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martes, 15 de diciembre de 2009

Capitulo 6: La princesa Apan.

ESTE ES UNO DE MIS CAPITULOS PREFERIDOS, ESPERO QUE OS GUSTE.


Al llegar a mi casa encontré la paz que toda la mañana llevaba buscando, y como era viernes, no tendría que preocuparme de los nuevos cambios que se habían colado en mi vida, o por lo menos no hasta el lunes, lo cual puede parecer que no, pero es un gran alivio. Podría disfrutar el fin de semana al máximo, bueno, al máximo a mi manera, que más bien es al mínimo, porque tenía intención de pasármelo tumbada en la cama leyendo todo lo que cayese en mis manos.

Entre en el salón y tire la mochila en sofá, después de ésta la siguiente fui yo, me deje caer y me quede mirando el techo, poco a poco fui perdiendo la conciencia de todo, y me deje llevar, pasada aproximadamente una hora recordé que mi madre habría dejado la comida en la cocina, mi dirigí a esta. Sin sentarme, engullí el plato de espaguetis que había sobre la mesa. Dejé el plato vacío en el lavavajillas, y salí en estampida escaleras arriba, con la mochila nuevamente colgada al hombro.
Cuando llegué a mi habitación saque todo lo necesario para hacer los deberes, pues no quería nada que me distrajese de mis objetivos para los siguientes días. No tardé demasiado en acabarlos y me decidí a darme una ducha, no hay nada como el agua sobre mi piel para relajarme. Con el pelo mojado, el pijama puesto, y sin nada más que hacer me tumbé sobre la cama y abrí una de mis nuevas adquisiciones. El tema no me era para nada nuevo, dragones, uno de mis favoritos, las horas se pasaron entre página y página, mientras el sueño volvía a hacer de las suyas, y yo caía de nuevo en sus redes, cada vez me parecía más a una marmota.
El timbre de la puerta me despertó, baje corriendo las escaleras, descalza y desorientada, tire del pomo, mientras el incómodo sonido, no acallaba sus desesperante chillidos.
Mis ojos, cargados de ira, traspasaron al hombre, que con gorra azul y un paquete marrón, esperaba en el umbral.
Me dio el paquete, y para lo único que me habló fué para pedirme que le firmase el recibo, lo hice y cerré la puerta.
Dejé el paquete en la mesa del salón, pensando que se trataría de uno de los videos de yoga de mi madre, pero luego me percaté de que era demasiado grande, me acerqué a él y vi mi nombre escrito con esmerada caligrafía sobre el papel de embalar, me precipité sobre este demasiado sorprendida para pensar, rasgué el papel, y dejé al descubierto una caja de una tienda de vestidos de fiesta, ¿Qué era ésto?, con manos temblorosas quité la tapa, para encontrarme con un vestido de seda dorada, perfectamente doblado y una tarjeta que rezaba así:<<>>.
Sin comprender nada cerré la caja y la abandoné donde estaba, volví a mi habitación y me tumbé en la cama despotricando a voces contra mi madre, totalmente segura de que esto, era otro de sus intentos para que saliera más, como si con un vestido, por bonito que fuera, fuese a conseguir algo, esta vez su tentativa había sido totalmente patética.
Las horas pasaban, y mi madre entró en la casa tarareando algo que seguramente había oído en la radio, como siempre que volvía de trabajar estaba radiante, como si las horas no hubiesen pasado, y es que adoraba su trabajo en la herboristería, y en muchas ocasiones me había plateado, si su continuo buen humor no se debía a la continúa convivencia con las hierbas.
Entro llamándome, aunque yo no respondí, independientemente del numero de veces que dijese mi nombre, estaba demasiado enfadada con ella.
