Tengo que agradecer todos estos premios al equipo de .:Readers CLub BLog:. Son un blog maravilloso y rescomiendo que se pasen sin dudarlo :
http://readers-club1.blogspot.com/
Y los premios son:
Premio Ingenioso
Premio Suspiro del Año (Soy una inculta y no se quien este chico, pero bueno )
Premio Clase Nocturna
En conclusión muchas gracias por todo y estos premios van para:
http://luxdilune.blogspot.com/
http://rincondejennifer.blogspot.com
http://saga-submundo.blogspot.com/
Y se lo daria de vuelta a http://readers-club1.blogspot.com pero no hace falta que lo pongan.
¿Hablamos?
jueves, 31 de diciembre de 2009
miércoles, 30 de diciembre de 2009
Capitulo 11: O’Stravaganza.
No iba a pasar todo el fin de semana sin mi libro, tenía las anotaciones en los márgenes y todo lo necesario para presentar mí parte del comentario. Afortunadamente había visto subir a Alejo en el autobús poco antes que yo, me gire para buscarlo cuando lo ví esperando en la puerta trasera del vehículo, antes de que pudiera entender lo que esperaba las puertas se abrieron ante el y de un salto las traspaso llevándose mi libro con él, no lo pensé dos veces, en realidad no lo pensé ni una, cogí mi mochila y corrí en su busca.
Cuando estaba en la acera me di cuenta de la gran tontería que acababa de hacer, en realidad no sabía en que parada estaba, y tampoco entendía porque el se había bajado allí cuando normalmente lo hacía en la misma que yo, pero eso no importaba, el caso es que estaba a un paseo de mi casa, sin paraguas, y sin rastro de Alejo, y como si de un autor romántico se tratase, la lluvia apremio su ritmo para demostrarme cuan solidarizada estaba la naturaleza con mis sentimientos. Fui resguardándome por donde pude, pero los truenos fueron demasiado, así que busque desesperadamente donde cobijarme, entonces la ví, la pequeña tienda que había captado mi atención, pero había algo diferente el ella, en seguida supe el que, el gran cartel amarillo que con esmerada caligrafía rezaba: INAUGURACIÓN. No pude resistirme y entre, resulto ser una tetería, pero no una cualquiera, en la parte del fondo, en perfecta armonía con los adornos de la pared, cuatro enormes estanterías se erguían totalmente abarrotadas de libros, era una de esos sitios en los que pides algo de beber, en este caso un té, y te permite coger el libro que quieras, era un lugar maravilloso.
Volvía al mundo cuando la mujer hecha de algodón de azúcar se acerco a mí.
-Hola bienvenida, ¿puedo ayudarte?- su voz era tan dulce como todo lo demás, si hubiese sido diabética habría necesitado insulina.
-No, si, he visto el cartel de la entrada- dije con voz temblorosa y sintiéndome idiota, ¿Quién no vería un cartel de casi dos metros?-
-Ah ya, ¿estas interesada?- a esta pregunta no sabía que responder, como podría interesarme un cartel de ese tipo.
-Si, claro- fue lo mejor que se me ocurrió.
-Pues tendrías que servir los tés y ayudar a los clientes con los libros- fue tras estas palabras cuando repare en el pequeño cartel verde que había pegado en el escaparate: Se busca trabajador/a.
Y así fue como sin darme cuenta, y sin saber muy bien como, acabe trabajando en la tetería-librería, seguía los pasos de mi madre y me rodeaba de hierbas. Yo en realidad no buscaba un trabajo, pero es que no podía pensar que existiera uno mejor que este, Clara, así se llamaba la dueña, me dijo que podía llevarme los deberes allí, tendría que ir de lunes a viernes a las cinco, para abrir a las seis, aunque ese día, por ser la inauguración estaba abierto de diez de la mañana a nueve de la noche, los sábados empezaría a las nueve de la mañana y saldría a las diez de la noche, y todo esto rodeada de libros, no puede existir nada mas maravilloso.
Cuando le conté a mi madre la noticia se quedo atónita, aunque le hizo mucha ilusión y no paraba de repetir lo bien que me vendría estar rodeada de gente. Así es como empezó mi inserción en el mundo laboral. Me fui a dormir muy temprano, pues quería estar bien despierta al día siguiente, deje la ropa preparada, unos vaquero y una sudadera, y me metí en la cama, aunque los nervios apenas me dejaban dormir.
Traspase la gran puerta de madera que flanqueaba la entrada de O’Stravangaza, así se llamaba la tetería, con mi mejor sonrisa en los labios, eran las nueve de la mañana y seguía lloviendo.
-Buenos días cielo- Clara me saludo de forma amigable, pero me dio la impresión de que había olvidado mi nombre.
-Buenos días Clara- puede oír de fondo una música que me resultaba familiar, violines, timbales, gaita, estaba segura de lo que era, y el disco compartía el nombre con el local, una mezcla de la fantasía de Vivaldi y música celta de Irlanda, la música provenía de la habitación del fondo por donde había aparecido Clara la primera vez.
-Espero que te hayas traído algo que hacer, esto esta muerto- su cara se tiño de tristeza.
-Si- respondí mostrándole el libro que no era mío, pero con el que tendría que arreglármelas para hacer el trabajo de literatura.
-Umm Shakespeare, mi hijo esta leyendo ese mismo- a la vez que las palabras salían danzando de sus carnoso labios la blanca puerta tras de nosotras se abrió, saliendo de ella un joven muy atractivo, cabello castaño, mirada llameante, con ojos naranjas intensos.- Y hablando de él, aquí esta mi pequeño diablillo- el aludido dejo escapar un gruñido, y a mí me supuso un enorme esfuerzo el no reírme.
-¿Qué haces tu aquí?- intento suavizar el tono después de su muestra de mal humor, pero apenas lo consiguió.
-Como que qué hace ella aquí, es una falta de educación hablar de ese modo a una señorita, jovencito, y ¿os conocéis?-
-Si, nos conocemos, ella es mi compañera de mesa en el instituto, y- añadió dirigiéndose a mí- no quería ser descortés, simplemente me sorprendiste.
-Pues que no te sorprenda tanto- interrumpió Clara con voz cantarina antes de que yo pudiese contestar- porque ahora Nalhué trabaja aquí.- Así que no había olvidado mi nombre.
Alejo se quedo observando el libro que tenía en la mano y antes de que pudiese decir nada me adelante. -En literatura debimos confundir los libros, porque este es el tuyo-
-Si, tengo el tuyo en la parte de atrás ahora mismo te lo traigo- señalo en la dirección por donde había venido.
-O mejor- su madre propuso- ella tiene que dejar su abrigo y sus cosas allí, además que tendrá que saber donde esta todo, que te acompañe y así le hace una visita guiada.- Inmediatamente estuvo de acuerdo, y así comenzó mi aventura en el emocionante mundo de los libros bañados por infusiones.
Tal y como Clara había predicho la mañana fue un remanso de paz, nadie entraba a la tetería, algo que en parte era normal a esas horas, así que me pase las horas con los ojos fijos en Shakespeare, mientras la música amortiguada se filtraba por la puerta blanca que había tras de mí.
A la hora del almuerzo me dirigía a casa cuando mi nueva jefa me propuso que fuese a comer con ellos por ser el primer día, tras negativas educadas por mi parte, y peticiones perseverantes por la suya, al final acepte la invitación.
A poca distancia del local había un restaurante chico, y las dos pusimos rumbo a este, yo me preguntaba por Alejo, cuando su madre, como si me hubiese leído el pensamiento hablo:
-Alejo nos acompañara en seguida, creo que tenía algo pendiente que hacer- yo simplemente asentí.
-¿Has avisado a tu madre de que no vas a comer a tu casa?- ¡Mi madre!, estaba tan avergonzada de la situación de tener que comer con ellos que no me había acordado de llamarla, así que negué con la cabeza.
-Todos los jóvenes sois iguales- río de esa forma suya tan dulce -¿Tienes móvil?- volví a negar. -Pues vuelve a la tetería y llama desde el fijo, no necesitas llaves, Alejo sigue allí- esta vez asentí, y dándome cuenta de lo tonta que debería parecer por haber tenido una conversación basada en movimientos de cabeza, salí corriendo sobre nuestros pasos.
Al llegar de nuevo al local un tipo salía de este, no me fije en sus rasgos, pues lo único que pude ver de el fue su pecho, y muy de cerca, ya que mi habitual habilidad para caerme me hizo ir a dar contra el. El tipo ni se inmuto y siguió su camino, yo pude atrapar la puerta antes de que la soltase, y entre de forma cautelosa, aun avergonzada por mi reciente tropiezo. Alejo estaba echado sobre el mostrador, con los hombros rígidos y las cabeza gacha, en su mano derecha contra el cristal en el que se apoyaba tenía un papel arrugado, el cual sin previó aviso rompió en llamas, levanto la cabeza y me miro, automáticamente el fuego que segundos antes lamía su mano desapareció.
-Nalhué, ¿qué haces aquí, y mi madre?- algo en mi interior me gritaba que no debería haber visto eso, así que intente disimular, y recordar porque estaba de vuelta.
-No avise a mi madre de que comería con vosotros, así que volví para utilizar el teléfono, tu madre ya debe estar en el restaurante.- sonreí lo mejor que pude, y me di cuenta de que hacer como si no lo hubiese visto sería demasiado fingir, puesto que las cenizas aun descansaba sobre el cristal transparente, así que un arrebato de genialidad salido de no se muy bien donde improvise -Alejo no deberías jugar con cerillas, yo una vez estuve cerca de quemar toda la casa.- su cara se quedo blanca durante unos segundos, y tras estos una sonrisa apareció en las comisuras de sus labios.
-Cerillas, tienes razón, es que no quería que mi madre viera esto, se preocupa demasiado, ya sabes como son ellas.
-Si, tienes ese defecto que también es su mayor virtud- quizás había acertado y solo fuesen cerillas, ¿Qué iba a ser si no?, ya volvía ha desvariar.
-Bueno, me muero de hambre, llama a Adriana y vamos a por esos tallarines.- su cara volvía a tener el mismo color de siempre, y mis tripas rugieron al pensar en la comida.
Cuando estaba en la acera me di cuenta de la gran tontería que acababa de hacer, en realidad no sabía en que parada estaba, y tampoco entendía porque el se había bajado allí cuando normalmente lo hacía en la misma que yo, pero eso no importaba, el caso es que estaba a un paseo de mi casa, sin paraguas, y sin rastro de Alejo, y como si de un autor romántico se tratase, la lluvia apremio su ritmo para demostrarme cuan solidarizada estaba la naturaleza con mis sentimientos. Fui resguardándome por donde pude, pero los truenos fueron demasiado, así que busque desesperadamente donde cobijarme, entonces la ví, la pequeña tienda que había captado mi atención, pero había algo diferente el ella, en seguida supe el que, el gran cartel amarillo que con esmerada caligrafía rezaba: INAUGURACIÓN. No pude resistirme y entre, resulto ser una tetería, pero no una cualquiera, en la parte del fondo, en perfecta armonía con los adornos de la pared, cuatro enormes estanterías se erguían totalmente abarrotadas de libros, era una de esos sitios en los que pides algo de beber, en este caso un té, y te permite coger el libro que quieras, era un lugar maravilloso.
Volvía al mundo cuando la mujer hecha de algodón de azúcar se acerco a mí.
-Hola bienvenida, ¿puedo ayudarte?- su voz era tan dulce como todo lo demás, si hubiese sido diabética habría necesitado insulina.
-No, si, he visto el cartel de la entrada- dije con voz temblorosa y sintiéndome idiota, ¿Quién no vería un cartel de casi dos metros?-
-Ah ya, ¿estas interesada?- a esta pregunta no sabía que responder, como podría interesarme un cartel de ese tipo.
-Si, claro- fue lo mejor que se me ocurrió.
-Pues tendrías que servir los tés y ayudar a los clientes con los libros- fue tras estas palabras cuando repare en el pequeño cartel verde que había pegado en el escaparate: Se busca trabajador/a.
Y así fue como sin darme cuenta, y sin saber muy bien como, acabe trabajando en la tetería-librería, seguía los pasos de mi madre y me rodeaba de hierbas. Yo en realidad no buscaba un trabajo, pero es que no podía pensar que existiera uno mejor que este, Clara, así se llamaba la dueña, me dijo que podía llevarme los deberes allí, tendría que ir de lunes a viernes a las cinco, para abrir a las seis, aunque ese día, por ser la inauguración estaba abierto de diez de la mañana a nueve de la noche, los sábados empezaría a las nueve de la mañana y saldría a las diez de la noche, y todo esto rodeada de libros, no puede existir nada mas maravilloso.
Cuando le conté a mi madre la noticia se quedo atónita, aunque le hizo mucha ilusión y no paraba de repetir lo bien que me vendría estar rodeada de gente. Así es como empezó mi inserción en el mundo laboral. Me fui a dormir muy temprano, pues quería estar bien despierta al día siguiente, deje la ropa preparada, unos vaquero y una sudadera, y me metí en la cama, aunque los nervios apenas me dejaban dormir.
Traspase la gran puerta de madera que flanqueaba la entrada de O’Stravangaza, así se llamaba la tetería, con mi mejor sonrisa en los labios, eran las nueve de la mañana y seguía lloviendo.
-Buenos días cielo- Clara me saludo de forma amigable, pero me dio la impresión de que había olvidado mi nombre.
-Buenos días Clara- puede oír de fondo una música que me resultaba familiar, violines, timbales, gaita, estaba segura de lo que era, y el disco compartía el nombre con el local, una mezcla de la fantasía de Vivaldi y música celta de Irlanda, la música provenía de la habitación del fondo por donde había aparecido Clara la primera vez.
-Espero que te hayas traído algo que hacer, esto esta muerto- su cara se tiño de tristeza.
-Si- respondí mostrándole el libro que no era mío, pero con el que tendría que arreglármelas para hacer el trabajo de literatura.
-Umm Shakespeare, mi hijo esta leyendo ese mismo- a la vez que las palabras salían danzando de sus carnoso labios la blanca puerta tras de nosotras se abrió, saliendo de ella un joven muy atractivo, cabello castaño, mirada llameante, con ojos naranjas intensos.- Y hablando de él, aquí esta mi pequeño diablillo- el aludido dejo escapar un gruñido, y a mí me supuso un enorme esfuerzo el no reírme.
-¿Qué haces tu aquí?- intento suavizar el tono después de su muestra de mal humor, pero apenas lo consiguió.
-Como que qué hace ella aquí, es una falta de educación hablar de ese modo a una señorita, jovencito, y ¿os conocéis?-
-Si, nos conocemos, ella es mi compañera de mesa en el instituto, y- añadió dirigiéndose a mí- no quería ser descortés, simplemente me sorprendiste.
-Pues que no te sorprenda tanto- interrumpió Clara con voz cantarina antes de que yo pudiese contestar- porque ahora Nalhué trabaja aquí.- Así que no había olvidado mi nombre.
Alejo se quedo observando el libro que tenía en la mano y antes de que pudiese decir nada me adelante. -En literatura debimos confundir los libros, porque este es el tuyo-
-Si, tengo el tuyo en la parte de atrás ahora mismo te lo traigo- señalo en la dirección por donde había venido.
-O mejor- su madre propuso- ella tiene que dejar su abrigo y sus cosas allí, además que tendrá que saber donde esta todo, que te acompañe y así le hace una visita guiada.- Inmediatamente estuvo de acuerdo, y así comenzó mi aventura en el emocionante mundo de los libros bañados por infusiones.
Tal y como Clara había predicho la mañana fue un remanso de paz, nadie entraba a la tetería, algo que en parte era normal a esas horas, así que me pase las horas con los ojos fijos en Shakespeare, mientras la música amortiguada se filtraba por la puerta blanca que había tras de mí.
A la hora del almuerzo me dirigía a casa cuando mi nueva jefa me propuso que fuese a comer con ellos por ser el primer día, tras negativas educadas por mi parte, y peticiones perseverantes por la suya, al final acepte la invitación.
A poca distancia del local había un restaurante chico, y las dos pusimos rumbo a este, yo me preguntaba por Alejo, cuando su madre, como si me hubiese leído el pensamiento hablo:
-Alejo nos acompañara en seguida, creo que tenía algo pendiente que hacer- yo simplemente asentí.
-¿Has avisado a tu madre de que no vas a comer a tu casa?- ¡Mi madre!, estaba tan avergonzada de la situación de tener que comer con ellos que no me había acordado de llamarla, así que negué con la cabeza.
-Todos los jóvenes sois iguales- río de esa forma suya tan dulce -¿Tienes móvil?- volví a negar. -Pues vuelve a la tetería y llama desde el fijo, no necesitas llaves, Alejo sigue allí- esta vez asentí, y dándome cuenta de lo tonta que debería parecer por haber tenido una conversación basada en movimientos de cabeza, salí corriendo sobre nuestros pasos.
Al llegar de nuevo al local un tipo salía de este, no me fije en sus rasgos, pues lo único que pude ver de el fue su pecho, y muy de cerca, ya que mi habitual habilidad para caerme me hizo ir a dar contra el. El tipo ni se inmuto y siguió su camino, yo pude atrapar la puerta antes de que la soltase, y entre de forma cautelosa, aun avergonzada por mi reciente tropiezo. Alejo estaba echado sobre el mostrador, con los hombros rígidos y las cabeza gacha, en su mano derecha contra el cristal en el que se apoyaba tenía un papel arrugado, el cual sin previó aviso rompió en llamas, levanto la cabeza y me miro, automáticamente el fuego que segundos antes lamía su mano desapareció.
-Nalhué, ¿qué haces aquí, y mi madre?- algo en mi interior me gritaba que no debería haber visto eso, así que intente disimular, y recordar porque estaba de vuelta.
-No avise a mi madre de que comería con vosotros, así que volví para utilizar el teléfono, tu madre ya debe estar en el restaurante.- sonreí lo mejor que pude, y me di cuenta de que hacer como si no lo hubiese visto sería demasiado fingir, puesto que las cenizas aun descansaba sobre el cristal transparente, así que un arrebato de genialidad salido de no se muy bien donde improvise -Alejo no deberías jugar con cerillas, yo una vez estuve cerca de quemar toda la casa.- su cara se quedo blanca durante unos segundos, y tras estos una sonrisa apareció en las comisuras de sus labios.
