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domingo, 29 de noviembre de 2009

Capitulo 2: Perdiendo la cabeza.

El despertador acabo con las sombras que me amenazaban del otro lado de mis sueños, hubo un tiempo en el que estos eran bonitos y agradables, poblados de la magia que absorbía de los libros y alimentados por mi ilusión de no pertenecer a este mundo, de ser algo más que una chica poco adaptada, por no decir nada, a su sociedad, pero, con los años, me di cuenta de que todo esto no tenía ningún sentido y que las historias fantásticas pertenecen a eso, a la fantasía, y que a mí no me esperaba nada más que una vida normal, destinada a pasarla estudiando, trabajando y acumulando objetos inútiles, comportamiento propio de esta sociedad consumista. Según entraba más en la realidad menos color tenían mis sueños, hasta convertirse en las pesadillas que eran ahora, en un vacío perpetuo, rodeado de sombras incorpóreas, pero ya no me importaban, no puedes temer que te atrape el vacío, cuando no hay nada tan vacío como tú.

Me levante con las mimas energías con las que me había acostado, no es que descansase demasiado por las noches, cogí los vaqueros, una camisita de media manga y me vestí de forma automática. Me recogí el cabello en una coleta baja en un intento de no destacar mucho, nunca me gusto mi pelo, es de un tono rubio apagado, y el hecho de que tenga unos rizos como desechos no es que mejorase mucho mi aspecto ya de por si destartalado, cómo se atrevía mi madre a decirme que era guapa, por eso mismo, porque era mi madre.
Cogí la mochila y salí de casa con una tostada de mantequilla en la boca, ya tendría tiempo de comérmela de camino a la parada del autobús. Cuando llegue a está mi desayuno había desaparecido por completo, justo a tiempo para subir al transporte escolar. Tome mi asiento predilecto, la tercera fila detrás del conductor, junto a la ventana, aunque el asiento contiguo permanecía libre.
El paisaje de todos días discurría ante mis ojos, aunque estos no lo veían, no había nada que pudiese llamar mi atención, coche, coche, coche, semáforo, coche, coche, coche, parada…
Un gran frenazo me hizo saltar de mi asiento para ir a empotrarme en el de delante. Cuando fui capaz de asimilar lo ocurrido y mirar hacía el conductor, el tiempo se paro, la sangre manchaba por completo el parabrisas y no podía saber cual era el origen, Miguel, el conductor, se levanto completamente intacto e intento calmar los gritos de mis compañeros. De forma mecánica y sin necesidad de pensarlo mis oídos se desconectaron, y todo el ruido que me rodeaba fue sustituido por un murmullo lejano. Yo no podía apartar la vista de la cabeza que había sobre el capo del autobús, horas después supe que está pertenecía a un joven de veinticinco años que había perdido el control de su moto metiéndose, literalmente, debajo de nosotros tras chocar de frente y ser decapitado, una dolorosa perdida para la familia y un shock para cuarenta y nueve niños y un conductor, y digo cuarenta y nueve, porque contra cualquier pronostico a mi no me afecto lo más mínimo. Estaba demasiado pendiente del joven vestido de negro, con casco y chaqueta de cuero que se había parado a pocos pasos del cuerpo, dejando tras de si una enorme moto del mismo color que su atuendo, y que miraba lo poco que quedaba del otro joven de forma impasible. No pude saber cual sería su edad, debido a que su rostro permanecía oculto, pero nadie, ni si quiera yo ajena a toda emoción humana, sería capaz de permanecer al lado de un cadáver tan destrozado como ese y estar tan tranquilo, levanto la cabeza y me miro fijamente, no recuerdo como eran sus ojos, la forma en que llamearon borro de mi memoria todo dato que pudiese guardar de estos, se dio la vuelta monto es su moto y desapareció.

