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Entre agua y fuego esta inscrito en el registro de la propiedad intelectual de Granada con el expediente GR-565-09.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Capitulo 1: Suspiro.

(Siempre me pasa lo mismo cuando acabo un libro) los pensamientos se agolpaban en mi mente mientras cerraba la novela de vampiros que acababa de terminar, las pastas cedidas no me permitían cerrarlo por completo, no estaba así cuando hace dos días cayo en mis manos, entonces tenia el lomo recto y su encuadernación estaba intacta, los borde sus seiscientas hojas eran de un blanco impoluto, no es que ahora estuviese en mal estado, pero su aspecto revelaba que había sido victima de mi apetito literario. Subí las escaleras de mi casa con paso lento y puse rumbo a la habitación del fondo del pasillo, al entrar no me sorprendió encontrarme el ordenador encendido, mi madre siempre se le olvidaba de apagarlo, abrí el armario que me hacía las veces de librería y coloque mi ultima victima sobre los otros, puesto que ya no había sitio para ponerlo de pie, sonreí con añoranza ante los que habían sido tan buenos compañeros en tardes lluvia y días de vacaciones, seguía en mi ensimismamientos cuando una voz rozo mi oreja, todo mi cuerpo se estremeció, no por la voz en sí, si no por el aliento que acompañaba a esta y el cual se perdió en mi cuello.
Me gire sobresaltada mientras que pronunciaba un sonoro -¿Qué?- en el cual se podía captar mi desconcierto y mi desconexión con la realidad.
-¿Qué si has hecho lo que te pedí?- sus ojos chispeaban con impaciencia, por lo que me di cuenta de que no era la primera que lo repetía.
-Si, claro. La ropa esta en la lavadora.- mi respuesta parecía la correcta, puesto que se calmo repentinamente.
-¿Ya te has acabado el ultimo libro? ¿Pero si te los compraste el sábado? ¿Cuántos han sido, tres en una semana?-
Levante la cara y la mire a los ojos -La verdad es que han sido tres en cinco días- una sonrisa picara broto en mis labios.
Movió la cabeza a ambos lados dando a entender que era un caso perdido.-Te vas a volver loca como sigas así.-
Mis ojo se iluminaron de forma automática mientras las palabras de mi madre se perdían en mis oídos, afortunadamente esta se había girado con la suficiente rapidez para no percatarse. ¿A caso no estaba loca ya? Esta idea rondaba mi cabeza de forma continua.
Me llamo Nalhué, por aquella época tenía casi dieciocho años y un perfil psicológico capaz de trastorna al más valiente de los loqueros, y lo mejor de ello, es que me siento orgullosa.
Mis trastornos y traumas son muy variados, mi madre opina que simplemente son fruto de mi imaginación desbordante, aunque yo pienso que para imaginativa ella, como ejemplo mi nombre, que significa suspiro en mapudugún. Siempre que voy aun sitio nuevo me pasa lo mismo, ¿Qué nombre es ese? ¿De dónde viene?, y tras contarle su origen toca la pregunta del millón, ¿Qué es el mapundugún? Pues bien, el magundugún es una lengua indígena de Chile, a la cual mi madre, aficionada al incienso y el auto conocimiento espiritual, considera el idioma de la esencia, es decir: un lugar extraño, una lengua desconocida, y una niña inocente marcada para el resto de sus días. Pero, aun así me encanta, porque soy rara, y parece que mi nombre lo advirtiese de antemano, y difunde mi condición de marginada social, con suficiente eficacia para que no se me acerque nadie si no es por pura obligación; pero reconozco que de esto ultimo yo tengo más culpa que mi nombre, no soy muy sociable que se diga. No soporto las fiestas y los acontecimientos sociales, en las que todo el mundo te observa con mirada crítica, mientras analizan cada uno de tus gestos y comportamientos, además de hacer un informe concreto de tu indumentaria y peinado. Puede que mi rechazazo a esta parte común de la vida adolescente se deba a mi incapacidad para dar dos pasos seguidos sin caerme, y el hecho de que siempre que soy el centro de algo, acabo tirando una mesa, un garrón, una lámpara; cualquier tipo de objeto, manchado a la persona mas importante que asista, o en los mejores casos rompiéndome algo; en pocas palabras, son una joyita.
Supongo que estas son las causas y precedentes de mi pasión por los libros, los que siempre han sido mi refugio, y el de mi maestro, mi padre, murió hace ya doce años, yo tenia seis, y desde entonces herede su colección y con esta su pasión, lo extraño a menudo, su forma de narrar historias, de darle vida a los personajes, es lo que mejor recuerdo de él. No es que lo nombremos a menudo, a mi madre, Adriana, se le cae el mundo cuando escucha su nombre, Alejandro, no es que estuviese precisamente enamorada, la verdad es que se estaban divorciando, pero el hecho de que el resultase muerte en un accidente de coche cuando se dirigía a una cita con ella y sus respectivos abogados no es que haya dejado su conciencia muy tranquila, y con ello se multiplicaron las clases para la búsqueda de la paz interior.