-Cerillas, tienes razón, es que no quería que mi madre viera esto, se preocupa demasiado, ya sabes como son ellas.
-Si, tienes ese defecto que también es su mayor virtud- quizás había acertado y solo fuesen cerillas, ¿Qué iba a ser si no?, ya volvía ha desvariar.
-Bueno, me muero de hambre, llama a Adriana y vamos a por esos tallarines.- su cara volvía a tener el mismo color de siempre, y mis tripas rugieron al pensar en la comida.
domingo, 27 de diciembre de 2009
Capitulo 10: Ni claras ni transparentes.
El lunes entró en la semana con la fuerza de un rayo, sacándome de la cama con ganas de comerme el mundo. Salí de casa sin paraguas, y me perdí en las calles de camino a la parada, las gotas de agua me caían por el rostro, resbalándome en la nariz. El cielo tenía un precioso color rojo, y la niebla lo difuminaba todo. Llegue a mi destino, y me resguarde bajo la cajeta de metacrilato forrada de carteles. Me quede mirando el cielo a través de esta, viendo como las gotitas repiqueteaban contra el techo transparente, una de las gotas cacto mi atención, y luego otra, no eran transparentes, si no rojas, salí corriendo fuera cubículo, y abrí la mano para poder verlas mejor. << ¡Esta lloviendo sangre!>> pensé. Una voz me sobresalto, me gire sobre mi misma y me encontré con las misma sonrisa burlona de hacia unos días.
-Te he vuelto a asustar- Alejo estaba plantado delante de mí, regalándome una de sus sonrisas.
-Si- dije yo aun conmocionada mientras bajaba los ojos hasta mi mano, la cual, permanecía abierta, y observaba las gotas que había en esta; totalmente claras e incoloras.
-¿Estas bien?- supuse que mi cara sería un cuadro, intente recuperar mi expresión, total ¿Qué iba ha hacer?, ¿Decirle que se me estaba yendo la pinza?, eso seguro que no.
-Si, claro, solo estaba distraída- intente sonreír, aunque no lo logre.
-Eso de estar distraída es normal en ti- muy suspicaz por su parte, aunque su expresión era tan dulce que no podía apartar los ojos de él.
-Si, jeje- reí de forma tonta, y al escucharme a mi misma me obligue a volver a la realidad- ¿Y que haces tu aquí?, ¿Nunca te he visto coger el autobús del instituto?-
-Es que mi trasporte me ha fallado, es temporal- me miro de arriba a bajo- aunque puede que encuentre un motivo para que no lo sea- volvió a reír, y yo lo mire con mala cara ¿Quién se había creído que era?, mi rostro debió de reflejar lo que pensaba porque rápidamente intento arreglarlo.
-Lo siento, no quería molestarte, solo era una broma.-
Yo le respondí con mi mas frío -No importa.-
En ese momento el gran bulto con ruedas llego, abrió sus fauces, y todos nos dirigimos a su interior. Con paso lento ocupe un lugar junto a Luís, el cual estaba ya sentado, pues vivía mas lejos, y tomaba el autobús un par de paradas antes. Mire hacía atrás y ví a Alejo dejarse caer en los últimos asientos, frente al pasillo, su expresión era severa y me hizo estremecerme.
-¿Qué hace ese aquí, pensé que siempre iba al instituto por su cuenta?- No me hizo falta girarme para saber a quien se refería Luís.
-Ha tenido un problema con su transporte, o eso a dicho, es algo temporal- Luís gruñó algo por lo bajo pero no pude escucharlo, estaba demasiado embobada en el recuerdo de las extrañas gotas.
El día se volvió oscuro, no como los de antes, pero estaba ausente y no conseguía concentrarme, lo único que me apetecía era tumbarme en la hierba y mirar el cielo. Luís me pregunto en varias ocasiones si me estaba agobiando, yo le dije que no, a fin de cuentas, mi cambio de humor no tenía nada que ver con el, la que se estaba volviendo loca era yo.
El día paso lenta y pesadamente, igual que la nubes que anuncian una tormenta, y lo de la tormenta era totalmente literal, porque a la hora de la salida el cielo estaba negro por completo y las gotas camicaces chocaban con todo lo que estuviese en su camino, incluida yo. Aunque fui en el transporte escolar eso no evito que llegase a casa totalmente empapada, no era capaz de recordar si esa mañana no había cogido paraguas, o simplemente lo había dejado olvidado en cualquier sitio, que siendo yo tampoco era algo nuevo.
Entre en casa calada hasta los huesos y el pelo pegado en la frente, las carcajadas de mi madre fueron paralelas a mi entrada, así que la ignore y fui directamente a mi refugio, no sin dejar un brillante rastro de agua a mi paso.
Y tras este estupendo lunes vino un simétrico martes, acompañado por el miércoles que tampoco tubo nada de especial, y el jueves que no fue ninguna novedad, aunque yo recupere el animo y la sonrisa, parecía que el clima no estaba de acuerdo, porque las nubes continuaban con su intensa descarga. El viernes seguía lloviendo, y lo que es peor tronando, no es que sea asustona, pero ese tipo de ruido no creo que sea agradable para nadie. Las clases se hicieron descomunalmente pesadas, y he de reconocer que parte de esto se debió a la ausencia de Luís, me hice una nota mental para llamarlo por la tarde. Y como buen viernes que era, llego mi hora favorita. La clase de Literatura Universal estaba compuesta por un grupo de nueve personas y la profesora, bueno, en realidad, ahora éramos diez, resulta evidente el porque. Dábamos vueltas de un lugar a otro ya que no teníamos un aula concreta, es lo que nosotros definíamos como: Asignatura de pasillo. Los viernes solíamos estar en la biblioteca, y eso daba doble emoción a esta hora, aunque muchos no lo puedan entender las bibliotecas tienen un ambiente especial, como mágico. Y hoy empezábamos autor nuevo, Shakespeare, ese gran hombre, hizo de todo lo relacionado con el teatro, desde actor, hasta empresario, pasando, como no, por autor, además de escribir en todos los géneros, centrándose en el teatro por motivos económicos, y dentro de este cultivo los tres subgéneros, aunque a mí, lo que más me gustan, son la tragedias.
Todos sacamos nuestros ejemplares del tan conocido Romeo y Julieta, y comenzamos a leer por la el primer encuentro de los amantes, en el baile que organizaba la familia de ella. Después nos colocamos por parejas para comentar por escrito los personajes, el lenguaje y el desarrollo de la escena. Yo siempre había hecho este tipo de ejercicios sola, pero ahora, con la reciente incorporación del “Italianito” éramos pares, lo que convertía al nuevo en mi pareja de comentario. No lo puedo negar, fue asombroso, nunca pensé que un modelo de Calvin Klein, si, ya se que no lo era, pero podía a verlo sido, tendría algo en la cabeza que no fuese el mismo, pero lo cierto es que lo tenía, y encima sabía como expresarlo. Aparte de mi descubrimiento de la parte sensible de Alejo no hubo nada más, bueno eso pensaba yo, hasta que estuve en el autobús. Cuando me acomode en mi asiento no puede evitar dejar la mente vagar y vagar y vagar… y cuando volvía a la realidad me di cuenta de que aun me daba tiempo a hacer algo, así que saque mi ejemplar de Romeo y Julieta y me dispuse a leer, al abrirlo, el nombre en la primera pagina me golpeo sin previo aviso: Alejo Onetti.
-Te he vuelto a asustar- Alejo estaba plantado delante de mí, regalándome una de sus sonrisas.
-Si- dije yo aun conmocionada mientras bajaba los ojos hasta mi mano, la cual, permanecía abierta, y observaba las gotas que había en esta; totalmente claras e incoloras.
-¿Estas bien?- supuse que mi cara sería un cuadro, intente recuperar mi expresión, total ¿Qué iba ha hacer?, ¿Decirle que se me estaba yendo la pinza?, eso seguro que no.
-Si, claro, solo estaba distraída- intente sonreír, aunque no lo logre.
-Eso de estar distraída es normal en ti- muy suspicaz por su parte, aunque su expresión era tan dulce que no podía apartar los ojos de él.
-Si, jeje- reí de forma tonta, y al escucharme a mi misma me obligue a volver a la realidad- ¿Y que haces tu aquí?, ¿Nunca te he visto coger el autobús del instituto?-
-Es que mi trasporte me ha fallado, es temporal- me miro de arriba a bajo- aunque puede que encuentre un motivo para que no lo sea- volvió a reír, y yo lo mire con mala cara ¿Quién se había creído que era?, mi rostro debió de reflejar lo que pensaba porque rápidamente intento arreglarlo.
-Lo siento, no quería molestarte, solo era una broma.-
Yo le respondí con mi mas frío -No importa.-
En ese momento el gran bulto con ruedas llego, abrió sus fauces, y todos nos dirigimos a su interior. Con paso lento ocupe un lugar junto a Luís, el cual estaba ya sentado, pues vivía mas lejos, y tomaba el autobús un par de paradas antes. Mire hacía atrás y ví a Alejo dejarse caer en los últimos asientos, frente al pasillo, su expresión era severa y me hizo estremecerme.
-¿Qué hace ese aquí, pensé que siempre iba al instituto por su cuenta?- No me hizo falta girarme para saber a quien se refería Luís.
-Ha tenido un problema con su transporte, o eso a dicho, es algo temporal- Luís gruñó algo por lo bajo pero no pude escucharlo, estaba demasiado embobada en el recuerdo de las extrañas gotas.
El día se volvió oscuro, no como los de antes, pero estaba ausente y no conseguía concentrarme, lo único que me apetecía era tumbarme en la hierba y mirar el cielo. Luís me pregunto en varias ocasiones si me estaba agobiando, yo le dije que no, a fin de cuentas, mi cambio de humor no tenía nada que ver con el, la que se estaba volviendo loca era yo.
El día paso lenta y pesadamente, igual que la nubes que anuncian una tormenta, y lo de la tormenta era totalmente literal, porque a la hora de la salida el cielo estaba negro por completo y las gotas camicaces chocaban con todo lo que estuviese en su camino, incluida yo. Aunque fui en el transporte escolar eso no evito que llegase a casa totalmente empapada, no era capaz de recordar si esa mañana no había cogido paraguas, o simplemente lo había dejado olvidado en cualquier sitio, que siendo yo tampoco era algo nuevo.
Entre en casa calada hasta los huesos y el pelo pegado en la frente, las carcajadas de mi madre fueron paralelas a mi entrada, así que la ignore y fui directamente a mi refugio, no sin dejar un brillante rastro de agua a mi paso.
Y tras este estupendo lunes vino un simétrico martes, acompañado por el miércoles que tampoco tubo nada de especial, y el jueves que no fue ninguna novedad, aunque yo recupere el animo y la sonrisa, parecía que el clima no estaba de acuerdo, porque las nubes continuaban con su intensa descarga. El viernes seguía lloviendo, y lo que es peor tronando, no es que sea asustona, pero ese tipo de ruido no creo que sea agradable para nadie. Las clases se hicieron descomunalmente pesadas, y he de reconocer que parte de esto se debió a la ausencia de Luís, me hice una nota mental para llamarlo por la tarde. Y como buen viernes que era, llego mi hora favorita. La clase de Literatura Universal estaba compuesta por un grupo de nueve personas y la profesora, bueno, en realidad, ahora éramos diez, resulta evidente el porque. Dábamos vueltas de un lugar a otro ya que no teníamos un aula concreta, es lo que nosotros definíamos como: Asignatura de pasillo. Los viernes solíamos estar en la biblioteca, y eso daba doble emoción a esta hora, aunque muchos no lo puedan entender las bibliotecas tienen un ambiente especial, como mágico. Y hoy empezábamos autor nuevo, Shakespeare, ese gran hombre, hizo de todo lo relacionado con el teatro, desde actor, hasta empresario, pasando, como no, por autor, además de escribir en todos los géneros, centrándose en el teatro por motivos económicos, y dentro de este cultivo los tres subgéneros, aunque a mí, lo que más me gustan, son la tragedias.
Todos sacamos nuestros ejemplares del tan conocido Romeo y Julieta, y comenzamos a leer por la el primer encuentro de los amantes, en el baile que organizaba la familia de ella. Después nos colocamos por parejas para comentar por escrito los personajes, el lenguaje y el desarrollo de la escena. Yo siempre había hecho este tipo de ejercicios sola, pero ahora, con la reciente incorporación del “Italianito” éramos pares, lo que convertía al nuevo en mi pareja de comentario. No lo puedo negar, fue asombroso, nunca pensé que un modelo de Calvin Klein, si, ya se que no lo era, pero podía a verlo sido, tendría algo en la cabeza que no fuese el mismo, pero lo cierto es que lo tenía, y encima sabía como expresarlo. Aparte de mi descubrimiento de la parte sensible de Alejo no hubo nada más, bueno eso pensaba yo, hasta que estuve en el autobús. Cuando me acomode en mi asiento no puede evitar dejar la mente vagar y vagar y vagar… y cuando volvía a la realidad me di cuenta de que aun me daba tiempo a hacer algo, así que saque mi ejemplar de Romeo y Julieta y me dispuse a leer, al abrirlo, el nombre en la primera pagina me golpeo sin previo aviso: Alejo Onetti.
viernes, 25 de diciembre de 2009
Capitulo 9: Algodón de azúcar. CAPITULO EXTRA
NORMALMENTE PUBLICO CAPITULO MIERCOLES Y DOMINGOS, PERO HOY PUBLICO POR SER NAVIDAD Y PARA DESEAROS A TODOS ¡¡¡FELICES FIESTAS!!!
Volví al salón y me deje caer en el sofá junto a mi madre, con las ojos como platos y el estomago en la garganta, necesitaba que me contase lo que sabía, pero al parecer ella no tenía intenciones de hablar.
-¿Qué has averiguado?- mi voz sonó tan ansiosa que hasta yo me asuste, aunque no sirvió para perturbar su calma, se quito los zapatos, y subió los pies al sofá.
-Nada en concreto, aunque tengo una pista que seguir. ¿Sabes que he perdido mi clase de yoga para ir a esa tienda?- sus bonitos ojos verdes estaban fijos en mí, y su expresión no me daba una pista de lo que estaba pensando.
-Lo siento mamá, hubiese ido yo, si me lo hubieses dicho.- me sentía realmente mal, sabía lo importante que son sus clases para ella.
-No importa cielo,- hizo una pausa, y continuo - la encargada de la tienda de vestidos, me ha dicho que el pedido se hizo hace un par de meses, un hombre hizo una llamada, se puso de acuerdo con la modista en las telas y el precio, pero no apareció por la tienda, les mando un paquete con el boceto, el dinero y la dirección a la que debían mandarlo, así como la nota que llevaría dentro, la encargada no ha podido decirme nada mas, pero me ha proporcionado el remite del paquete que les enviaron, es de un bufete de abogado,- su voz cambió de tono, y noté que ya no me miraba, suspiro y siguió hablando -es el despacho Poquet- esto lo dejo todo claro, ellos habían llevado todos los asuntos de mi padre, desde el divorció, hasta su testamente, el cual había sido realizado como prevención.
-Mañana iré a ver a Linda, a ver que me puede decir de esto- Yo asentí y no proteste, ya que sabía, al igual que ella, lo que Linda le diría. Me recosté en su hombro, mientras recreaba en mi mente los rasgos de esa mujer, de pelo corto, y sonrisa amable, que tras la muerte de mi padre nos había visitado en varías ocasiones.
Cuando me di cuenta de que me había dormido serían las una y medía de la madrugada, me incorpore y mire a mi madre, la cual estaba inmersa en un sueño intranquilo, me fui a la cocina a buscar un vaso de agua, al regresar al salón ella ya había despertado, me sonrío y se dirigió escaleras arriba, yo apague la luz y la seguí. Al entrar en mi habitación un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, la ventana estaba abierta, corrí a cerrarla, me cambie rápidamente y me metí en la cama, las sabanas parecían calientes en contacto con mi helada piel.
La semana se esfumo como nunca lo había hecho, las miradas sorprendidas de mis profesores y compañeros desaparecieron, al parecer ya se habían acostumbrado a mi nueva personalidad, los días se sucedieron y mi madre fue retrasando la visita al bufete, al final llego el viernes y no había ido, esa tarde le dije no hacía falta que fuese, prefería olvidar el tema.
El sábado me despertó el sonido del teléfono, abrí los ojos de forma perezosa, los rizos de mi madre caían sobre mi, su melodiosa voz sonaba lejos.
-Acaba de despertarse- río de forma melodiosa y me dio el teléfono, yo lo cogí y volví a cerrar los ojos.
-¿Quién es?- la pregunta era una tontería, sabía perfectamente quien era, Luís era la única persona que me llamaba.
-Eres una dormilona,- lo hoy reír al otro lado del aparato.
-Aja- le dije sin ser capaz de que mis labios pronunciasen otra cosa, el volvió a reír.
-Al grano, esta tarde vamos a ir a dar una vuelta, ¿te quieres venir?- no me lo pensé dos veces.
-Claro, ¿dónde quedamos?- se quedo callado.
-¿y se paso a buscarte?- titubeo al decirlo, pero sonó claro -se donde vives, no supondría ningún problema.
-Vale-
-Genial, a las siete estaré allí, hasta luego-
-Adiós- su voz fue sustituida por el tono del teléfono.