Pude escuchar un gritito de emoción proveniente del salón, lo que quería decir que ya había encontrado la prueba de su propio delito, ahora subiría para preguntarme si no me había gustado, aun siendo evidente que no. Pero contra toda expectativa no se comportó como esperaba, no vino en mi busca, ni me volvió a llamar, tras diez minutos sin que ninguna señal de vida surgiera de la plata baja decidí acudir a sus antiguas llamadas. Cuando llegué al final de las escaleras pude oír sus sollozos, estaba tirada en una silla y tenía el vestido abrazado, como si la tela de este la mantuviese unida a la vida, me acerqué a ella, pero sin saber que hacer o decir, nunca había visto a mi madre llorar, ni siquiera en los peores momentos, cuando todo definitivamente había perdido el sentido, y no quedaba nada que pudiese salir bien en esos momentos ella sonreía y acudía a sus vías de escape, por eso no entendía que le afectase tanto que no me hubiese gustado su vestido, solo era eso, un vestido, estaba acostumbrada a que rechazase ese tipo de cosas.
Puse una mano en su hombre y le bese la mejilla, estas demostraciones de cariño no eran comunes en mi, como todo lo que estaba pasando últimamente, pero dentro de todo mi vacío, ella era lo único que tenía, lo había hecho todo por mí, esto era lo mínimo que podía darle, aunque no sabía como hacer el resto.
-No hace falta que llores, me ha gustado mucho- le mentí, no era la verdad, pero que podía hacer, no quería dañarla más.
La fuerza de su llanto aumento, y con este mi desesperación -En serio mamá es precioso, pero no hacía falta que te molestases- me miro a los ojos durante cinco minutos seguidos, sin inmutarse, sin que nada en su semblante pudiese dar a entender qué tenía en la cabeza.
-¿No lo entiendes, sabes lo que es?- su voz era suave, prácticamente inaudible.
-¿Pero que debo entender?, ¿De que me estas hablando?- Todo a mí alrededor daba vueltas, y al parecer no había nada sólido a lo que agarrarme.
-Es el vestido de la princesa Apan.-su aclaración fue firme, y con ella todas las dudas se disiparon. Yo no me había dado cuenta porque estaba tan enfadada que ni lo había sacado de la caja, pero definitivamente era exactamente eso, tal y como mi padre lo dibujo. Y es que, el cuento de la princesa Apan era mi favorito, mi padre lo escribió para mí, para animarme a no pasarme la vida buscando un príncipe azul.
La princesa Apan era una joven bellísima, de cabellos dorados y sonrosadas mejillas, y como buena princesa estaba esperando a su príncipe azul, el cual llegaría cuando ella cumpliese los dieciocho años. Faltaban tres días para tan señalada fecha cuando la joven asistió a una fiesta para princesas, allí pudo ver de muchos tipos; unas habían sido liberadas de una torre, otras despertadas de un sueño eterno, muchas otras salvadas de una muerte segura a causa de un extraño veneno, y así sucesivamente. Totalmente intrigada la joven Apan se preguntaba porque todas las princesas habían tenido tan mala suerte, haciendo preguntas descubrió que esto se debía a que, para ser una buena princesa, el día de su dieciocho cumpleaños, sus padres la pondrían en peligro, un peligro que realmente no existía, para que de este modo, un guapo caballero la salvase, y poder estar seguros que este joven era lo suficientemente valiente y entregado. Comprendió entonces esta, que todo cuanto había vivido era una mentira, y que por esto se sabía con tanta exactitud cuando llegaría el anhelado amante, pero había algo que fallaba en esta historia, las princesas que en este baile se encontraban habían tenido un final, que todos consideraban feliz, y todas se sentían muy orgullosas de sus aventuras, pero ¿Qué pasaría si el salvador no llegase a tiempo?, se puso entonces de nuevo a preguntar, y pudo deducir por los silencios de todas que estos casos habían existido, y que seguramente no acabasen precisamente bien, pues nadie quiso hablar de ellos.