Cuando volví a establecer contacto con la realidad eran las ocho de la tarde y las farolas empezaban a encenderse en mi cielo particular, en mi eterna noche. Recorrí la casa con paso lento, para cerciorarme de que estaba sola, algo que en realidad era una estupidez, puesto que mi madre no salida de yoga hasta las nueve. Fui a la cocina y pensé en que haría para la cena, tal vez con una ensalada y algo de pescado salvaría el bache, así pues no le di más vueltas y me puse manos a la obra. Cuando mi progenitora hizo acto de presencia en la casa la cena estaba preparada y servida en la mesa de la cocina, yo la esperaba con el pelo mojado, el pijama puesto y un ejemplar de Veinte poemas de amor y una canción desesperada entre las manos, adoro la poesía de Pablo Neruda. Dejo su mochila junto a la puerta de la cocina, me miro de forma critica, en un intento de que mi lenguaje corporal le advirtiera de que humor me encontraba, supe al instante lo que estaba pensando, según ella el hecho de que estuviese echada sobre la encimera era a causa de que estaba alerta, que tuviese las piernas cruzadas resentimiento, y los brazos sobre el pecho que me encierro en mi misma. Deje el libro tirado junto al frigorífico, y me senté en el lugar de siempre, el más lejano a la puerta, me esforcé por sonreír y le di la bienvenida.
-Hola mamá ¿Qué tal tus clases?-
Esta frase pareció darle el valor que le faltaba, en un par de pasos elimino el espació que la separaba de la mesa y se sentó frente a mí.
-Genial, como siempre- respondió de forma automática, como si lo tuviese ensayado, me dio la sensación de que está escena se repetía todas las noches desde hacía años, no tengo muy claro si por aburrimiento o en un arranque de inspiración decidí cambiar el guión, en el cual ahora tocaba un largo silencio mientras cenábamos.
-¿Y que has hecho hoy? ¿Algún ejercicio nuevo? - sus labios se congelaron en el tenedor, mientras sus ojos verdes esmeralda miraban los míos de un marrón muy común. Me hubiese encantado heredar sus ojos, pero mi mala suerte me a impedido parecerme a ella en todas esas cosas que destaca, como su pelo rizado de un precioso rubio cobrizo, la forma fina de su cara o el color marfil de su piel. En estos pude distinguir una suplica silenciosa que le hacía su mente rogándole que mis palabras no fuesen producto de su imaginación, no es que hablásemos mucho, nuestra relación se veía reducida a lo estrictamente necesario, y mi repentino interés parecía haberla sumido en un estado de alerta. Trago con dificultad y se preparo para contestarme a un ritmo que parecía ralentizado en contraste con los nerviosos movimientos que solía realizar.
-Pues…bueno, hemos hecho lo de siempre, aunque Melisa, esa mujer que vino una vez a casa, a tenido que abandonar la clase por que se le ha montando un tendón. Y después…-
Su voz fue apagándose según entraba en detalles, y yo me arrepentía cada vez más por haber preguntado. Me encantaba la forma de ser de mi madre tanto como odiaba la mía, y no puedo evitar el ser así, tan solitaria, tan introvertida, ella en cambio es activa, tiene muchos amigos y todo el mundo la adora, es como un fuego fatuo que ilumina todo a su paso, no hay nada que pueda apagar su luz, con una excepción, mi oscuridad.
El sonido del tenedor contra el plato capto mi atención, estaba intentando pinchar ensalada en el único lugar del recipiente donde no había, mire a mi madre con la esperanza de que no se hubiese percatado, afortunadamente seguía parloteando sin darse cuenta de nada. Cuando pareció oportuno me levante y recogí la mesa, ella fue a ducharse y me dejo sola, lo quite todo y fregué los platos, mientras el silencio solo se veía roto por el ruido lejano de la ducha, y el ritmo acompasado del reloj de la cocina. Cuando todo estaba en su sitio me acerque a la puerta del baño y la golpe suavemente con los nudillos.
-Buenas noches mamá, me voy a dormir-
Su voz sonó amortiguada por el agua al caer.
-Buenas noches cielo, descansa -
Diría que camine hasta mi habitación, pero es más propio decir que me arrastre hasta está, me metí en la cama con las pocas fuerzas que me quedaban, el intento de no ser un zombi que realizaba a lo largo del día me dejaba agotada, cerré los ojos mientras las pesadillas invadían mi mente, hacía tiempo que había dejado de luchar contra ellas.

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