Me levante de la cama medio dormida, y fui a desayunar. El día paso tranquilo, Adriana, que tenía un horario bastante raro en la herboristería, se fue sobre las dos al trabajo, me dejo algo del dinero sobre el televisor, para cuando saliese esa tarde. Yo pase el resto del día haciendo deberes, estaba ya harta del arte gótico cuando mire el reloj, eran las seis y media, busque algo que ponerme y me fui a la ducha. A las siete estaba lista, mire por la ventana esperando ver a Luís acercarse, pero me equivoque, sin embargo una gran moto descansaba en la acera de enfrente de mi casa, era la misma que una semana atrás había estado justo hay. Me quede embobada mirando a la gran bestia metálica, cuando el alarido el timbre retumbo en mis oídos, corrí escaleras abajo, arrastrando a mi paso una sudadera celeste, al abrir las puerta me encontré a Luís con su habitual sonrisa. La tarde transcurrió, como, según tenía entendido, era lo normal, nos encontramos con los demás en una plaza cercana a mi casa, fuimos al cine a ver una película de la cual no hay nada digno que comentar, paseamos por las abarrotadas calles, las chicas con las íbamos se paraban en todos los escaparates sin parar de cotorrear, mientras que los chicos le hacían tonterías para llamar su atención, y ellas reían de forma tonta, es decir, un cortejo de apareamiento adolescente en toda regla, !Que monos¡. Caminábamos a un ritmo lento, Luís se mantenía a mi lado, sin participar en los juegos del resto, algo que estoy seguro habría hecho si no fuese por mí, y, entonces la ví, sus colores brillantes, la perfecta armonía entre estos, preciosas vidrieras adornando las ventanas, un pequeño escaparate que apenas dejaba ver el interior, y sobre todo su tamaño, ese pequeño lugar que ocupaba rodeada de grandes edificios, era la tienda más bonita que he visto en mi vida, me sentía deseosa de entrar, y ni siquiera sabía lo que vendían, menuda locura. Me acerque al escaparate, y mire con cuidado lo poco que este dejaba ver, el suelo estaba cubierto de periódicos, las paredes, al parecer recién pintadas, adornadas con motivos florales de aspecto exótico, me sentía inevitablemente atraída por la esencia que el pequeño local desprendía, una mujer apareció entonces, por una pequeña puerta blanca colocada al fondo de la estancia, llevaba un peto de trabajo, el cabello rubio recogido en la nuca, tenía manchas por todos lados, estas eran del mismo color que los dibujos de la pared, me sonrío de forma dulce con una sonría que parecía nacerle de los ojos, tenía aspecto delicado, como hecha de algodón de azúcar.
Note una mano sobre el hombro y me gire, les sonreí a todos que me miraban como preocupados, y continuamos nuestro camino. Serían las once cuando decidí que ya era hora de volver a casa, los otros no parecían muy de acuerdo, pero aun así Luís me acompaño con una sonrisa. Nada más entrar a casa me catapulte hasta mi habitación, la ventana estaba abierta de nuevo, de modo que me acerque a cerrarla, cuando el sonido de un motor me hizo asomarme al exterior, la moto negra se deslizaba por el duro asfalto en dirección contraria a la que yo había seguido hacía apenas unos minutos.
A la mañana siguiente nadie me despertó. La noche anterior mi madre había llegado al poco rato de acostarme, entro en habitación con cautela, me beso en la mejillas y desapareció. Cuando estuve del todo despierta me arrastre escaleras abajo, Andriana estaba en la puerta discutiendo con alguien, me acerque y mire por encima de su hombro, no le conocía.
Aproveche el resto del día para estudiar un poco de todo, en las clases las bromas con Luís me hacían estar mas distraída que antes, y eso se traducía en mayor trabajo en casa, pero no me importaba.
Cuando empezó a oscurecer decidí que ya era suficiente, salí al pasillo y ví a mi madre delante del espejo de su habitación, me acerque a ella, estaba recogiéndose el pelo en un moño, y se había dado color en los ojos, iba a salir.
-¿Enserió que no te importa cielo?- era la quinta vez que repetía esa pregunta, estábamos frente a la puerta de la calle.
-Nunca me a molestado que salgas, ya lo sabes- esto tampoco era nada nuevo, no se porque se preocupaba.
-Es que no quiero dejarte sola- sonaba tan nerviosa que no pude evitar reírme.
Después de que le asegurara un millón y medió de ves más que estaba bien, se fue. Yo me deslice por el sofá del salón, y me escabullí debajo de una mantita, encendí la tele, al principio no encontré nada, pero finalmente un programa sobre mamíferos me llamo la atención, me relaje en mi improvisado trono mientras el mundo animal se mostraba ante mi en todo su esplendor, que sabia es la naturaleza, y que torpe el hombre.
Volví al salón y me deje caer en el sofá junto a mi madre, con las ojos como platos y el estomago en la garganta, necesitaba que me contase lo que sabía, pero al parecer ella no tenía intenciones de hablar.
-¿Qué has averiguado?- mi voz sonó tan ansiosa que hasta yo me asuste, aunque no sirvió para perturbar su calma, se quito los zapatos, y subió los pies al sofá.
-Nada en concreto, aunque tengo una pista que seguir. ¿Sabes que he perdido mi clase de yoga para ir a esa tienda?- sus bonitos ojos verdes estaban fijos en mí, y su expresión no me daba una pista de lo que estaba pensando.
-Lo siento mamá, hubiese ido yo, si me lo hubieses dicho.- me sentía realmente mal, sabía lo importante que son sus clases para ella.
-No importa cielo,- hizo una pausa, y continuo - la encargada de la tienda de vestidos, me ha dicho que el pedido se hizo hace un par de meses, un hombre hizo una llamada, se puso de acuerdo con la modista en las telas y el precio, pero no apareció por la tienda, les mando un paquete con el boceto, el dinero y la dirección a la que debían mandarlo, así como la nota que llevaría dentro, la encargada no ha podido decirme nada mas, pero me ha proporcionado el remite del paquete que les enviaron, es de un bufete de abogado,- su voz cambió de tono, y noté que ya no me miraba, suspiro y siguió hablando -es el despacho Poquet- esto lo dejo todo claro, ellos habían llevado todos los asuntos de mi padre, desde el divorció, hasta su testamente, el cual había sido realizado como prevención.
-Mañana iré a ver a Linda, a ver que me puede decir de esto- Yo asentí y no proteste, ya que sabía, al igual que ella, lo que Linda le diría. Me recosté en su hombro, mientras recreaba en mi mente los rasgos de esa mujer, de pelo corto, y sonrisa amable, que tras la muerte de mi padre nos había visitado en varías ocasiones.
Cuando me di cuenta de que me había dormido serían las una y medía de la madrugada, me incorpore y mire a mi madre, la cual estaba inmersa en un sueño intranquilo, me fui a la cocina a buscar un vaso de agua, al regresar al salón ella ya había despertado, me sonrío y se dirigió escaleras arriba, yo apague la luz y la seguí. Al entrar en mi habitación un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, la ventana estaba abierta, corrí a cerrarla, me cambie rápidamente y me metí en la cama, las sabanas parecían calientes en contacto con mi helada piel.
La semana se esfumo como nunca lo había hecho, las miradas sorprendidas de mis profesores y compañeros desaparecieron, al parecer ya se habían acostumbrado a mi nueva personalidad, los días se sucedieron y mi madre fue retrasando la visita al bufete, al final llego el viernes y no había ido, esa tarde le dije no hacía falta que fuese, prefería olvidar el tema.
El sábado me despertó el sonido del teléfono, abrí los ojos de forma perezosa, los rizos de mi madre caían sobre mi, su melodiosa voz sonaba lejos.
-Acaba de despertarse- río de forma melodiosa y me dio el teléfono, yo lo cogí y volví a cerrar los ojos.
-¿Quién es?- la pregunta era una tontería, sabía perfectamente quien era, Luís era la única persona que me llamaba.
-Eres una dormilona,- lo hoy reír al otro lado del aparato.
-Aja- le dije sin ser capaz de que mis labios pronunciasen otra cosa, el volvió a reír.
-Al grano, esta tarde vamos a ir a dar una vuelta, ¿te quieres venir?- no me lo pensé dos veces.
-Claro, ¿dónde quedamos?- se quedo callado.
-¿y se paso a buscarte?- titubeo al decirlo, pero sonó claro -se donde vives, no supondría ningún problema.
-Vale-
-Genial, a las siete estaré allí, hasta luego-
-Adiós- su voz fue sustituida por el tono del teléfono.
Me levante de la cama medio dormida, y fui a desayunar. El día paso tranquilo, Adriana, que tenía un horario bastante raro en la herboristería, se fue sobre las dos al trabajo, me dejo algo del dinero sobre el televisor, para cuando saliese esa tarde. Yo pase el resto del día haciendo deberes, estaba ya harta del arte gótico cuando mire el reloj, eran las seis y media, busque algo que ponerme y me fui a la ducha. A las siete estaba lista, mire por la ventana esperando ver a Luís acercarse, pero me equivoque, sin embargo una gran moto descansaba en la acera de enfrente de mi casa, era la misma que una semana atrás había estado justo hay. Me quede embobada mirando a la gran bestia metálica, cuando el alarido el timbre retumbo en mis oídos, corrí escaleras abajo, arrastrando a mi paso una sudadera celeste, al abrir las puerta me encontré a Luís con su habitual sonrisa. La tarde transcurrió, como, según tenía entendido, era lo normal, nos encontramos con los demás en una plaza cercana a mi casa, fuimos al cine a ver una película de la cual no hay nada digno que comentar, paseamos por las abarrotadas calles, las chicas con las íbamos se paraban en todos los escaparates sin parar de cotorrear, mientras que los chicos le hacían tonterías para llamar su atención, y ellas reían de forma tonta, es decir, un cortejo de apareamiento adolescente en toda regla, !Que monos¡. Caminábamos a un ritmo lento, Luís se mantenía a mi lado, sin participar en los juegos del resto, algo que estoy seguro habría hecho si no fuese por mí, y, entonces la ví, sus colores brillantes, la perfecta armonía entre estos, preciosas vidrieras adornando las ventanas, un pequeño escaparate que apenas dejaba ver el interior, y sobre todo su tamaño, ese pequeño lugar que ocupaba rodeada de grandes edificios, era la tienda más bonita que he visto en mi vida, me sentía deseosa de entrar, y ni siquiera sabía lo que vendían, menuda locura. Me acerque al escaparate, y mire con cuidado lo poco que este dejaba ver, el suelo estaba cubierto de periódicos, las paredes, al parecer recién pintadas, adornadas con motivos florales de aspecto exótico, me sentía inevitablemente atraída por la esencia que el pequeño local desprendía, una mujer apareció entonces, por una pequeña puerta blanca colocada al fondo de la estancia, llevaba un peto de trabajo, el cabello rubio recogido en la nuca, tenía manchas por todos lados, estas eran del mismo color que los dibujos de la pared, me sonrío de forma dulce con una sonría que parecía nacerle de los ojos, tenía aspecto delicado, como hecha de algodón de azúcar.
Note una mano sobre el hombro y me gire, les sonreí a todos que me miraban como preocupados, y continuamos nuestro camino. Serían las once cuando decidí que ya era hora de volver a casa, los otros no parecían muy de acuerdo, pero aun así Luís me acompaño con una sonrisa. Nada más entrar a casa me catapulte hasta mi habitación, la ventana estaba abierta de nuevo, de modo que me acerque a cerrarla, cuando el sonido de un motor me hizo asomarme al exterior, la moto negra se deslizaba por el duro asfalto en dirección contraria a la que yo había seguido hacía apenas unos minutos.
A la mañana siguiente nadie me despertó. La noche anterior mi madre había llegado al poco rato de acostarme, entro en habitación con cautela, me beso en la mejillas y desapareció. Cuando estuve del todo despierta me arrastre escaleras abajo, Andriana estaba en la puerta discutiendo con alguien, me acerque y mire por encima de su hombro, no le conocía.
Aproveche el resto del día para estudiar un poco de todo, en las clases las bromas con Luís me hacían estar mas distraída que antes, y eso se traducía en mayor trabajo en casa, pero no me importaba.
Cuando empezó a oscurecer decidí que ya era suficiente, salí al pasillo y ví a mi madre delante del espejo de su habitación, me acerque a ella, estaba recogiéndose el pelo en un moño, y se había dado color en los ojos, iba a salir.
-¿Enserió que no te importa cielo?- era la quinta vez que repetía esa pregunta, estábamos frente a la puerta de la calle.
-Nunca me a molestado que salgas, ya lo sabes- esto tampoco era nada nuevo, no se porque se preocupaba.
-Es que no quiero dejarte sola- sonaba tan nerviosa que no pude evitar reírme.
Después de que le asegurara un millón y medió de ves más que estaba bien, se fue. Yo me deslice por el sofá del salón, y me escabullí debajo de una mantita, encendí la tele, al principio no encontré nada, pero finalmente un programa sobre mamíferos me llamo la atención, me relaje en mi improvisado trono mientras el mundo animal se mostraba ante mi en todo su esplendor, que sabia es la naturaleza, y que torpe el hombre.
martes, 22 de diciembre de 2009
Capitulo 8: Puro fuego.
En la hora del recreo, Luís hablaba animadamente con sus amigos, a cerca, de un partido de fútbol para esa tarde, yo los escuchaba distraída sentada cerca de él, que se había empeñado en que los acompañase.
El día siguió igual de brillante y divertido, las siguientes horas pasaron rápidamente entre las bromas de Luís y sus amigos, que cada vez me eran más cercanos, y las miradas desconcertadas de los profesores, aunque hubo una mirada, que desconcertada o no, no se volvió a posar en mí, mientras yo me recordaba a mí misma que eso no me importaba.
La vuelta a casa fue como la de otros días, pero solo en parte, mes senté cerca de los chicos, pero no junto a Luís, para que pudiese cerrar los detalles para esa tarde. Cuando llevábamos parte del trayecto, una mano comenzó a tirarme del perlo de forma juguetona, al girarme, la cara encajada entre los asiento me provoco un nuevo ataque de risa.
-¿Vendrás al partido?- pregunto el chico con interés.
-¿Me ves a mí jugando al fútbol?- mi pregunta no necesitaba respuesta, pero aun así me la dio.
-No,- siguió riéndose -era por si querías venir a mirar.- sus azules ojos iluminados no me dejaron otra opción.
-Allí estaré- le prometí, recordando después que no sabía donde.
-¿Pero, dónde es allí?- mi voz sonó tímida, pero aun así, arranco una carcajada de todo el grupo, pude ver las lagrimas en los ojos de Raúl, mientras se las limpiaba con el dorso de la mano, su piel tostada rebelaba su procedencia, Sudamérica, concretamente Paraguay.
Entre por la puerta de mi hogar como salí esta mañana, cantando algo que no sabía que era, por primera vez en mucho tiempo el hambre me podía, así que fue directa a la cocina, a dar buena cuenta de lo que mi madre había dejado preparado, después, tras lavarme los dientes, busque entre mis antiguos discos de música, todo eran bandas sonoras de películas disney, el tipo de música que una suele escuchar a los seis años, pero tampoco me importo demasiado, cogí el de El Rey León, y me puse a dar saltos de un lugar de la casa a otro, hice los deberes entre gallo y gallo, no es que mi voz sea de lo mejor precisamente, y cuando volví de la sabana africana eran las seis, me puse las deportivas, un libro ,por si las moscas, y me dirigí al lugar que Luís me había indicado en el autobús, el día era precioso, y aunque hacía algo de frío tampoco era nada que estropeara el paseo.
Los chicos lo pasaron estupendamente, yo no me divertí tanto, pero mereció la pena ir, porque su felicidad era algo contagioso, y yo absorbí toda la que pude, por si mi determinación fallaba. Luís me ofreció acompañarme a casa, yo le dije que no era necesario, además ellos querían ir a tomar algo, y yo debía volver, para que mi madre al llegar no se encontrase el nido vacío.
Cuando llegue a mi calle las farolas aun estaban apagadas, supuse que como los días se hacían más cortos, aun no se habría calculado la hora del encendido, seguí caminado, la puerta blanca tan familiar me dio la bienvenida, para sorprenderme enormemente, al ver, que frente a está, había aparcada una enorme moto negra, me acerque con cuidado al vehículo, tenía pegatinas con forma de llama y una en la parte trasera que decía :Puro fuego. Me aleje de aquello y fui a dentro, tras un par de minutos el coche de mi madre ronroneaba fuera. Salí disparada hacía la calle, ya que mi sed de noticias me arrastro sin que pudiese evitarlo, casi choque con mi madre cuando esta cerraba la puerta del coche, sus ojos revelaban que había averiguado algo, y yo era incapaz de esperar un segundo más.
-¿Qué te han dicho en la tienda de vestidos?- las palabras se amontonaron en mis labios, y ni siquiera estaba segura de que hubiese entendido la pregunta, pero no estaba dispuesta a repetirla, necesitaba respuestas, cada célula de mi cuerpo las pedía a gritos, y yo era totalmente incapaz de seguir negándoselas.
-Hola mamá ¿Qué tal te ha ido el día?, muy bien cariño muchas gracias.- mi madre comenzó un monologo con voz irónica.
-Aunque, claro, con el cambio de carácter que has tenido, no se si puedo pedirte algo más- continuo hablado para si misma, pasado un minuto se dio cuenta de que mi impaciencia no había cambiado y volvió a hablarme -Entremos en casa y te lo contare todo con clama, no hace falta que los vecinos se enteren de los asuntos familiares.- esta expresión me bloqueo un poco, hacía tanto tiempo que nada era parte de una asunto familiar, es como si con la muerte de mi padre, la familia también hubiese muerto, porque ahora estábamos solas las dos, pero eso no quitaba que pudiésemos tener nuestra pequeña familia. Mi madre me paso un brazo por los hombro, me beso en la mejilla, y me dirigió al que volvía a ser nuestro hogar, cuando ya estábamos dentro mi madre continuo hacía el salón, y yo me gire con aire distraído para cerrar bien la puerta, cuando mire hacía fuera la gran moto negra, que un momento antes había captado mi atención, ya no estaba, y yo no me había dado cuenta, cada vez estaba más distraída, el dueño la habría recogido en mis narices y yo ni lo había visto, me estaba volviendo mas distraída de lo que ya era, aunque dudaba que eso fuese posible.