En este momento note como mis pies se despegaban del suelo, al girarme me tope con uno ojos azules que me miraban inquietos, debajo de estos las mejillas del muchacho se ruborizaron cada vez más, no tarde mucho en percatarme de quien era, el pelo negro de punta, sonrisa fugitiva, llevaba en mi clase seis años, pero la verdad nunca le había prestado atención, como al resto de mis compañeros. Cuando estuvimos fuera del autobús me dejo en el suelo y su voz temblorosa intento justificar su comportamiento.
-Intente que andarás, pero, bueno, no te movías, supongo que por el shock, y como insistían en que evacuáramos, pues no sabía que hacer….
Le corte antes de que empezase a hiperventilar. -Gracias- parecía sorprendido ante mi respuesta, que esperaba, ¿Qué le soltara una bordaría por intentar salvarme?, fue entonces, cuando me percate de que justamente eso era lo que había esperado, para intentar parecer convincente le dedique mi mejor sonrisa. -En serió Luís, muchas gracias, creo que la visión del…-la verdad yo no tenía ningún pudor en utilizar palabras como muerto, cadáver, fiambre incluso, pero estaba intentando ser amable, algo a lo que no estoy acostumbrada, y no creo que eso ayudase demasiado. - chico me ha paralizado.-
Sus ojos me miraron de hito en hito, y me recordó demasiado a Adriana la noche anterior, mis recientes ataques de sociabilidad perturbaban a los que me rodeaban y encontraba un extraño placer en esto.
-No es nada- sonaba confuso.- ¿Pero, te encuentras bien?-
-Si claro, un poco mareada, pero creo que lo superare- volví a sonreír para tranquilizarlo, aunque parecía imposible. En este momento un agente de policía se nos acerco, nos dijo que debíamos irnos, que el colegio había llamado a nuestros padres y que nos recogerían en el centro escolar, que el mismo nos llevaría. Con paso lento nos dirigimos al coche del agente, de camino a esté estuve a punto de caerme, no como consecuencia del accidente, si no por mi incompetencia para mantener el equilibrio, de todos modos las manos de Luís fueron los suficiente rápidas para cogerme por la cintura y evitar que me diera de morros contra el suelo. Sin saber como, había encontrado una sombra protectora que no se separo de mi hasta que estuve al cuidado de mí madre, yo intentando ser educada le dedique una nueva sonrisa y pronuncie un “gracias” sin sonido de modo que el pudiese entenderlo, como respuesta me lanzo un guiño cómplice. Mi madre sorprendida por verme acompañada no me pregunto absolutamente nada de lo ocurrido, simplemente me abrazo con fuerza y no quito los ojos de mi improvisado caballero andante mientras esté se marchaba.

