armonía y la belleza fuesen inigualables.
Cuando yo era mas pequeña, antes de que mi aislamiento social fuese tan acusado, recuerdo que la comparaba con las típicas chicas perfectas de los libros, que son malas y siempre acaban perdiendo ante la fea pero buena, pero en mi asociación algo fallaba, Amanda era guapa, eso esta claro, pero no era tonta, y tampoco mala, sí presumida, y como ya he dejado claro egocéntrica, pero sin embargo, y en una extraña combinación, resultaba ser muy noble, y no soportaba ver a nadie sufrir.
Yo, recientemente convertida en hielo, contemplaba la mano de Luís, que seguía moviéndose a un ritmo que ante mis ojos parecía cámara lenta, cuando, como arrastrada por la fuerza del viento ella entro en el autobús, sin mediar palabra, y como era común en ella, sin preguntarse si era la aludida, se dirigió al joven y se sentó junto a él, salvándome de tomar una decisión de la que probablemente me arrepentiría y dándome la oportunidad de sentarme sola un par de asientos atrás, no era mi lugar, pero por lo menos estaba libre de superhéroes de instituto.
Durante el trayecto hasta el instituto mi tan anhelada rutina volvió, cuando ya me había relajado y pensaba que la cordura había vuelto a Luís; el autobús paró ante la puerta del centro para demostrarme cuan equivocada estaba. Él me esperaba al final de las escaleras con una disculpa por lo ocurrido y ni la menor idea de que el motivo de esta era lo mejor que me había pasado durante lo que llevaba de día.
-Siento mucho lo de antes- empezó- supongo que Amanda no sabía que te estaba llamando a ti- sonrío de forma bobalicona. Ya no podía más, había pasado demasiado tiempo fingiendo ser lo que no era, y ya ni siquiera la educación justificaba que mí comportamiento.
-No importa- improvise- tampoco me hubiese sentado.-
-¿Pero, yo pensé que siempre te sentabas hay?- pregunto totalmente desconcertado.
-Y así es, pero me gusta estar sola, y si estas tú, pues, ya no estoy sola- mi habitual ironía empezaba a cobrar fuerza. Lo deje allí y me dirigí a mi primera clase, no me gire en ningún momento pero sentía sus ojos azules clavados en mi nuca, no se cuanto tiempo permaneció inmóvil pero fue el suficiente como para que yo desapareciera tras las grandes puertas de metal que franqueaban la entrada del I.E.S. Dctr. Fleming.

Llegué a la clase Matemáticas que aún permanecía prácticamente vacía, tomé asiento junto a la ventana, en el exterior los árboles brillaban bajo un tenue sol que comenzaba a desperezarse combinado con el temprano rocío, pero el sol no era el único que se encontraba mojado por el sueño, mis compañeros también eran partícipes de este, algo fácilmente perceptible puesto que ni las risas ni el bullicio habían hecho acto de presencia.
El profesor García, un hombre de unos cincuenta años, cabello cano y expresión austera, entro en la clase, sus pasos no cambiaron el ambiente del aula, su lección pasó por mí como si no se hubiese producido, pero antes de que el timbre, ese glorioso sonido, repiquetease para anunciar el final de la tortura, hice algo que no había hecho nunca, mire a mi alrededor para notar la falta de un compañero, ¿Dónde estaba Luís?.
Mi pregunta se vio repentinamente contestada, cuando la puerta se abrió en perfecta coordinación con el sonido que todos estaban esperando, el ausente dejo de estarlo para entrar por ella, posó sus ojos sobre mí unos breves segundos, y tras esto acudió al encuentro de Amanda, cuya sonrisa sería fácil de confundir con un amanecer de primavera, no se si lo hizo por costumbre o como una acto de reproche hacia mí, fuese como fuese, no me importó, todo volvía a ser como antes, y ese antes era lo único que conocía, o al menos, lo único que recordaba conocer.

Las siguientes clases pasaron lenta y pesadamente, los minutos luchaban contra el reloj, y este no cesaba en su batalla, afortunadamente el enfrentamiento finalizó, dejando paso al descanso de media mañana, que para mi se traducía en medía hora para poder afrontar el resto del día.
Recogí mis cosas a un ritmo frenético, era la única actividad que no realizaba de forma exasperadamente lenta, cuando la profesora de francés abandonó la estancia yo la seguí como alma que lleva el diablo, surqué los pasillos del centro y desemboque en el patio, el aire frío me recorrió de pies a cabeza, todo el cuerpo se me estremeció y mi piel revelo mi reacción, me dirigía a la valla aprovechando mi ratito de libertad.
Me senté en la hierba y dejé volar mis pensamientos, sin previo aviso el frescor que me había aliviado cambió a un calor sofocante, la quemazón se extendía desde la espalda hacía el resto del cuerpo, en una reacción inconsciente me gire, un joven pasaba por la calle, al ver mi expresión; una sonrisita cruzo su cara, consciente de lo patética que resultaba la mía, recupere la posición inicial lo más rápido que pude, mientras el extraño calor se trasladaba de mi espalda a las mejillas, claramente acompañado por un color rojizo que se apropió de estas, no había forma de arreglar el día.

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