El día siguió igual de brillante y divertido, las siguientes horas pasaron rápidamente entre las bromas de Luís y sus amigos, que cada vez me eran más cercanos, y las miradas desconcertadas de los profesores, aunque hubo una mirada, que desconcertada o no, no se volvió a posar en mí, mientras yo me recordaba a mí misma que eso no me importaba.
La vuelta a casa fue como la de otros días, pero solo en parte, mes senté cerca de los chicos, pero no junto a Luís, para que pudiese cerrar los detalles para esa tarde. Cuando llevábamos parte del trayecto, una mano comenzó a tirarme del perlo de forma juguetona, al girarme, la cara encajada entre los asiento me provoco un nuevo ataque de risa.
-¿Vendrás al partido?- pregunto el chico con interés.
-¿Me ves a mí jugando al fútbol?- mi pregunta no necesitaba respuesta, pero aun así me la dio.
-No,- siguió riéndose -era por si querías venir a mirar.- sus azules ojos iluminados no me dejaron otra opción.
-Allí estaré- le prometí, recordando después que no sabía donde.
-¿Pero, dónde es allí?- mi voz sonó tímida, pero aun así, arranco una carcajada de todo el grupo, pude ver las lagrimas en los ojos de Raúl, mientras se las limpiaba con el dorso de la mano, su piel tostada rebelaba su procedencia, Sudamérica, concretamente Paraguay.
Entre por la puerta de mi hogar como salí esta mañana, cantando algo que no sabía que era, por primera vez en mucho tiempo el hambre me podía, así que fue directa a la cocina, a dar buena cuenta de lo que mi madre había dejado preparado, después, tras lavarme los dientes, busque entre mis antiguos discos de música, todo eran bandas sonoras de películas disney, el tipo de música que una suele escuchar a los seis años, pero tampoco me importo demasiado, cogí el de El Rey León, y me puse a dar saltos de un lugar de la casa a otro, hice los deberes entre gallo y gallo, no es que mi voz sea de lo mejor precisamente, y cuando volví de la sabana africana eran las seis, me puse las deportivas, un libro ,por si las moscas, y me dirigí al lugar que Luís me había indicado en el autobús, el día era precioso, y aunque hacía algo de frío tampoco era nada que estropeara el paseo.
Los chicos lo pasaron estupendamente, yo no me divertí tanto, pero mereció la pena ir, porque su felicidad era algo contagioso, y yo absorbí toda la que pude, por si mi determinación fallaba. Luís me ofreció acompañarme a casa, yo le dije que no era necesario, además ellos querían ir a tomar algo, y yo debía volver, para que mi madre al llegar no se encontrase el nido vacío.
Cuando llegue a mi calle las farolas aun estaban apagadas, supuse que como los días se hacían más cortos, aun no se habría calculado la hora del encendido, seguí caminado, la puerta blanca tan familiar me dio la bienvenida, para sorprenderme enormemente, al ver, que frente a está, había aparcada una enorme moto negra, me acerque con cuidado al vehículo, tenía pegatinas con forma de llama y una en la parte trasera que decía :Puro fuego. Me aleje de aquello y fui a dentro, tras un par de minutos el coche de mi madre ronroneaba fuera. Salí disparada hacía la calle, ya que mi sed de noticias me arrastro sin que pudiese evitarlo, casi choque con mi madre cuando esta cerraba la puerta del coche, sus ojos revelaban que había averiguado algo, y yo era incapaz de esperar un segundo más.
-¿Qué te han dicho en la tienda de vestidos?- las palabras se amontonaron en mis labios, y ni siquiera estaba segura de que hubiese entendido la pregunta, pero no estaba dispuesta a repetirla, necesitaba respuestas, cada célula de mi cuerpo las pedía a gritos, y yo era totalmente incapaz de seguir negándoselas.
-Hola mamá ¿Qué tal te ha ido el día?, muy bien cariño muchas gracias.- mi madre comenzó un monologo con voz irónica.
-Aunque, claro, con el cambio de carácter que has tenido, no se si puedo pedirte algo más- continuo hablado para si misma, pasado un minuto se dio cuenta de que mi impaciencia no había cambiado y volvió a hablarme -Entremos en casa y te lo contare todo con clama, no hace falta que los vecinos se enteren de los asuntos familiares.- esta expresión me bloqueo un poco, hacía tanto tiempo que nada era parte de una asunto familiar, es como si con la muerte de mi padre, la familia también hubiese muerto, porque ahora estábamos solas las dos, pero eso no quitaba que pudiésemos tener nuestra pequeña familia. Mi madre me paso un brazo por los hombro, me beso en la mejilla, y me dirigió al que volvía a ser nuestro hogar, cuando ya estábamos dentro mi madre continuo hacía el salón, y yo me gire con aire distraído para cerrar bien la puerta, cuando mire hacía fuera la gran moto negra, que un momento antes había captado mi atención, ya no estaba, y yo no me había dado cuenta, cada vez estaba más distraída, el dueño la habría recogido en mis narices y yo ni lo había visto, me estaba volviendo mas distraída de lo que ya era, aunque dudaba que eso fuese posible.
domingo, 20 de diciembre de 2009
Capitulo 7: Renacer.
Me obligue a comer algo, porque aunque no me apeteciese era consciente de la falta que me hacía. Después de mi rápido desayuno me dirigí a la parte de atrás de la casa, donde me senté en las escaleras del porche, me recosté contra una columna y me estreché las piernas con los brazos, contra el pecho, apoyando la cabeza entre las rodillas, mientras intentaba darle un sentido a los últimos años de mi vida. A todos cuantos había intentado alejar para mantenerme a salvo, no quería que me volviesen a hacer daño, no soportaba la idea de perder a alguien más, pero sin necesidad de que eso volviese a ocurrir, sin que nadie a quien quisiese se hubiese ido para siempre, los fantasmas del pasado habían vuelto para torturarme, y demostrarme que no estaba segura en ningún lado, que el hecho de aislarme solo servía para hacerme más débil, y no para evitar el dolor.
Mi madre apareció en la puerta que venía de la cocina, se acerco con paso cauteloso y me sonrío se forma precavida, levante la mirada y le devolví la sonrisa, se sentó en el mismo escalón que yo, pero lejos de mí, dejando que sus ojos vagasen por el horizonte. Relaje mi posición, dejando caer las piernas y lo brazos, y me acerque a ella, haciendo que me rodease con los suyos, ya no recordaba lo reconfortante que resultaba un abrazo, había llegado el momento de cambiar mi forma de hacer las cosas, no sabía como resultaría, pero estaba dispuesta a intentarlo, en ese momento mi madre me beso en la mejilla, y esto reafirmo mi decisión.
Andrea me prometió que, a la mañana siguiente, se acercaría a la tienda de vestidos desde donde habían enviado el paquete, y que se encargaría de averiguar de donde había salido, yo se lo agradecí de corazón, mostrando un sentimiento que llevaba años ocultando, y que por fin aparecía en mi de forma natural, sin tener que controlarme.
La noche si que fue una autentica novedad, dormí sin que nada me perturbara mi descanso, sin sueños, es cierto, pero también sin oscuridad, no se si a causa del cansancio, pero fuera lo que fuese lo agradecí.
Me levante con fuerzas renovadas, me vestí cantando algo que en realidad ni sabía lo que era, no me recogí el pelo, así que me caía sobre los hombros, con mis rizos desechos dando vueltas de un sitio a otro. Salí por la puerta de mi casa regalando al mundo las sonrisas que llevaba años guardando, y no tenía miedo de nada ni nadie, porque por fin había comprendido, que yo debía escribir mi historia, y no quería que esta fuera una historia triste, así que había llegado el momento de cambiar el guión.
Me monte en el autobús, y ya que estaba cambiando no me senté en mi sitio, busque a Luís con la mirada, lo encontré en la parte trasera, y sin pensármelo dos veces fui a buscarlo.
-¿Esta libre?- se quedo pasmado, mirándome sin articular palabra. Antes de que fuese capaz de contestar me senté a su lado, sin que la sonrisa se borrara de mis labios, y el no me quito ojo de encima, al cabo de un par de minutos le oí decir algo.
-Hoy estas preciosa- la verdad es que un par de días atrás me habría molestado mucho, pero ahora no, supuse que la diferencia estaba en mi forma de ver las cosas, y eso se reflejaba fuera.
-Gracias- dije de forma sencilla pero sonora.
-Tu pelo es bonito, nunca te lo había visto suelto-
-Es normal- una risita salio desde lo mas hondo de mi ser,
-nunca lo he traído suelto- la verdad es que no me reconocía en esta extraña que hoy llevaba el rumbo de mí vida, pero me encantaba, porque por algún motivo era feliz, y ansiaba ir al instituto, ansiaba sentarme en mi sitio de siempre y poder contemplar a… mierda, no, claro que no era por él, era simple casualidad, yo no era así, y esta extraña tampoco, no había cambiado tanto, y no tenía intención de estropear esta felicidad que no sabía cuanto dudaría, volví a reír por mis tontas suposiciones.
-Tienes una risa preciosa, es muy cantarina- Luís estaba nervioso, y no era como la otra vez, no era desconcierto, si no otra cosa diferente, tampoco me importo.
Cuando llegamos al instituto me percate de que todos me miraban, me gustaba la felicidad que sentía, pero esta parte era bastante incomoda la verdad, aunque rápidamente me di cuenta que se debía por la novedad, tras seis años viéndome mirar al suelo con mala cara, ahora todo esto era un notición.
Llegue a mi aula y me relaje en mi asiento. Luís, que venia todo el camino a mi lado, dejo las cosas en su lugar y acudió en mi busca, yo le esperaba con una sonrisa, la misma de esta mañana, a la cual me aferraba con todas mis fuerzas, con pocas intenciones de dejarla escapar. Antes de que ninguno de los dos pudiese reaccionar el pupitre contiguo al mío se lleno de chicas perfumadas y bastante más arregladas de lo que solían ir.
-Ya hecho entrada el italianito- la rabia se detectaba en la voz de mi nuevo amigo, y si mi anterior yo se río con la situación este no podía ser menos.- Eh, no te rías- me regaño sin poder contener el mismo la suya.
-No lo puedo evitar, es gracioso ver a un macho dolido por haber perdido a parte de su manada- me costo horrores terminar la frase entre carcajada y carcajada, mientras él se ponía cada vez más serio. Se me quedo mirando con los labios apretados, entonces las lágrimas empezaron a derramarse por mi rostro a causa de la risa.
-Oh- gruño -es imposible enfadarse contigo cuando estas tan adorable al reírte- puso la que creí su mejor cara de desesperación. La verdad habría esperado cualquier otra cosa, así que volví a reírme, sin poder evitarlo al darme cuenta de que acababa de decirme que era adorable, todo esto si que era subrealista, pero también era estupendo.
Que mejor forma de empezar una mañana de lunes que con una clase de filosofía, Concha, la profesora, entró con su paso nervioso, la verdad es que era de los mejor del centro, totalmente decidida, tan segura de si misma, y esa forma suya de ser pura ironía. Estaba pensando en esto, cuando, la vuelta de todas las chicas a sus asientos, me dejó ver un cabello castaño que apenas me sonaba, Alejo, me miraba tras sus tupidas pestañas, y yo, en un acto que en la vida abría reconocido como mío, le saque la lengua, tras lo cual volví a mirar hacía delante, sin que ninguno de sus rasgos captase mi atención, no porque no fuese mas que atrayentes, si no porque ya tenía demasiadas fans, como para adularlo más, con el rabillo del ojo pude ver como una preciosa sonrisa curvaba sus labios, y no pude evitar morderme los míos.
Cuando la clase se terminó vi al italianito, como decía Luís, venir hacía mi después de recoger sus cosas, pero antes de que llegase, el otro implicado se interpuso y lo obligó a pararse en seco, se quedó allí un par de segundos, y luego salió corriendo.
Mi siguiente y estupenda clase era educación física, algo que normalmente odiaba, pero claro, hoy todo parecía capaz de sorprenderme, quizás esto también lo hiciese.
Cuando llegamos al gimnasio Alejo ya estaba allí, miró a Luís con cara de pocos amigos, y este como buen macho cabrío, se la devolvió.
Al parecer hoy continuaríamos con la clase anterior, bailes de salón, y estuve segura que ni siquiera mi recién adquirido buen humor suavizaría esto. En cuanto el profesor lo explicó, Amanda se acerco para reclamar lo que ya consideraba suyo, pero antes de que pudiese acercarse a su objetivo, el profesor le estropeó el plan, aclarando que debíamos ponernos con nuestra pareja del día anterior, de este modo Luís acabó agarrado a la impresionante pelirroja, sin que esta pareciese muy contenta por ello. Yo me dirigí hacía mi encantadora compañera de baile, Carolina, era un poquito más baja que yo, no tan atractiva como Amanda, pero tenía un encanto que ya habría querido esta, además del exotismo que le daban sus rasgos, y el color de su piel, pues era de raza negra. Cuando bailábamos juntas, debía de ser de los más raro, ella tan morena, y yo con este colorzucho raro, además ella era una estupenda bailarina, y yo, bueno yo la verdad tampoco lo intentaba, por eso nos habían puesto juntas, en un intento de que yo aprendiese algo. Cuando ya estaba junto a ella, y bastante dispuesta a aprender, el profesor se acercó hasta nosotras, y le pido a ella que bailase con Alejo, ella acepto sin más y a mi me dio la opción de sentarme.
-No- le respondí de mala gana. -Quiero aprender-
-¿Lo dice enserio señorita Bermúdez?- su cara de asombro me hizo reír de nuevo, lo que llevaba perdiéndome todos estos años.
-Por supuesto profesor,-
-Siendo así, bailara conmigo- esto si que no me lo esperaba, pero menos me esperaba la siguiente parte de la clase, el profesor era incluso más patoso que yo, y se pasó el resto de la hora dando tropezones, pisándome y pidiéndome perdón, mientras yo no podía contener la risa, al final, incluso me dijo que me riese tranquila, que no le importaba, porque nunca me había visto así, y merecía la pena.
La clase se consumió bastante rápido, y la mañana también, el que había sido mi molesto héroe, se había convertido en un relajado amigo, y me aseguró que me dejaría aire para no agobiarme en cuanto se lo pidiese, pero por ahora no tenía intención de hacerlo, no quería volver a sentirme sola, me asustaba el vacío, porque ahora, tras muchos año, estaba bastante más vacío que yo.
Mi madre apareció en la puerta que venía de la cocina, se acerco con paso cauteloso y me sonrío se forma precavida, levante la mirada y le devolví la sonrisa, se sentó en el mismo escalón que yo, pero lejos de mí, dejando que sus ojos vagasen por el horizonte. Relaje mi posición, dejando caer las piernas y lo brazos, y me acerque a ella, haciendo que me rodease con los suyos, ya no recordaba lo reconfortante que resultaba un abrazo, había llegado el momento de cambiar mi forma de hacer las cosas, no sabía como resultaría, pero estaba dispuesta a intentarlo, en ese momento mi madre me beso en la mejilla, y esto reafirmo mi decisión.
Andrea me prometió que, a la mañana siguiente, se acercaría a la tienda de vestidos desde donde habían enviado el paquete, y que se encargaría de averiguar de donde había salido, yo se lo agradecí de corazón, mostrando un sentimiento que llevaba años ocultando, y que por fin aparecía en mi de forma natural, sin tener que controlarme.
La noche si que fue una autentica novedad, dormí sin que nada me perturbara mi descanso, sin sueños, es cierto, pero también sin oscuridad, no se si a causa del cansancio, pero fuera lo que fuese lo agradecí.
Me levante con fuerzas renovadas, me vestí cantando algo que en realidad ni sabía lo que era, no me recogí el pelo, así que me caía sobre los hombros, con mis rizos desechos dando vueltas de un sitio a otro. Salí por la puerta de mi casa regalando al mundo las sonrisas que llevaba años guardando, y no tenía miedo de nada ni nadie, porque por fin había comprendido, que yo debía escribir mi historia, y no quería que esta fuera una historia triste, así que había llegado el momento de cambiar el guión.
Me monte en el autobús, y ya que estaba cambiando no me senté en mi sitio, busque a Luís con la mirada, lo encontré en la parte trasera, y sin pensármelo dos veces fui a buscarlo.
-¿Esta libre?- se quedo pasmado, mirándome sin articular palabra. Antes de que fuese capaz de contestar me senté a su lado, sin que la sonrisa se borrara de mis labios, y el no me quito ojo de encima, al cabo de un par de minutos le oí decir algo.
-Hoy estas preciosa- la verdad es que un par de días atrás me habría molestado mucho, pero ahora no, supuse que la diferencia estaba en mi forma de ver las cosas, y eso se reflejaba fuera.
-Gracias- dije de forma sencilla pero sonora.
-Tu pelo es bonito, nunca te lo había visto suelto-
-Es normal- una risita salio desde lo mas hondo de mi ser,
-nunca lo he traído suelto- la verdad es que no me reconocía en esta extraña que hoy llevaba el rumbo de mí vida, pero me encantaba, porque por algún motivo era feliz, y ansiaba ir al instituto, ansiaba sentarme en mi sitio de siempre y poder contemplar a… mierda, no, claro que no era por él, era simple casualidad, yo no era así, y esta extraña tampoco, no había cambiado tanto, y no tenía intención de estropear esta felicidad que no sabía cuanto dudaría, volví a reír por mis tontas suposiciones.
-Tienes una risa preciosa, es muy cantarina- Luís estaba nervioso, y no era como la otra vez, no era desconcierto, si no otra cosa diferente, tampoco me importo.
Cuando llegamos al instituto me percate de que todos me miraban, me gustaba la felicidad que sentía, pero esta parte era bastante incomoda la verdad, aunque rápidamente me di cuenta que se debía por la novedad, tras seis años viéndome mirar al suelo con mala cara, ahora todo esto era un notición.
Llegue a mi aula y me relaje en mi asiento. Luís, que venia todo el camino a mi lado, dejo las cosas en su lugar y acudió en mi busca, yo le esperaba con una sonrisa, la misma de esta mañana, a la cual me aferraba con todas mis fuerzas, con pocas intenciones de dejarla escapar. Antes de que ninguno de los dos pudiese reaccionar el pupitre contiguo al mío se lleno de chicas perfumadas y bastante más arregladas de lo que solían ir.