Volvimos a casa en el destartalado coche verde que mi madre compro hace años, la calle donde había ocurrido todo estaba cortada, y el trafico circulaba muy despacio, por lo que cogimos otra dirección para así evitarnos el atasco, la jugada nos salió bien y en poco rato estuvimos en casa. Al cruzar el portal de la pequeña vivienda de dos plantas y paredes blancas las preguntas de mi madre se cernieron sobre mi como un chaparrón en mitad del verano, yo las conteste todas de la mejor forma que pude, intentando quitarle importancia a las cosas para no suscitar su curiosidad, y así, acabar cuanto antes con el interrogatorio, afortunadamente este fue mucho mas breve de lo que había esperado, en unos quince minutos me encontraba en mi habitación, sin poder olvidar unos ojos a los que realmente no recordaba.
Mis dominios estaban formados por unos ocho metros cuadrados, con pareces celestes y suelo de parquet, dos ventanas aportaban luminosidad a mi habitad, haciendo que esta pareciese mas grande, el mobiliario no era precisamente abundante, una cama un armario y una mesita, todo lo que necesitaba.
Me tire en la cama y cerré los ojos, mi madre había puesto música, unos de sus discos de cantos budistas. El cansancio se apodero de mí cerrando mis parpados, y haciéndome prisionera del mundo de la sombras, antes de caer por completo en el sopor pensé que últimamente dormía demasiado, pero esta vez no fue como siempre, mis tinieblas se ocultaban y huían de un fuego naranja intenso, y este, me atraía de forma inevitable, aun siendo consciente de que me abrasaría y solo quedaría de mi un montón de cenizas, aun así no podía dejar de caminar hacía él.
El conocido sonido del teléfono me despertó, la voz de Adriana al responder al aparato me hizo volver por completo a la realidad, en lugar de ponerse a parlotear y reír como era su costumbre, se había callado, y todo lo que podía oir de ella era el rítmico sonido de sus ligeros pasos subiendo la escalera de madera que llevaba al segundo piso, en el cual, se hallaba mí habitación. Estaba llegando a esta tan estudiada conclusión cuando la puerta se abrió, con los ojos como platos mi madre entro por ella, señalando el teléfono se limito a decir -Es para ti-.
-¿Para mí?- en mis diecisiete años de existencia nunca, y cuando digo nunca es nunca, había oído esa frase salir de boca de mi madre para referirse a una carta, una llamada. Aun conmocionada, pero no tanto como ella, le tendí la mano para coger el aparato, en cuanto me lo dio se puso a dar saltitos de un lado de la estancia al otro, como si fuese una quinceañera entusiasmada. Me acerque el teléfono a la oreja y deje escapar un tímido -¿Si?- entre mis labios. La voz de Luís me golpeo sin previo aviso.
-¿Nalhué?, hola soy Luís- parecía al borde un ataque de ansiedad- era para ver si te encontraba bien y eso. Espero que no te importe que te llame-
-Oh no, claro que no- Dios, porque había contestado eso, me había pasado en mi intento de ser amable, y se había creído que era sociable, ahora tenía que arreglarlo no empeorarlo más.
-Uff es un alivio, porque nadie en todo el instituto tenía tu móvil, y bueno, tampoco tu fijo, así que pensé…-le corte sin darme cuenta, las palabras se fugaron de mis boca.
-Es que no tengo móvil, pero ¿Cómo has conseguido el teléfono de mi casa?-
Su voz cambio de matiz y me lo imagine sonrojándose.
-La mujer de consejería es muy amable, y que sea mi tía también ayuda.-
Debía haberlo imaginado, la maldita burocracia siempre corrupta.
-Oh- reí suavemente intentando parecer natural- ya veo que tienes contactos.-
Su risa era armoniosa.-Si, supongo.-
-Pues, estoy bien.-
-¿Qué?- la aclaración le dejo confuso.
-¿No era eso lo que querías saber?-
-Si, pero como la conversación se había desviado, pues, me ha sorprendido.-
-Supongo- finalice -¿Y tu como te encuentras?- pregunte por educación, y suplicando en mi fuero interno que la conversación acabase cuanto antes, no entendía porque se alargaba tanto, en realidad lo que no comprendía era porque un chico, con el que no había hablado durante años me llamaba por teléfono, así es la vida, me resigne mientras mi interlocutor parloteaba de algo que no terminaba de comprender.
Estuvo más de un cuarto de hora hablando, y digo estuvo, porque yo apenas abrí la boca, le respondía con palabras monosilábicas y onomatopeyas.
Sin previo aviso, y sin saber muy bien como, se despidió y colgó el teléfono, yo lo deje en la mesita de noche y me recline de nuevo en la cama, mientras miraba al techo intentando dar sentido a la última parte de mi vida.
Mi madre, que había abandonado la estancia saltando como la niña de la casa de la pradera, volvió al darse cuenta de que la llamada había terminado, le brillaban los ojos y no podía borrar su sonrisa, yo sospechaba que en su cabeza llena de incienso, una novela romántica, de esas que tanto le gustaban, en la que yo era la protagonista comenzaba a tomar forma.
-No te montes películas- le advertí intentando parecer peligrosa.
-¿Yo?- Puso su mejor cara de inocencia.
-Si tú, que nos conocemos, ¿Has hecho la comida?- intente cambiar de tema y dio resultado.
Mi día transcurrió sin nada extraordinario que contar, rutina, lenta y desesperante, mientras los minutos se escurrían por las manecillas del reloj, y otra vez la noche, vuelta de las pesadillas, el grito del despertador, carrera a la parada del autobús y… se rompió mi rutina. No era Miguel el conductor que abrió la puerta del autobús, era una mujer, que no se digno a mirarme al subir, me percate de que la mayor parte de los asientos estaban vacíos, pero no el mío. Luís se había apoderado de mi lugar, mientras que con una sonrisita golpeaba el asiento contiguo indicándome que me sentara. Comenzaba a odiar a ese chico.

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