Terminó el baile, y todos regresaron a sus respectivos reinos. Cuando llegó a palacio su madre la estaba esperando con un vestido precioso, era blanco como la nieve, y con pequeños adornos de cristales que brillaban como las estrellas, le hizo probárselo una y otra vez, hasta que las costureras del reino lo dejaron lo suficiente apretado como para aprisionar sus pulmones, y también sus ideas, puesto que una buena princesa no debe pensar, solo sonreír. Con el vestido acabado, y todo cuanto conocía patas arriba, se fue a su alcoba, de camino a esta escuchó a su padre conversar con el jefe del ejercito, al parecer su destino era ser salvada de una torre. Apan tenía dudas sobre lo que quería, pero lo que si tenía muy claro era lo que no deseaba, y entre esto lo que más relevancia había tomado esa tarde era lo de ser puesta en peligro por los que más la querían, ser salvada por un desconocido, y vivir una vida encorsetada siguiendo normas estúpidas que estaban en contra del amor verdadero y de la dignidad de una princesa, porque por mucho que dijese su madre, una princesa debía defender a su pueblo y conseguir lo que se propusiese, no sonreír todo el día, fingiendo ser feliz y haciendo lo que le manden, porque ella no estaba dispuesta a ser una victima de los falsos cuentos y tenía muy claro que dirigiría su propio destino. Pensó en decírselo a su madre, pero supo al instante lo que le diría, que era una vergüenza para todo el reino, y que una princesa sin príncipe no tendría cuento, así que se fué a su habitación y buscó lo que necesitaría.
A la mañana siguiente la despertaron temprano, la embutieron en el vestido blanco y la llevaron en carruaje hasta una torre, donde la dejaron encerrada. Cuando estuvo sola se puso su vestido de seda dorada, no era lo más adecuado para su plan, pero este tenía un significado especial, todos habían dicho que no era el tipo de vestido ni del color adecuado para una princesa, pero ella lo había adquirido en secreto y desde entonces lo guardaba oculto, con él, hoy demostraría que nadie decidía por ella.
Cambiada de ropa emprendió su plan, bajó por uno de los laterales de la torre, y huyó de esta para vivir su vida.
Cuando el príncipe llegó con su caballo blanco y su armadura perfecta, se encaramó a lo mas alto de la mas alta torre, con la gracia y el desparpajo de quien lo ha hecho durante toda su vida, pero claro, esta era la misión para la que había nacido. Cuando llegó a su objetivo se preparo para obtener su premio, pero lo único que encontró fue un pomposo vestido blanco y una tarjeta:
"No necesito príncipes que hagan mi cuento, porque yo escribiré mi historia".

Ahora que todas las piezas encajaban miré a mi madre con los ojos como platos,
-¿Qué día es hoy?- pregunté sin más, mi madre entendió al instante mi pregunta.
- Dieciocho de octubre- respondió mientras asentía confirmando así mi muda aclaración, faltaban tres días para mi cumpleaños.
Pasé toda la noche abrazada al madito vestido, llorando a lagrima viva, sin poder contener las emociones que llevaba años manteniendo a raya, expulsándolas poco a poco de mi cuerpo, para que así no me dañaran como ya lo habían hecho, pero tanto trabajo para nada, porque ahora, casi once años después de la muerte de mi padre volvía a ser la niña asustada, perdida y maltrecha en la que había jurado no volver a convertirme. El tiempo dejo de existir a mí alrededor, y las horas pasaron, estoy segura de que lo hicieron, lo estoy porque el domingo por la mañana mi madre me encontró exactamente igual que el viernes, al parecer ella había recobrado la cordura, y volvía a ser la misma, pero yo llevaba un día y dos noches sin moverme de la cama, tumbada en posición fetal, con los ojos hinchados de llorar y las mejillas despellejadas por la continua caída de la lagrimas, el vestido estaba enredado entre mis brazos, empapado en mi llanto y mezclado con mi pelo, que se encontraba en las misma condiciones y me caía sobre la cara enredado y maltrecho. Mi fin de semana de lectura se había convertido en una auto tortura.
Adriana me obligo a levantarme de la cama, me arranco el vestido de las manos y me metió a empujones en el baño, mientras me ordenaba que me duchase, como si fuese un zombi le hice caso y me adecente. Cuando volví a mi habitación el vestido ya no estaba en está, las ventanas estaban abiertas, las persianas subidas y la cama hecha, mi madre había decidido por mi cuando se acababa mi aislamiento, y ante una de esas decisiones suyas no había nada que yo tuviese derecho a decir. Me giré hacía la puerta, sin saber que hacer o a donde ir, y ahí estaba ella, con mi desayuno en una bandeja, y su recuperada sonrisa en la boca, estuve segura en ese momento que nunca había brillado tanto como esa mañana de otoño.

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