-Ya hecho entrada el italianito- la rabia se detectaba en la voz de mi nuevo amigo, y si mi anterior yo se río con la situación este no podía ser menos.- Eh, no te rías- me regaño sin poder contener el mismo la suya.
-No lo puedo evitar, es gracioso ver a un macho dolido por haber perdido a parte de su manada- me costo horrores terminar la frase entre carcajada y carcajada, mientras él se ponía cada vez más serio. Se me quedo mirando con los labios apretados, entonces las lágrimas empezaron a derramarse por mi rostro a causa de la risa.
-Oh- gruño -es imposible enfadarse contigo cuando estas tan adorable al reírte- puso la que creí su mejor cara de desesperación. La verdad habría esperado cualquier otra cosa, así que volví a reírme, sin poder evitarlo al darme cuenta de que acababa de decirme que era adorable, todo esto si que era subrealista, pero también era estupendo.
Que mejor forma de empezar una mañana de lunes que con una clase de filosofía, Concha, la profesora, entró con su paso nervioso, la verdad es que era de los mejor del centro, totalmente decidida, tan segura de si misma, y esa forma suya de ser pura ironía. Estaba pensando en esto, cuando, la vuelta de todas las chicas a sus asientos, me dejó ver un cabello castaño que apenas me sonaba, Alejo, me miraba tras sus tupidas pestañas, y yo, en un acto que en la vida abría reconocido como mío, le saque la lengua, tras lo cual volví a mirar hacía delante, sin que ninguno de sus rasgos captase mi atención, no porque no fuese mas que atrayentes, si no porque ya tenía demasiadas fans, como para adularlo más, con el rabillo del ojo pude ver como una preciosa sonrisa curvaba sus labios, y no pude evitar morderme los míos.
Cuando la clase se terminó vi al italianito, como decía Luís, venir hacía mi después de recoger sus cosas, pero antes de que llegase, el otro implicado se interpuso y lo obligó a pararse en seco, se quedó allí un par de segundos, y luego salió corriendo.
Mi siguiente y estupenda clase era educación física, algo que normalmente odiaba, pero claro, hoy todo parecía capaz de sorprenderme, quizás esto también lo hiciese.
Cuando llegamos al gimnasio Alejo ya estaba allí, miró a Luís con cara de pocos amigos, y este como buen macho cabrío, se la devolvió.
Al parecer hoy continuaríamos con la clase anterior, bailes de salón, y estuve segura que ni siquiera mi recién adquirido buen humor suavizaría esto. En cuanto el profesor lo explicó, Amanda se acerco para reclamar lo que ya consideraba suyo, pero antes de que pudiese acercarse a su objetivo, el profesor le estropeó el plan, aclarando que debíamos ponernos con nuestra pareja del día anterior, de este modo Luís acabó agarrado a la impresionante pelirroja, sin que esta pareciese muy contenta por ello. Yo me dirigí hacía mi encantadora compañera de baile, Carolina, era un poquito más baja que yo, no tan atractiva como Amanda, pero tenía un encanto que ya habría querido esta, además del exotismo que le daban sus rasgos, y el color de su piel, pues era de raza negra. Cuando bailábamos juntas, debía de ser de los más raro, ella tan morena, y yo con este colorzucho raro, además ella era una estupenda bailarina, y yo, bueno yo la verdad tampoco lo intentaba, por eso nos habían puesto juntas, en un intento de que yo aprendiese algo. Cuando ya estaba junto a ella, y bastante dispuesta a aprender, el profesor se acercó hasta nosotras, y le pido a ella que bailase con Alejo, ella acepto sin más y a mi me dio la opción de sentarme.
-No- le respondí de mala gana. -Quiero aprender-
-¿Lo dice enserio señorita Bermúdez?- su cara de asombro me hizo reír de nuevo, lo que llevaba perdiéndome todos estos años.
-Por supuesto profesor,-
-Siendo así, bailara conmigo- esto si que no me lo esperaba, pero menos me esperaba la siguiente parte de la clase, el profesor era incluso más patoso que yo, y se pasó el resto de la hora dando tropezones, pisándome y pidiéndome perdón, mientras yo no podía contener la risa, al final, incluso me dijo que me riese tranquila, que no le importaba, porque nunca me había visto así, y merecía la pena.
La clase se consumió bastante rápido, y la mañana también, el que había sido mi molesto héroe, se había convertido en un relajado amigo, y me aseguró que me dejaría aire para no agobiarme en cuanto se lo pidiese, pero por ahora no tenía intención de hacerlo, no quería volver a sentirme sola, me asustaba el vacío, porque ahora, tras muchos año, estaba bastante más vacío que yo.
jueves, 17 de diciembre de 2009
Se aceptan propuesta
Estoy abierta a propuestas de parecidos con los personajes y demás. O si se os ocurre cualquier otra cosa también, simplemente dejarme vuestras propuesta en el cbox o en los comentarios ( poderes) V
martes, 15 de diciembre de 2009
Capitulo 6: La princesa Apan.
ESTE ES UNO DE MIS CAPITULOS PREFERIDOS, ESPERO QUE OS GUSTE.
Al llegar a mi casa encontré la paz que toda la mañana llevaba buscando, y como era viernes, no tendría que preocuparme de los nuevos cambios que se habían colado en mi vida, o por lo menos no hasta el lunes, lo cual puede parecer que no, pero es un gran alivio. Podría disfrutar el fin de semana al máximo, bueno, al máximo a mi manera, que más bien es al mínimo, porque tenía intención de pasármelo tumbada en la cama leyendo todo lo que cayese en mis manos.
Entre en el salón y tire la mochila en sofá, después de ésta la siguiente fui yo, me deje caer y me quede mirando el techo, poco a poco fui perdiendo la conciencia de todo, y me deje llevar, pasada aproximadamente una hora recordé que mi madre habría dejado la comida en la cocina, mi dirigí a esta. Sin sentarme, engullí el plato de espaguetis que había sobre la mesa. Dejé el plato vacío en el lavavajillas, y salí en estampida escaleras arriba, con la mochila nuevamente colgada al hombro.
Cuando llegué a mi habitación saque todo lo necesario para hacer los deberes, pues no quería nada que me distrajese de mis objetivos para los siguientes días. No tardé demasiado en acabarlos y me decidí a darme una ducha, no hay nada como el agua sobre mi piel para relajarme. Con el pelo mojado, el pijama puesto, y sin nada más que hacer me tumbé sobre la cama y abrí una de mis nuevas adquisiciones. El tema no me era para nada nuevo, dragones, uno de mis favoritos, las horas se pasaron entre página y página, mientras el sueño volvía a hacer de las suyas, y yo caía de nuevo en sus redes, cada vez me parecía más a una marmota.
El timbre de la puerta me despertó, baje corriendo las escaleras, descalza y desorientada, tire del pomo, mientras el incómodo sonido, no acallaba sus desesperante chillidos.
Mis ojos, cargados de ira, traspasaron al hombre, que con gorra azul y un paquete marrón, esperaba en el umbral.
Me dio el paquete, y para lo único que me habló fué para pedirme que le firmase el recibo, lo hice y cerré la puerta.
Dejé el paquete en la mesa del salón, pensando que se trataría de uno de los videos de yoga de mi madre, pero luego me percaté de que era demasiado grande, me acerqué a él y vi mi nombre escrito con esmerada caligrafía sobre el papel de embalar, me precipité sobre este demasiado sorprendida para pensar, rasgué el papel, y dejé al descubierto una caja de una tienda de vestidos de fiesta, ¿Qué era ésto?, con manos temblorosas quité la tapa, para encontrarme con un vestido de seda dorada, perfectamente doblado y una tarjeta que rezaba así:<<>>.
Sin comprender nada cerré la caja y la abandoné donde estaba, volví a mi habitación y me tumbé en la cama despotricando a voces contra mi madre, totalmente segura de que esto, era otro de sus intentos para que saliera más, como si con un vestido, por bonito que fuera, fuese a conseguir algo, esta vez su tentativa había sido totalmente patética.
Las horas pasaban, y mi madre entró en la casa tarareando algo que seguramente había oído en la radio, como siempre que volvía de trabajar estaba radiante, como si las horas no hubiesen pasado, y es que adoraba su trabajo en la herboristería, y en muchas ocasiones me había plateado, si su continuo buen humor no se debía a la continúa convivencia con las hierbas.
Entro llamándome, aunque yo no respondí, independientemente del numero de veces que dijese mi nombre, estaba demasiado enfadada con ella.
Pude escuchar un gritito de emoción proveniente del salón, lo que quería decir que ya había encontrado la prueba de su propio delito, ahora subiría para preguntarme si no me había gustado, aun siendo evidente que no. Pero contra toda expectativa no se comportó como esperaba, no vino en mi busca, ni me volvió a llamar, tras diez minutos sin que ninguna señal de vida surgiera de la plata baja decidí acudir a sus antiguas llamadas. Cuando llegué al final de las escaleras pude oír sus sollozos, estaba tirada en una silla y tenía el vestido abrazado, como si la tela de este la mantuviese unida a la vida, me acerqué a ella, pero sin saber que hacer o decir, nunca había visto a mi madre llorar, ni siquiera en los peores momentos, cuando todo definitivamente había perdido el sentido, y no quedaba nada que pudiese salir bien en esos momentos ella sonreía y acudía a sus vías de escape, por eso no entendía que le afectase tanto que no me hubiese gustado su vestido, solo era eso, un vestido, estaba acostumbrada a que rechazase ese tipo de cosas.
Puse una mano en su hombre y le bese la mejilla, estas demostraciones de cariño no eran comunes en mi, como todo lo que estaba pasando últimamente, pero dentro de todo mi vacío, ella era lo único que tenía, lo había hecho todo por mí, esto era lo mínimo que podía darle, aunque no sabía como hacer el resto.
-No hace falta que llores, me ha gustado mucho- le mentí, no era la verdad, pero que podía hacer, no quería dañarla más.
La fuerza de su llanto aumento, y con este mi desesperación -En serio mamá es precioso, pero no hacía falta que te molestases- me miro a los ojos durante cinco minutos seguidos, sin inmutarse, sin que nada en su semblante pudiese dar a entender qué tenía en la cabeza.
-¿No lo entiendes, sabes lo que es?- su voz era suave, prácticamente inaudible.
-¿Pero que debo entender?, ¿De que me estas hablando?- Todo a mí alrededor daba vueltas, y al parecer no había nada sólido a lo que agarrarme.
-Es el vestido de la princesa Apan.-su aclaración fue firme, y con ella todas las dudas se disiparon. Yo no me había dado cuenta porque estaba tan enfadada que ni lo había sacado de la caja, pero definitivamente era exactamente eso, tal y como mi padre lo dibujo. Y es que, el cuento de la princesa Apan era mi favorito, mi padre lo escribió para mí, para animarme a no pasarme la vida buscando un príncipe azul.
La princesa Apan era una joven bellísima, de cabellos dorados y sonrosadas mejillas, y como buena princesa estaba esperando a su príncipe azul, el cual llegaría cuando ella cumpliese los dieciocho años. Faltaban tres días para tan señalada fecha cuando la joven asistió a una fiesta para princesas, allí pudo ver de muchos tipos; unas habían sido liberadas de una torre, otras despertadas de un sueño eterno, muchas otras salvadas de una muerte segura a causa de un extraño veneno, y así sucesivamente. Totalmente intrigada la joven Apan se preguntaba porque todas las princesas habían tenido tan mala suerte, haciendo preguntas descubrió que esto se debía a que, para ser una buena princesa, el día de su dieciocho cumpleaños, sus padres la pondrían en peligro, un peligro que realmente no existía, para que de este modo, un guapo caballero la salvase, y poder estar seguros que este joven era lo suficientemente valiente y entregado. Comprendió entonces esta, que todo cuanto había vivido era una mentira, y que por esto se sabía con tanta exactitud cuando llegaría el anhelado amante, pero había algo que fallaba en esta historia, las princesas que en este baile se encontraban habían tenido un final, que todos consideraban feliz, y todas se sentían muy orgullosas de sus aventuras, pero ¿Qué pasaría si el salvador no llegase a tiempo?, se puso entonces de nuevo a preguntar, y pudo deducir por los silencios de todas que estos casos habían existido, y que seguramente no acabasen precisamente bien, pues nadie quiso hablar de ellos.
Terminó el baile, y todos regresaron a sus respectivos reinos. Cuando llegó a palacio su madre la estaba esperando con un vestido precioso, era blanco como la nieve, y con pequeños adornos de cristales que brillaban como las estrellas, le hizo probárselo una y otra vez, hasta que las costureras del reino lo dejaron lo suficiente apretado como para aprisionar sus pulmones, y también sus ideas, puesto que una buena princesa no debe pensar, solo sonreír. Con el vestido acabado, y todo cuanto conocía patas arriba, se fue a su alcoba, de camino a esta escuchó a su padre conversar con el jefe del ejercito, al parecer su destino era ser salvada de una torre. Apan tenía dudas sobre lo que quería, pero lo que si tenía muy claro era lo que no deseaba, y entre esto lo que más relevancia había tomado esa tarde era lo de ser puesta en peligro por los que más la querían, ser salvada por un desconocido, y vivir una vida encorsetada siguiendo normas estúpidas que estaban en contra del amor verdadero y de la dignidad de una princesa, porque por mucho que dijese su madre, una princesa debía defender a su pueblo y conseguir lo que se propusiese, no sonreír todo el día, fingiendo ser feliz y haciendo lo que le manden, porque ella no estaba dispuesta a ser una victima de los falsos cuentos y tenía muy claro que dirigiría su propio destino. Pensó en decírselo a su madre, pero supo al instante lo que le diría, que era una vergüenza para todo el reino, y que una princesa sin príncipe no tendría cuento, así que se fué a su habitación y buscó lo que necesitaría.
A la mañana siguiente la despertaron temprano, la embutieron en el vestido blanco y la llevaron en carruaje hasta una torre, donde la dejaron encerrada. Cuando estuvo sola se puso su vestido de seda dorada, no era lo más adecuado para su plan, pero este tenía un significado especial, todos habían dicho que no era el tipo de vestido ni del color adecuado para una princesa, pero ella lo había adquirido en secreto y desde entonces lo guardaba oculto, con él, hoy demostraría que nadie decidía por ella.
Cambiada de ropa emprendió su plan, bajó por uno de los laterales de la torre, y huyó de esta para vivir su vida.
Cuando el príncipe llegó con su caballo blanco y su armadura perfecta, se encaramó a lo mas alto de la mas alta torre, con la gracia y el desparpajo de quien lo ha hecho durante toda su vida, pero claro, esta era la misión para la que había nacido. Cuando llegó a su objetivo se preparo para obtener su premio, pero lo único que encontró fue un pomposo vestido blanco y una tarjeta:
"No necesito príncipes que hagan mi cuento, porque yo escribiré mi historia".
Ahora que todas las piezas encajaban miré a mi madre con los ojos como platos,
-¿Qué día es hoy?- pregunté sin más, mi madre entendió al instante mi pregunta.
- Dieciocho de octubre- respondió mientras asentía confirmando así mi muda aclaración, faltaban tres días para mi cumpleaños.
Pasé toda la noche abrazada al madito vestido, llorando a lagrima viva, sin poder contener las emociones que llevaba años manteniendo a raya, expulsándolas poco a poco de mi cuerpo, para que así no me dañaran como ya lo habían hecho, pero tanto trabajo para nada, porque ahora, casi once años después de la muerte de mi padre volvía a ser la niña asustada, perdida y maltrecha en la que había jurado no volver a convertirme. El tiempo dejo de existir a mí alrededor, y las horas pasaron, estoy segura de que lo hicieron, lo estoy porque el domingo por la mañana mi madre me encontró exactamente igual que el viernes, al parecer ella había recobrado la cordura, y volvía a ser la misma, pero yo llevaba un día y dos noches sin moverme de la cama, tumbada en posición fetal, con los ojos hinchados de llorar y las mejillas despellejadas por la continua caída de la lagrimas, el vestido estaba enredado entre mis brazos, empapado en mi llanto y mezclado con mi pelo, que se encontraba en las misma condiciones y me caía sobre la cara enredado y maltrecho. Mi fin de semana de lectura se había convertido en una auto tortura.
Adriana me obligo a levantarme de la cama, me arranco el vestido de las manos y me metió a empujones en el baño, mientras me ordenaba que me duchase, como si fuese un zombi le hice caso y me adecente. Cuando volví a mi habitación el vestido ya no estaba en está, las ventanas estaban abiertas, las persianas subidas y la cama hecha, mi madre había decidido por mi cuando se acababa mi aislamiento, y ante una de esas decisiones suyas no había nada que yo tuviese derecho a decir. Me giré hacía la puerta, sin saber que hacer o a donde ir, y ahí estaba ella, con mi desayuno en una bandeja, y su recuperada sonrisa en la boca, estuve segura en ese momento que nunca había brillado tanto como esa mañana de otoño.
Al llegar a mi casa encontré la paz que toda la mañana llevaba buscando, y como era viernes, no tendría que preocuparme de los nuevos cambios que se habían colado en mi vida, o por lo menos no hasta el lunes, lo cual puede parecer que no, pero es un gran alivio. Podría disfrutar el fin de semana al máximo, bueno, al máximo a mi manera, que más bien es al mínimo, porque tenía intención de pasármelo tumbada en la cama leyendo todo lo que cayese en mis manos.
Entre en el salón y tire la mochila en sofá, después de ésta la siguiente fui yo, me deje caer y me quede mirando el techo, poco a poco fui perdiendo la conciencia de todo, y me deje llevar, pasada aproximadamente una hora recordé que mi madre habría dejado la comida en la cocina, mi dirigí a esta. Sin sentarme, engullí el plato de espaguetis que había sobre la mesa. Dejé el plato vacío en el lavavajillas, y salí en estampida escaleras arriba, con la mochila nuevamente colgada al hombro.
Cuando llegué a mi habitación saque todo lo necesario para hacer los deberes, pues no quería nada que me distrajese de mis objetivos para los siguientes días. No tardé demasiado en acabarlos y me decidí a darme una ducha, no hay nada como el agua sobre mi piel para relajarme. Con el pelo mojado, el pijama puesto, y sin nada más que hacer me tumbé sobre la cama y abrí una de mis nuevas adquisiciones. El tema no me era para nada nuevo, dragones, uno de mis favoritos, las horas se pasaron entre página y página, mientras el sueño volvía a hacer de las suyas, y yo caía de nuevo en sus redes, cada vez me parecía más a una marmota.
El timbre de la puerta me despertó, baje corriendo las escaleras, descalza y desorientada, tire del pomo, mientras el incómodo sonido, no acallaba sus desesperante chillidos.
Mis ojos, cargados de ira, traspasaron al hombre, que con gorra azul y un paquete marrón, esperaba en el umbral.
Me dio el paquete, y para lo único que me habló fué para pedirme que le firmase el recibo, lo hice y cerré la puerta.
Dejé el paquete en la mesa del salón, pensando que se trataría de uno de los videos de yoga de mi madre, pero luego me percaté de que era demasiado grande, me acerqué a él y vi mi nombre escrito con esmerada caligrafía sobre el papel de embalar, me precipité sobre este demasiado sorprendida para pensar, rasgué el papel, y dejé al descubierto una caja de una tienda de vestidos de fiesta, ¿Qué era ésto?, con manos temblorosas quité la tapa, para encontrarme con un vestido de seda dorada, perfectamente doblado y una tarjeta que rezaba así:<<>>.
Sin comprender nada cerré la caja y la abandoné donde estaba, volví a mi habitación y me tumbé en la cama despotricando a voces contra mi madre, totalmente segura de que esto, era otro de sus intentos para que saliera más, como si con un vestido, por bonito que fuera, fuese a conseguir algo, esta vez su tentativa había sido totalmente patética.
Las horas pasaban, y mi madre entró en la casa tarareando algo que seguramente había oído en la radio, como siempre que volvía de trabajar estaba radiante, como si las horas no hubiesen pasado, y es que adoraba su trabajo en la herboristería, y en muchas ocasiones me había plateado, si su continuo buen humor no se debía a la continúa convivencia con las hierbas.
Entro llamándome, aunque yo no respondí, independientemente del numero de veces que dijese mi nombre, estaba demasiado enfadada con ella.
Pude escuchar un gritito de emoción proveniente del salón, lo que quería decir que ya había encontrado la prueba de su propio delito, ahora subiría para preguntarme si no me había gustado, aun siendo evidente que no. Pero contra toda expectativa no se comportó como esperaba, no vino en mi busca, ni me volvió a llamar, tras diez minutos sin que ninguna señal de vida surgiera de la plata baja decidí acudir a sus antiguas llamadas. Cuando llegué al final de las escaleras pude oír sus sollozos, estaba tirada en una silla y tenía el vestido abrazado, como si la tela de este la mantuviese unida a la vida, me acerqué a ella, pero sin saber que hacer o decir, nunca había visto a mi madre llorar, ni siquiera en los peores momentos, cuando todo definitivamente había perdido el sentido, y no quedaba nada que pudiese salir bien en esos momentos ella sonreía y acudía a sus vías de escape, por eso no entendía que le afectase tanto que no me hubiese gustado su vestido, solo era eso, un vestido, estaba acostumbrada a que rechazase ese tipo de cosas.
Puse una mano en su hombre y le bese la mejilla, estas demostraciones de cariño no eran comunes en mi, como todo lo que estaba pasando últimamente, pero dentro de todo mi vacío, ella era lo único que tenía, lo había hecho todo por mí, esto era lo mínimo que podía darle, aunque no sabía como hacer el resto.
-No hace falta que llores, me ha gustado mucho- le mentí, no era la verdad, pero que podía hacer, no quería dañarla más.
La fuerza de su llanto aumento, y con este mi desesperación -En serio mamá es precioso, pero no hacía falta que te molestases- me miro a los ojos durante cinco minutos seguidos, sin inmutarse, sin que nada en su semblante pudiese dar a entender qué tenía en la cabeza.
-¿No lo entiendes, sabes lo que es?- su voz era suave, prácticamente inaudible.
-¿Pero que debo entender?, ¿De que me estas hablando?- Todo a mí alrededor daba vueltas, y al parecer no había nada sólido a lo que agarrarme.
-Es el vestido de la princesa Apan.-su aclaración fue firme, y con ella todas las dudas se disiparon. Yo no me había dado cuenta porque estaba tan enfadada que ni lo había sacado de la caja, pero definitivamente era exactamente eso, tal y como mi padre lo dibujo. Y es que, el cuento de la princesa Apan era mi favorito, mi padre lo escribió para mí, para animarme a no pasarme la vida buscando un príncipe azul.
La princesa Apan era una joven bellísima, de cabellos dorados y sonrosadas mejillas, y como buena princesa estaba esperando a su príncipe azul, el cual llegaría cuando ella cumpliese los dieciocho años. Faltaban tres días para tan señalada fecha cuando la joven asistió a una fiesta para princesas, allí pudo ver de muchos tipos; unas habían sido liberadas de una torre, otras despertadas de un sueño eterno, muchas otras salvadas de una muerte segura a causa de un extraño veneno, y así sucesivamente. Totalmente intrigada la joven Apan se preguntaba porque todas las princesas habían tenido tan mala suerte, haciendo preguntas descubrió que esto se debía a que, para ser una buena princesa, el día de su dieciocho cumpleaños, sus padres la pondrían en peligro, un peligro que realmente no existía, para que de este modo, un guapo caballero la salvase, y poder estar seguros que este joven era lo suficientemente valiente y entregado. Comprendió entonces esta, que todo cuanto había vivido era una mentira, y que por esto se sabía con tanta exactitud cuando llegaría el anhelado amante, pero había algo que fallaba en esta historia, las princesas que en este baile se encontraban habían tenido un final, que todos consideraban feliz, y todas se sentían muy orgullosas de sus aventuras, pero ¿Qué pasaría si el salvador no llegase a tiempo?, se puso entonces de nuevo a preguntar, y pudo deducir por los silencios de todas que estos casos habían existido, y que seguramente no acabasen precisamente bien, pues nadie quiso hablar de ellos.
Terminó el baile, y todos regresaron a sus respectivos reinos. Cuando llegó a palacio su madre la estaba esperando con un vestido precioso, era blanco como la nieve, y con pequeños adornos de cristales que brillaban como las estrellas, le hizo probárselo una y otra vez, hasta que las costureras del reino lo dejaron lo suficiente apretado como para aprisionar sus pulmones, y también sus ideas, puesto que una buena princesa no debe pensar, solo sonreír. Con el vestido acabado, y todo cuanto conocía patas arriba, se fue a su alcoba, de camino a esta escuchó a su padre conversar con el jefe del ejercito, al parecer su destino era ser salvada de una torre. Apan tenía dudas sobre lo que quería, pero lo que si tenía muy claro era lo que no deseaba, y entre esto lo que más relevancia había tomado esa tarde era lo de ser puesta en peligro por los que más la querían, ser salvada por un desconocido, y vivir una vida encorsetada siguiendo normas estúpidas que estaban en contra del amor verdadero y de la dignidad de una princesa, porque por mucho que dijese su madre, una princesa debía defender a su pueblo y conseguir lo que se propusiese, no sonreír todo el día, fingiendo ser feliz y haciendo lo que le manden, porque ella no estaba dispuesta a ser una victima de los falsos cuentos y tenía muy claro que dirigiría su propio destino. Pensó en decírselo a su madre, pero supo al instante lo que le diría, que era una vergüenza para todo el reino, y que una princesa sin príncipe no tendría cuento, así que se fué a su habitación y buscó lo que necesitaría.
A la mañana siguiente la despertaron temprano, la embutieron en el vestido blanco y la llevaron en carruaje hasta una torre, donde la dejaron encerrada. Cuando estuvo sola se puso su vestido de seda dorada, no era lo más adecuado para su plan, pero este tenía un significado especial, todos habían dicho que no era el tipo de vestido ni del color adecuado para una princesa, pero ella lo había adquirido en secreto y desde entonces lo guardaba oculto, con él, hoy demostraría que nadie decidía por ella.
Cambiada de ropa emprendió su plan, bajó por uno de los laterales de la torre, y huyó de esta para vivir su vida.
Cuando el príncipe llegó con su caballo blanco y su armadura perfecta, se encaramó a lo mas alto de la mas alta torre, con la gracia y el desparpajo de quien lo ha hecho durante toda su vida, pero claro, esta era la misión para la que había nacido. Cuando llegó a su objetivo se preparo para obtener su premio, pero lo único que encontró fue un pomposo vestido blanco y una tarjeta:
"No necesito príncipes que hagan mi cuento, porque yo escribiré mi historia".
Ahora que todas las piezas encajaban miré a mi madre con los ojos como platos,
-¿Qué día es hoy?- pregunté sin más, mi madre entendió al instante mi pregunta.
- Dieciocho de octubre- respondió mientras asentía confirmando así mi muda aclaración, faltaban tres días para mi cumpleaños.
Pasé toda la noche abrazada al madito vestido, llorando a lagrima viva, sin poder contener las emociones que llevaba años manteniendo a raya, expulsándolas poco a poco de mi cuerpo, para que así no me dañaran como ya lo habían hecho, pero tanto trabajo para nada, porque ahora, casi once años después de la muerte de mi padre volvía a ser la niña asustada, perdida y maltrecha en la que había jurado no volver a convertirme. El tiempo dejo de existir a mí alrededor, y las horas pasaron, estoy segura de que lo hicieron, lo estoy porque el domingo por la mañana mi madre me encontró exactamente igual que el viernes, al parecer ella había recobrado la cordura, y volvía a ser la misma, pero yo llevaba un día y dos noches sin moverme de la cama, tumbada en posición fetal, con los ojos hinchados de llorar y las mejillas despellejadas por la continua caída de la lagrimas, el vestido estaba enredado entre mis brazos, empapado en mi llanto y mezclado con mi pelo, que se encontraba en las misma condiciones y me caía sobre la cara enredado y maltrecho. Mi fin de semana de lectura se había convertido en una auto tortura.
Adriana me obligo a levantarme de la cama, me arranco el vestido de las manos y me metió a empujones en el baño, mientras me ordenaba que me duchase, como si fuese un zombi le hice caso y me adecente. Cuando volví a mi habitación el vestido ya no estaba en está, las ventanas estaban abiertas, las persianas subidas y la cama hecha, mi madre había decidido por mi cuando se acababa mi aislamiento, y ante una de esas decisiones suyas no había nada que yo tuviese derecho a decir. Me giré hacía la puerta, sin saber que hacer o a donde ir, y ahí estaba ella, con mi desayuno en una bandeja, y su recuperada sonrisa en la boca, estuve segura en ese momento que nunca había brillado tanto como esa mañana de otoño.
domingo, 13 de diciembre de 2009
Capitulo 5: Primeras consecuencias.
Por fin, y por primera vez en toda la mañana, el timbre anunciaba algo, que nada ni nadie, podía estropear, la clase de literatura universal; y es que, adoro esta asignatura, algo no muy difícil de entender si sabes de mi pasión por los libros. Pero esta vez, se daba el caso, de que mí primera aclaración era errónea, puesto que había algo, más bien alguien, capaz de estropear el que había sido el momento mas maravilloso de la semana durante años. Y ahí estaba, dirigiéndose al aula nueve con cara triunfo y un brillo imborrable en esos inquietantes ojos suyos.
Camine tras él sin acortar distancias, con paso lento y relajado, me acostumbre a este ritmo y me olvide del mundo, mientras me prometía a mi misma que no dejaría que el nuevo me afectara lo mas mínimo, es cierto que no había tenido un compañero de mesa desde la primaría, aunque los profesores se empeñasen en hacer intentos, los cuales siempre finalizaban con las suplicas por parte de todos los implicados para que lo dejaran estar, pero esto no tendría por que ser tan malo, solo tenía que relajarme y ser yo misma, es decir, hacer como si estuviese sola.
Durante mis meditaciones el pasillo había desaparecido y solo veía borrones de colores que pasaban junto a mí esquivándome, aun así puede distinguir la fuente del agua por sus colores metálicos y otro borrón que seguramente bebía de ella, seguí mi camino, y tras dar un par de pasos oí mi nombre a través de la nebulosa, cuanto mas claro se hacía este mas definidas eran las formas que me rodeaban. Me gire para casi morir por la sorpresa cuando vi de donde provenía, lo que faltaba.
-¿Tu también vas a literatura universal?- lo estaba oyendo, le estaba viendo, y aun no me creía que estuviese ahí, pero si iba delante mía, y había cuidado de no acercarme a él, y entonces me di cuenta, debía de a ver conseguido mi propósito de ignorarlo, porque ahora que me fijaba el color beige de su sudadera correspondía con el del borrón de la fuente, debía haberle adelantado y no me había dado cuenta.
-Si- dije sonando muy desconcertada.
-Es el aula nueve ¿no?- continuo él.
-Si- repetí con el mismo tono de la vez anterior.
-La profesora se llama Susana ¿no?-
-Si- parecía que no sabía decir otra cosa, y hasta yo misma me percataba de lo tonta que debía resultar.
-Gracias- su cara tenía una expresión muy extraña.- Oye mira, siento lo de antes, no sabía que era tu sitio vale, pero no creo que sea una cosa como para guardarme rencor toda la vida.
-No es por lo del sitio.- le corte.
-Pues si es por lo de antes, lo de fuera, también lo siento, estaba viendo el centro simplemente, no pretendía molestar, pero es que te giraste de tal forma que me hizo gracias, tampoco es un delito.- Lo dijo todo tan rápido que apenas pude comprender sus palabras.
-Tampoco es eso- sonaba bastante mejor de lo que me encontraba.
-¿Entonces? No me conoces, no tienes motivos para hablarme así o mejor dicho, para no hablarme.- no podía creerlo ¿Estaba preocupado porque no le hablaba?
-No hablo mucho, no es porque seas tú- le aclare - además ahora iba pensando en mis paranoias y me has sobresaltado nada más.-
-Ah, de acuerdo- parecía aliviado- te importa entonces que te acompañe, no tengo muy claro donde es.-
-No claro, pero no esperes conseguir una conversación interesante conmigo, solo silencio- sonrío de una forma bastante adorable, sus labios carnosos se abrieron para dejar al descubierto unos impolutos y perfectos dientes blancos.
-En muchas ocasiones, el silencio se agradece más que ninguna palabra.-
Y esto fue todo lo que hablamos durante el resto del día, las clases pasaron y la mañana con ellas. Volví al autobús totalmente segura de encontrar mi lugar vacío, me senté en el y me relaje, que ganas que tenía de llegar a casa.
Sin previo aviso note movimiento, lo cual anunciaba la presencia de compañía a mi lado, mire de mala gana para toparme con Luís, el cual tenía una extraña expresión en él, no estaba sonriendo, y según parecía tampoco tenía demasiadas ganas de ello.
-¿Pensé que te gustaba estar sola?- parecía molesto.
-Es evidente que si- conteste aunque no sabía porque tenía que darle explicaciones.
-Entonces ¿Qué hacías con el italianito?- así que de allí era de donde venía el apellido Onetti, Alejo era italiano, ¿pero si no tenia acento?, ni su aspecto correspondía con el típico, aunque claro, yo tampoco había visto muchos italianos, entre divagación y paranoia recordé que tenía a Luís esperando.
-No se de que me hables- respondí para dejar ver la indeferencia que me producía el nuevo, o la que quería que me produjera mejor dicho.
-Alejo, el nuevo el que esta sentado a tu lado-
-Ah ese, ¿es italiano?- mi cara de inocencia debió ser estupenda por que el cambio en su humor fue automático.
-Si lo es, y ahora todas las tías de la clase babean por él, aunque me alegra saber que hay excepciones- sonrío, así que eso era lo que buscaba en mi, un calmante para su ego pisoteado, lo que había que ver.
-Si, supongo que es mono, ¿pero a que viene todo esto?- daba igual la respuesta que me diese, yo ya sabía cual era la verdad, pero me intrigaba ver como salía de este lío tan raro en el que el solo se había metido.
-Como me dijiste esta mañana que te gusta estar sola, y luego te he visto hablar con el en pasillo a quinta n hora, pues me ha llamado la atención.- según hablaba bajaba más la voz ¿Significaba eso que se había dando cuenta de la tontería que estaba haciendo?.
-Le estaba diciendo justamente eso- y yo porque le daba explicaciones-
-De acuerdo,- sonrío de oreja a oreja. -no quiero agobiarte, pero me gustaría que fuésemos amigos, prometo dejarte tu espacio- que enternecedor, ahora el superhéroe quería ser mi amigo.
-Quizás con el tiempo- dije intentando desviar la conversación.
-Estupendo,- parecía no haber entendido la gran magnitud de mi quizás.- bueno ahora me voy a otro asiento, para dejarte sola, adiós- sonrío de nuevo, y yo deje caer la cabeza hacía atrás en el asiento mientras profería un quejido de dolor, que era lo que esta situación me estaba provocando, además de una sensación de ausencia continua, menudo culebrón.
Camine tras él sin acortar distancias, con paso lento y relajado, me acostumbre a este ritmo y me olvide del mundo, mientras me prometía a mi misma que no dejaría que el nuevo me afectara lo mas mínimo, es cierto que no había tenido un compañero de mesa desde la primaría, aunque los profesores se empeñasen en hacer intentos, los cuales siempre finalizaban con las suplicas por parte de todos los implicados para que lo dejaran estar, pero esto no tendría por que ser tan malo, solo tenía que relajarme y ser yo misma, es decir, hacer como si estuviese sola.
Durante mis meditaciones el pasillo había desaparecido y solo veía borrones de colores que pasaban junto a mí esquivándome, aun así puede distinguir la fuente del agua por sus colores metálicos y otro borrón que seguramente bebía de ella, seguí mi camino, y tras dar un par de pasos oí mi nombre a través de la nebulosa, cuanto mas claro se hacía este mas definidas eran las formas que me rodeaban. Me gire para casi morir por la sorpresa cuando vi de donde provenía, lo que faltaba.
-¿Tu también vas a literatura universal?- lo estaba oyendo, le estaba viendo, y aun no me creía que estuviese ahí, pero si iba delante mía, y había cuidado de no acercarme a él, y entonces me di cuenta, debía de a ver conseguido mi propósito de ignorarlo, porque ahora que me fijaba el color beige de su sudadera correspondía con el del borrón de la fuente, debía haberle adelantado y no me había dado cuenta.
-Si- dije sonando muy desconcertada.
-Es el aula nueve ¿no?- continuo él.
-Si- repetí con el mismo tono de la vez anterior.
-La profesora se llama Susana ¿no?-
-Si- parecía que no sabía decir otra cosa, y hasta yo misma me percataba de lo tonta que debía resultar.
-Gracias- su cara tenía una expresión muy extraña.- Oye mira, siento lo de antes, no sabía que era tu sitio vale, pero no creo que sea una cosa como para guardarme rencor toda la vida.
-No es por lo del sitio.- le corte.
-Pues si es por lo de antes, lo de fuera, también lo siento, estaba viendo el centro simplemente, no pretendía molestar, pero es que te giraste de tal forma que me hizo gracias, tampoco es un delito.- Lo dijo todo tan rápido que apenas pude comprender sus palabras.
-Tampoco es eso- sonaba bastante mejor de lo que me encontraba.
-¿Entonces? No me conoces, no tienes motivos para hablarme así o mejor dicho, para no hablarme.- no podía creerlo ¿Estaba preocupado porque no le hablaba?
-No hablo mucho, no es porque seas tú- le aclare - además ahora iba pensando en mis paranoias y me has sobresaltado nada más.-
-Ah, de acuerdo- parecía aliviado- te importa entonces que te acompañe, no tengo muy claro donde es.-
-No claro, pero no esperes conseguir una conversación interesante conmigo, solo silencio- sonrío de una forma bastante adorable, sus labios carnosos se abrieron para dejar al descubierto unos impolutos y perfectos dientes blancos.
-En muchas ocasiones, el silencio se agradece más que ninguna palabra.-
Y esto fue todo lo que hablamos durante el resto del día, las clases pasaron y la mañana con ellas. Volví al autobús totalmente segura de encontrar mi lugar vacío, me senté en el y me relaje, que ganas que tenía de llegar a casa.
Sin previo aviso note movimiento, lo cual anunciaba la presencia de compañía a mi lado, mire de mala gana para toparme con Luís, el cual tenía una extraña expresión en él, no estaba sonriendo, y según parecía tampoco tenía demasiadas ganas de ello.
-¿Pensé que te gustaba estar sola?- parecía molesto.
-Es evidente que si- conteste aunque no sabía porque tenía que darle explicaciones.
-Entonces ¿Qué hacías con el italianito?- así que de allí era de donde venía el apellido Onetti, Alejo era italiano, ¿pero si no tenia acento?, ni su aspecto correspondía con el típico, aunque claro, yo tampoco había visto muchos italianos, entre divagación y paranoia recordé que tenía a Luís esperando.
-No se de que me hables- respondí para dejar ver la indeferencia que me producía el nuevo, o la que quería que me produjera mejor dicho.
-Alejo, el nuevo el que esta sentado a tu lado-
-Ah ese, ¿es italiano?- mi cara de inocencia debió ser estupenda por que el cambio en su humor fue automático.
-Si lo es, y ahora todas las tías de la clase babean por él, aunque me alegra saber que hay excepciones- sonrío, así que eso era lo que buscaba en mi, un calmante para su ego pisoteado, lo que había que ver.
-Si, supongo que es mono, ¿pero a que viene todo esto?- daba igual la respuesta que me diese, yo ya sabía cual era la verdad, pero me intrigaba ver como salía de este lío tan raro en el que el solo se había metido.
-Como me dijiste esta mañana que te gusta estar sola, y luego te he visto hablar con el en pasillo a quinta n hora, pues me ha llamado la atención.- según hablaba bajaba más la voz ¿Significaba eso que se había dando cuenta de la tontería que estaba haciendo?.
-Le estaba diciendo justamente eso- y yo porque le daba explicaciones-
-De acuerdo,- sonrío de oreja a oreja. -no quiero agobiarte, pero me gustaría que fuésemos amigos, prometo dejarte tu espacio- que enternecedor, ahora el superhéroe quería ser mi amigo.
-Quizás con el tiempo- dije intentando desviar la conversación.
-Estupendo,- parecía no haber entendido la gran magnitud de mi quizás.- bueno ahora me voy a otro asiento, para dejarte sola, adiós- sonrío de nuevo, y yo deje caer la cabeza hacía atrás en el asiento mientras profería un quejido de dolor, que era lo que esta situación me estaba provocando, además de una sensación de ausencia continua, menudo culebrón.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
Capitulo 4: En pie de guerra.
La cosa no mejoro precisamente cuando volvió a tocar el timbre, me levante de mala gana y me dirigí a mi siguiente clase. Nada mas entrar en el edificio la calefacción me robo el alivio que el aire libre me había regalado, suspire ante el malestar que esto me provoco y seguí mi camino.
Al llegar al aula algo volvió a romper mi rutina, definitivamente el mundo conspiraba en mi contra. El chico al cual había servido de entretenimiento hacia mas o menos veinte minutos se había sentado en mi sitio. Bastante enfadada y sin poder comprender nada me dirigí hacía él, aunque el profesor de historia ya ocupaba su lugar.
-Ese es mi pupitre.- le espete si más preámbulos, ya había tenido una mala experiencia con mis intentos de ser educada, y no pensaba repetir.
-¿Perdona?- Pestañeo unas cuantas veces, no pude evitar que sus ojos me llamaran la atención, eran cobrizos, casi naranjas.
-Que ese es mi asiento, no se porque estas ahí, pero no deberías estar.- Había sido clara y concisa, ¿Qué parte era la que no entendía?.
-Lo siento, el profesor me dijo que me sentase aquí- lo que me faltaba, pensé, resultaba que ahora era tan invisible para el mundo que ni siquiera los profesores se percataban de mi existencia.
-Quizás haya sido un error- concedí, estaba harta hasta de discutir, solo quería que esto se acabase -el lugar de al lado esta vacío, puede que no se explicase bien.-
-Habrá sido eso- dijo en voz baja, claramente molesto. Después cogió sus cosas y se sitúo en el asiento contiguo, aunque estoy segura de que si hubiese otro libre habría salido disparado hacía él. Como su primer día que era tuvo que pasar por la vergüenza de ser presentado oficialmente ante todos, se levanto con total confianza, ni un tropiezo, ni un mal paso, la envidia me dio un fuerte picotazo, si hubiese sido yo antes de levantarme ya me habría caído. Tenía que reconocer, ahora que ni la vergüenza ni la rabia me cegaban, que era bastante guapo, su sonrisa era deslumbrante, y el pelo le caiga desordenado a ambos lados de la cara, era de un castaño diferente y brillaba bajo las lámparas fluorescentes. Todas las chicas, a excepción mía, sacaron sus encantos para el recién llegado, pero lugar a dudas, el mejor repertorio era el de Amanda, como no. La verdad es que a mí el atractivo del chico solo me incumbía en una cosa, como esté se sentaba a mi lado, ahora todas mis compañeras se pasarían las clases mirando hacía atrás, y eso me pondría bastante más que nerviosa, aunque en realidad no me mirasen a mí. Su voz sonaba mucho mejor ahora, que no estaba ni desconcertado ni enfadado. Era melodiosa, y bastante rítmica, aunque tenía un matiz fuerte que no terminaba de encajar. Según dijo, su nombre era Alejo Onetti, contó algo más de él, de donde venía creo, pero yo desconecte para darme cuenta, de que no era normal en mí la atención que le estaba prestado, la forma en la que había analizado sus rasgos y los matices de su voz, hoy estaba haciendo cosas muy raras, pero claro, también el día estaba siendo muy raro.
Alejo volvió a su sitió, trayéndose con el las miradas de todas las adolescentes del aula, cuyas hormonas parecían haberse puesto en píe de guerra. Que bonita estampa, con tantas caídas de ojos, y movimiento de pelo aquello parecía un concurso de belleza. Estaba segura de que, si no hubiese estado el profesor, la candidatas se habrían levantado para mostrar sus armas, aunque el no parecía notarlo, supuse que estaría más que acostumbrado a esas situaciones.
-Un chico con suerte-reí para mis adentros, y una fuerte competencia, me preguntaba que pensaría Luís de esto, cuando lo vi morderse el labio notablemente enfadado, la verdad la situación estaba tomando una dirección bastante divertida, y no pude contener una risa.
El nuevo pareció darse cuenta, me quede mas tranquila al observar que estaba demasiado lejos como para que fuese verdad. Siguió hasta su recién ocupado sitio y se sentó. Me miro de reojo, y yo no pude evitar mirar hacía la ventana, como respuesta a mi reacción su mirada se volvió más descarada, y tras un par de minutos me gire sin poder borrar mi cara de desconcierto.
-Me llamo Alejo- dijo sin previo aviso, después de mirarme a los ojos durante unos segundo, que me parecieron interminables.
-Ya lo he oído- le respondí con toda la frialdad que pude.
-Vale.- la indiferencia se pinto en su voz con toda claridad, como debía ser, esto me hizo sentir mejor, pero antes de que pudiera regocijarme en mi triunfo su voz volvió a sonar para estropearme el momento- Como estabas tan ocupada observando la flora y fauna de los alrededores, me pareció que no habías escuchado.-
-Muy suspicaz por tu parte.- me atreví a decir, mientras me giraba de nuevo hacía la ventana, el moviendo fue bastante rápido, y un mecho de cabello se escapo de mi coleta, cayendo suelto sobre mi frente.
-¿Y tu nombre es?- la pregunta parecía una trampa letal.
-Nalhué- musite.
-¿Perdona?- no estaba segura de si de verdad no se había enterado, o si es que había detectado la vergüenza en mi voz y le gustaba torturarme.
-Nalhué- conteste, esta vez con voz mas alta.
-Bonito nombre- estaba esperando cualquier respuesta menos esa, ¿el tío este me estaba vacilando? o ¿era sensación mía?. Sea lo que fuese, resulto más evidente cuando no hizo las preguntas que estaba esperando. Ni que mi nombre fuese como para no hacerlas. Simplemente continúo atendiendo a la clase como si tal cosa, mientras una sonrisa fugitiva iluminaba su rostro, si hubiese podido me habría levantado y lo habría matado, pero como no podía, simplemente intente centrarme en el anarquismo, socialismo, comunismo, etc.
Al llegar al aula algo volvió a romper mi rutina, definitivamente el mundo conspiraba en mi contra. El chico al cual había servido de entretenimiento hacia mas o menos veinte minutos se había sentado en mi sitio. Bastante enfadada y sin poder comprender nada me dirigí hacía él, aunque el profesor de historia ya ocupaba su lugar.
-Ese es mi pupitre.- le espete si más preámbulos, ya había tenido una mala experiencia con mis intentos de ser educada, y no pensaba repetir.
-¿Perdona?- Pestañeo unas cuantas veces, no pude evitar que sus ojos me llamaran la atención, eran cobrizos, casi naranjas.
-Que ese es mi asiento, no se porque estas ahí, pero no deberías estar.- Había sido clara y concisa, ¿Qué parte era la que no entendía?.
-Lo siento, el profesor me dijo que me sentase aquí- lo que me faltaba, pensé, resultaba que ahora era tan invisible para el mundo que ni siquiera los profesores se percataban de mi existencia.
-Quizás haya sido un error- concedí, estaba harta hasta de discutir, solo quería que esto se acabase -el lugar de al lado esta vacío, puede que no se explicase bien.-
-Habrá sido eso- dijo en voz baja, claramente molesto. Después cogió sus cosas y se sitúo en el asiento contiguo, aunque estoy segura de que si hubiese otro libre habría salido disparado hacía él. Como su primer día que era tuvo que pasar por la vergüenza de ser presentado oficialmente ante todos, se levanto con total confianza, ni un tropiezo, ni un mal paso, la envidia me dio un fuerte picotazo, si hubiese sido yo antes de levantarme ya me habría caído. Tenía que reconocer, ahora que ni la vergüenza ni la rabia me cegaban, que era bastante guapo, su sonrisa era deslumbrante, y el pelo le caiga desordenado a ambos lados de la cara, era de un castaño diferente y brillaba bajo las lámparas fluorescentes. Todas las chicas, a excepción mía, sacaron sus encantos para el recién llegado, pero lugar a dudas, el mejor repertorio era el de Amanda, como no. La verdad es que a mí el atractivo del chico solo me incumbía en una cosa, como esté se sentaba a mi lado, ahora todas mis compañeras se pasarían las clases mirando hacía atrás, y eso me pondría bastante más que nerviosa, aunque en realidad no me mirasen a mí. Su voz sonaba mucho mejor ahora, que no estaba ni desconcertado ni enfadado. Era melodiosa, y bastante rítmica, aunque tenía un matiz fuerte que no terminaba de encajar. Según dijo, su nombre era Alejo Onetti, contó algo más de él, de donde venía creo, pero yo desconecte para darme cuenta, de que no era normal en mí la atención que le estaba prestado, la forma en la que había analizado sus rasgos y los matices de su voz, hoy estaba haciendo cosas muy raras, pero claro, también el día estaba siendo muy raro.
Alejo volvió a su sitió, trayéndose con el las miradas de todas las adolescentes del aula, cuyas hormonas parecían haberse puesto en píe de guerra. Que bonita estampa, con tantas caídas de ojos, y movimiento de pelo aquello parecía un concurso de belleza. Estaba segura de que, si no hubiese estado el profesor, la candidatas se habrían levantado para mostrar sus armas, aunque el no parecía notarlo, supuse que estaría más que acostumbrado a esas situaciones.
-Un chico con suerte-reí para mis adentros, y una fuerte competencia, me preguntaba que pensaría Luís de esto, cuando lo vi morderse el labio notablemente enfadado, la verdad la situación estaba tomando una dirección bastante divertida, y no pude contener una risa.
El nuevo pareció darse cuenta, me quede mas tranquila al observar que estaba demasiado lejos como para que fuese verdad. Siguió hasta su recién ocupado sitio y se sentó. Me miro de reojo, y yo no pude evitar mirar hacía la ventana, como respuesta a mi reacción su mirada se volvió más descarada, y tras un par de minutos me gire sin poder borrar mi cara de desconcierto.
-Me llamo Alejo- dijo sin previo aviso, después de mirarme a los ojos durante unos segundo, que me parecieron interminables.
-Ya lo he oído- le respondí con toda la frialdad que pude.
-Vale.- la indiferencia se pinto en su voz con toda claridad, como debía ser, esto me hizo sentir mejor, pero antes de que pudiera regocijarme en mi triunfo su voz volvió a sonar para estropearme el momento- Como estabas tan ocupada observando la flora y fauna de los alrededores, me pareció que no habías escuchado.-
-Muy suspicaz por tu parte.- me atreví a decir, mientras me giraba de nuevo hacía la ventana, el moviendo fue bastante rápido, y un mecho de cabello se escapo de mi coleta, cayendo suelto sobre mi frente.
-¿Y tu nombre es?- la pregunta parecía una trampa letal.
-Nalhué- musite.
-¿Perdona?- no estaba segura de si de verdad no se había enterado, o si es que había detectado la vergüenza en mi voz y le gustaba torturarme.
-Nalhué- conteste, esta vez con voz mas alta.
-Bonito nombre- estaba esperando cualquier respuesta menos esa, ¿el tío este me estaba vacilando? o ¿era sensación mía?. Sea lo que fuese, resulto más evidente cuando no hizo las preguntas que estaba esperando. Ni que mi nombre fuese como para no hacerlas. Simplemente continúo atendiendo a la clase como si tal cosa, mientras una sonrisa fugitiva iluminaba su rostro, si hubiese podido me habría levantado y lo habría matado, pero como no podía, simplemente intente centrarme en el anarquismo, socialismo, comunismo, etc.
martes, 1 de diciembre de 2009
Capitulo 3: Escalofríos.
De la situación totalmente surrealista que me encontraba, me salvó algo que nunca habría considerado de mayor importancia, aunque la mayoría de las cosas no tenían mayor importancia para mí, esto fue el egocentrismo de Amanda, otra de las jóvenes que vivían en la inmediaciones de mi mundo. Todo en ella era espectacular, y parecía medido al milímetro para que la armonía y la belleza fuesen inigualables.
Cuando yo era mas pequeña, antes de que mi aislamiento social fuese tan acusado, recuerdo que la comparaba con las típicas chicas perfectas de los libros, que son malas y siempre acaban perdiendo ante la fea pero buena, pero en mi asociación algo fallaba, Amanda era guapa, eso esta claro, pero no era tonta, y tampoco mala, sí presumida, y como ya he dejado claro egocéntrica, pero sin embargo, y en una extraña combinación, resultaba ser muy noble, y no soportaba ver a nadie sufrir.
Yo, recientemente convertida en hielo, contemplaba la mano de Luís, que seguía moviéndose a un ritmo que ante mis ojos parecía cámara lenta, cuando, como arrastrada por la fuerza del viento ella entro en el autobús, sin mediar palabra, y como era común en ella, sin preguntarse si era la aludida, se dirigió al joven y se sentó junto a él, salvándome de tomar una decisión de la que probablemente me arrepentiría y dándome la oportunidad de sentarme sola un par de asientos atrás, no era mi lugar, pero por lo menos estaba libre de superhéroes de instituto.
Durante el trayecto hasta el instituto mi tan anhelada rutina volvió, cuando ya me había relajado y pensaba que la cordura había vuelto a Luís; el autobús paró ante la puerta del centro para demostrarme cuan equivocada estaba. Él me esperaba al final de las escaleras con una disculpa por lo ocurrido y ni la menor idea de que el motivo de esta era lo mejor que me había pasado durante lo que llevaba de día.
-Siento mucho lo de antes- empezó- supongo que Amanda no sabía que te estaba llamando a ti- sonrío de forma bobalicona. Ya no podía más, había pasado demasiado tiempo fingiendo ser lo que no era, y ya ni siquiera la educación justificaba que mí comportamiento.
-No importa- improvise- tampoco me hubiese sentado.-
-¿Pero, yo pensé que siempre te sentabas hay?- pregunto totalmente desconcertado.
-Y así es, pero me gusta estar sola, y si estas tú, pues, ya no estoy sola- mi habitual ironía empezaba a cobrar fuerza. Lo deje allí y me dirigí a mi primera clase, no me gire en ningún momento pero sentía sus ojos azules clavados en mi nuca, no se cuanto tiempo permaneció inmóvil pero fue el suficiente como para que yo desapareciera tras las grandes puertas de metal que franqueaban la entrada del I.E.S. Dctr. Fleming.
Llegué a la clase Matemáticas que aún permanecía prácticamente vacía, tomé asiento junto a la ventana, en el exterior los árboles brillaban bajo un tenue sol que comenzaba a desperezarse combinado con el temprano rocío, pero el sol no era el único que se encontraba mojado por el sueño, mis compañeros también eran partícipes de este, algo fácilmente perceptible puesto que ni las risas ni el bullicio habían hecho acto de presencia.
El profesor García, un hombre de unos cincuenta años, cabello cano y expresión austera, entro en la clase, sus pasos no cambiaron el ambiente del aula, su lección pasó por mí como si no se hubiese producido, pero antes de que el timbre, ese glorioso sonido, repiquetease para anunciar el final de la tortura, hice algo que no había hecho nunca, mire a mi alrededor para notar la falta de un compañero, ¿Dónde estaba Luís?.
Mi pregunta se vio repentinamente contestada, cuando la puerta se abrió en perfecta coordinación con el sonido que todos estaban esperando, el ausente dejo de estarlo para entrar por ella, posó sus ojos sobre mí unos breves segundos, y tras esto acudió al encuentro de Amanda, cuya sonrisa sería fácil de confundir con un amanecer de primavera, no se si lo hizo por costumbre o como una acto de reproche hacia mí, fuese como fuese, no me importó, todo volvía a ser como antes, y ese antes era lo único que conocía, o al menos, lo único que recordaba conocer.
Las siguientes clases pasaron lenta y pesadamente, los minutos luchaban contra el reloj, y este no cesaba en su batalla, afortunadamente el enfrentamiento finalizó, dejando paso al descanso de media mañana, que para mi se traducía en medía hora para poder afrontar el resto del día.
Recogí mis cosas a un ritmo frenético, era la única actividad que no realizaba de forma exasperadamente lenta, cuando la profesora de francés abandonó la estancia yo la seguí como alma que lleva el diablo, surqué los pasillos del centro y desemboque en el patio, el aire frío me recorrió de pies a cabeza, todo el cuerpo se me estremeció y mi piel revelo mi reacción, me dirigía a la valla aprovechando mi ratito de libertad.
Me senté en la hierba y dejé volar mis pensamientos, sin previo aviso el frescor que me había aliviado cambió a un calor sofocante, la quemazón se extendía desde la espalda hacía el resto del cuerpo, en una reacción inconsciente me gire, un joven pasaba por la calle, al ver mi expresión; una sonrisita cruzo su cara, consciente de lo patética que resultaba la mía, recupere la posición inicial lo más rápido que pude, mientras el extraño calor se trasladaba de mi espalda a las mejillas, claramente acompañado por un color rojizo que se apropió de estas, no había forma de arreglar el día.
Cuando yo era mas pequeña, antes de que mi aislamiento social fuese tan acusado, recuerdo que la comparaba con las típicas chicas perfectas de los libros, que son malas y siempre acaban perdiendo ante la fea pero buena, pero en mi asociación algo fallaba, Amanda era guapa, eso esta claro, pero no era tonta, y tampoco mala, sí presumida, y como ya he dejado claro egocéntrica, pero sin embargo, y en una extraña combinación, resultaba ser muy noble, y no soportaba ver a nadie sufrir.
Yo, recientemente convertida en hielo, contemplaba la mano de Luís, que seguía moviéndose a un ritmo que ante mis ojos parecía cámara lenta, cuando, como arrastrada por la fuerza del viento ella entro en el autobús, sin mediar palabra, y como era común en ella, sin preguntarse si era la aludida, se dirigió al joven y se sentó junto a él, salvándome de tomar una decisión de la que probablemente me arrepentiría y dándome la oportunidad de sentarme sola un par de asientos atrás, no era mi lugar, pero por lo menos estaba libre de superhéroes de instituto.
Durante el trayecto hasta el instituto mi tan anhelada rutina volvió, cuando ya me había relajado y pensaba que la cordura había vuelto a Luís; el autobús paró ante la puerta del centro para demostrarme cuan equivocada estaba. Él me esperaba al final de las escaleras con una disculpa por lo ocurrido y ni la menor idea de que el motivo de esta era lo mejor que me había pasado durante lo que llevaba de día.
-Siento mucho lo de antes- empezó- supongo que Amanda no sabía que te estaba llamando a ti- sonrío de forma bobalicona. Ya no podía más, había pasado demasiado tiempo fingiendo ser lo que no era, y ya ni siquiera la educación justificaba que mí comportamiento.
-No importa- improvise- tampoco me hubiese sentado.-
-¿Pero, yo pensé que siempre te sentabas hay?- pregunto totalmente desconcertado.
-Y así es, pero me gusta estar sola, y si estas tú, pues, ya no estoy sola- mi habitual ironía empezaba a cobrar fuerza. Lo deje allí y me dirigí a mi primera clase, no me gire en ningún momento pero sentía sus ojos azules clavados en mi nuca, no se cuanto tiempo permaneció inmóvil pero fue el suficiente como para que yo desapareciera tras las grandes puertas de metal que franqueaban la entrada del I.E.S. Dctr. Fleming.
Llegué a la clase Matemáticas que aún permanecía prácticamente vacía, tomé asiento junto a la ventana, en el exterior los árboles brillaban bajo un tenue sol que comenzaba a desperezarse combinado con el temprano rocío, pero el sol no era el único que se encontraba mojado por el sueño, mis compañeros también eran partícipes de este, algo fácilmente perceptible puesto que ni las risas ni el bullicio habían hecho acto de presencia.
El profesor García, un hombre de unos cincuenta años, cabello cano y expresión austera, entro en la clase, sus pasos no cambiaron el ambiente del aula, su lección pasó por mí como si no se hubiese producido, pero antes de que el timbre, ese glorioso sonido, repiquetease para anunciar el final de la tortura, hice algo que no había hecho nunca, mire a mi alrededor para notar la falta de un compañero, ¿Dónde estaba Luís?.
Mi pregunta se vio repentinamente contestada, cuando la puerta se abrió en perfecta coordinación con el sonido que todos estaban esperando, el ausente dejo de estarlo para entrar por ella, posó sus ojos sobre mí unos breves segundos, y tras esto acudió al encuentro de Amanda, cuya sonrisa sería fácil de confundir con un amanecer de primavera, no se si lo hizo por costumbre o como una acto de reproche hacia mí, fuese como fuese, no me importó, todo volvía a ser como antes, y ese antes era lo único que conocía, o al menos, lo único que recordaba conocer.
Las siguientes clases pasaron lenta y pesadamente, los minutos luchaban contra el reloj, y este no cesaba en su batalla, afortunadamente el enfrentamiento finalizó, dejando paso al descanso de media mañana, que para mi se traducía en medía hora para poder afrontar el resto del día.
Recogí mis cosas a un ritmo frenético, era la única actividad que no realizaba de forma exasperadamente lenta, cuando la profesora de francés abandonó la estancia yo la seguí como alma que lleva el diablo, surqué los pasillos del centro y desemboque en el patio, el aire frío me recorrió de pies a cabeza, todo el cuerpo se me estremeció y mi piel revelo mi reacción, me dirigía a la valla aprovechando mi ratito de libertad.
Me senté en la hierba y dejé volar mis pensamientos, sin previo aviso el frescor que me había aliviado cambió a un calor sofocante, la quemazón se extendía desde la espalda hacía el resto del cuerpo, en una reacción inconsciente me gire, un joven pasaba por la calle, al ver mi expresión; una sonrisita cruzo su cara, consciente de lo patética que resultaba la mía, recupere la posición inicial lo más rápido que pude, mientras el extraño calor se trasladaba de mi espalda a las mejillas, claramente acompañado por un color rojizo que se apropió de estas, no había forma de arreglar el día.
domingo, 29 de noviembre de 2009
Capitulo 2: Perdiendo la cabeza.
El despertador acabo con las sombras que me amenazaban del otro lado de mis sueños, hubo un tiempo en el que estos eran bonitos y agradables, poblados de la magia que absorbía de los libros y alimentados por mi ilusión de no pertenecer a este mundo, de ser algo más que una chica poco adaptada, por no decir nada, a su sociedad, pero, con los años, me di cuenta de que todo esto no tenía ningún sentido y que las historias fantásticas pertenecen a eso, a la fantasía, y que a mí no me esperaba nada más que una vida normal, destinada a pasarla estudiando, trabajando y acumulando objetos inútiles, comportamiento propio de esta sociedad consumista. Según entraba más en la realidad menos color tenían mis sueños, hasta convertirse en las pesadillas que eran ahora, en un vacío perpetuo, rodeado de sombras incorpóreas, pero ya no me importaban, no puedes temer que te atrape el vacío, cuando no hay nada tan vacío como tú.
Me levante con las mimas energías con las que me había acostado, no es que descansase demasiado por las noches, cogí los vaqueros, una camisita de media manga y me vestí de forma automática. Me recogí el cabello en una coleta baja en un intento de no destacar mucho, nunca me gusto mi pelo, es de un tono rubio apagado, y el hecho de que tenga unos rizos como desechos no es que mejorase mucho mi aspecto ya de por si destartalado, cómo se atrevía mi madre a decirme que era guapa, por eso mismo, porque era mi madre.
Cogí la mochila y salí de casa con una tostada de mantequilla en la boca, ya tendría tiempo de comérmela de camino a la parada del autobús. Cuando llegue a está mi desayuno había desaparecido por completo, justo a tiempo para subir al transporte escolar. Tome mi asiento predilecto, la tercera fila detrás del conductor, junto a la ventana, aunque el asiento contiguo permanecía libre.
El paisaje de todos días discurría ante mis ojos, aunque estos no lo veían, no había nada que pudiese llamar mi atención, coche, coche, coche, semáforo, coche, coche, coche, parada…
Un gran frenazo me hizo saltar de mi asiento para ir a empotrarme en el de delante. Cuando fui capaz de asimilar lo ocurrido y mirar hacía el conductor, el tiempo se paro, la sangre manchaba por completo el parabrisas y no podía saber cual era el origen, Miguel, el conductor, se levanto completamente intacto e intento calmar los gritos de mis compañeros. De forma mecánica y sin necesidad de pensarlo mis oídos se desconectaron, y todo el ruido que me rodeaba fue sustituido por un murmullo lejano. Yo no podía apartar la vista de la cabeza que había sobre el capo del autobús, horas después supe que está pertenecía a un joven de veinticinco años que había perdido el control de su moto metiéndose, literalmente, debajo de nosotros tras chocar de frente y ser decapitado, una dolorosa perdida para la familia y un shock para cuarenta y nueve niños y un conductor, y digo cuarenta y nueve, porque contra cualquier pronostico a mi no me afecto lo más mínimo. Estaba demasiado pendiente del joven vestido de negro, con casco y chaqueta de cuero que se había parado a pocos pasos del cuerpo, dejando tras de si una enorme moto del mismo color que su atuendo, y que miraba lo poco que quedaba del otro joven de forma impasible. No pude saber cual sería su edad, debido a que su rostro permanecía oculto, pero nadie, ni si quiera yo ajena a toda emoción humana, sería capaz de permanecer al lado de un cadáver tan destrozado como ese y estar tan tranquilo, levanto la cabeza y me miro fijamente, no recuerdo como eran sus ojos, la forma en que llamearon borro de mi memoria todo dato que pudiese guardar de estos, se dio la vuelta monto es su moto y desapareció.
En este momento note como mis pies se despegaban del suelo, al girarme me tope con uno ojos azules que me miraban inquietos, debajo de estos las mejillas del muchacho se ruborizaron cada vez más, no tarde mucho en percatarme de quien era, el pelo negro de punta, sonrisa fugitiva, llevaba en mi clase seis años, pero la verdad nunca le había prestado atención, como al resto de mis compañeros. Cuando estuvimos fuera del autobús me dejo en el suelo y su voz temblorosa intento justificar su comportamiento.
-Intente que andarás, pero, bueno, no te movías, supongo que por el shock, y como insistían en que evacuáramos, pues no sabía que hacer….
Le corte antes de que empezase a hiperventilar. -Gracias- parecía sorprendido ante mi respuesta, que esperaba, ¿Qué le soltara una bordaría por intentar salvarme?, fue entonces, cuando me percate de que justamente eso era lo que había esperado, para intentar parecer convincente le dedique mi mejor sonrisa. -En serió Luís, muchas gracias, creo que la visión del…-la verdad yo no tenía ningún pudor en utilizar palabras como muerto, cadáver, fiambre incluso, pero estaba intentando ser amable, algo a lo que no estoy acostumbrada, y no creo que eso ayudase demasiado. - chico me ha paralizado.-
Sus ojos me miraron de hito en hito, y me recordó demasiado a Adriana la noche anterior, mis recientes ataques de sociabilidad perturbaban a los que me rodeaban y encontraba un extraño placer en esto.
-No es nada- sonaba confuso.- ¿Pero, te encuentras bien?-
-Si claro, un poco mareada, pero creo que lo superare- volví a sonreír para tranquilizarlo, aunque parecía imposible. En este momento un agente de policía se nos acerco, nos dijo que debíamos irnos, que el colegio había llamado a nuestros padres y que nos recogerían en el centro escolar, que el mismo nos llevaría. Con paso lento nos dirigimos al coche del agente, de camino a esté estuve a punto de caerme, no como consecuencia del accidente, si no por mi incompetencia para mantener el equilibrio, de todos modos las manos de Luís fueron los suficiente rápidas para cogerme por la cintura y evitar que me diera de morros contra el suelo. Sin saber como, había encontrado una sombra protectora que no se separo de mi hasta que estuve al cuidado de mí madre, yo intentando ser educada le dedique una nueva sonrisa y pronuncie un “gracias” sin sonido de modo que el pudiese entenderlo, como respuesta me lanzo un guiño cómplice. Mi madre sorprendida por verme acompañada no me pregunto absolutamente nada de lo ocurrido, simplemente me abrazo con fuerza y no quito los ojos de mi improvisado caballero andante mientras esté se marchaba.
Volvimos a casa en el destartalado coche verde que mi madre compro hace años, la calle donde había ocurrido todo estaba cortada, y el trafico circulaba muy despacio, por lo que cogimos otra dirección para así evitarnos el atasco, la jugada nos salió bien y en poco rato estuvimos en casa. Al cruzar el portal de la pequeña vivienda de dos plantas y paredes blancas las preguntas de mi madre se cernieron sobre mi como un chaparrón en mitad del verano, yo las conteste todas de la mejor forma que pude, intentando quitarle importancia a las cosas para no suscitar su curiosidad, y así, acabar cuanto antes con el interrogatorio, afortunadamente este fue mucho mas breve de lo que había esperado, en unos quince minutos me encontraba en mi habitación, sin poder olvidar unos ojos a los que realmente no recordaba.
Mis dominios estaban formados por unos ocho metros cuadrados, con pareces celestes y suelo de parquet, dos ventanas aportaban luminosidad a mi habitad, haciendo que esta pareciese mas grande, el mobiliario no era precisamente abundante, una cama un armario y una mesita, todo lo que necesitaba.
Me tire en la cama y cerré los ojos, mi madre había puesto música, unos de sus discos de cantos budistas. El cansancio se apodero de mí cerrando mis parpados, y haciéndome prisionera del mundo de la sombras, antes de caer por completo en el sopor pensé que últimamente dormía demasiado, pero esta vez no fue como siempre, mis tinieblas se ocultaban y huían de un fuego naranja intenso, y este, me atraía de forma inevitable, aun siendo consciente de que me abrasaría y solo quedaría de mi un montón de cenizas, aun así no podía dejar de caminar hacía él.
El conocido sonido del teléfono me despertó, la voz de Adriana al responder al aparato me hizo volver por completo a la realidad, en lugar de ponerse a parlotear y reír como era su costumbre, se había callado, y todo lo que podía oir de ella era el rítmico sonido de sus ligeros pasos subiendo la escalera de madera que llevaba al segundo piso, en el cual, se hallaba mí habitación. Estaba llegando a esta tan estudiada conclusión cuando la puerta se abrió, con los ojos como platos mi madre entro por ella, señalando el teléfono se limito a decir -Es para ti-.
-¿Para mí?- en mis diecisiete años de existencia nunca, y cuando digo nunca es nunca, había oído esa frase salir de boca de mi madre para referirse a una carta, una llamada. Aun conmocionada, pero no tanto como ella, le tendí la mano para coger el aparato, en cuanto me lo dio se puso a dar saltitos de un lado de la estancia al otro, como si fuese una quinceañera entusiasmada. Me acerque el teléfono a la oreja y deje escapar un tímido -¿Si?- entre mis labios. La voz de Luís me golpeo sin previo aviso.
-¿Nalhué?, hola soy Luís- parecía al borde un ataque de ansiedad- era para ver si te encontraba bien y eso. Espero que no te importe que te llame-
-Oh no, claro que no- Dios, porque había contestado eso, me había pasado en mi intento de ser amable, y se había creído que era sociable, ahora tenía que arreglarlo no empeorarlo más.
-Uff es un alivio, porque nadie en todo el instituto tenía tu móvil, y bueno, tampoco tu fijo, así que pensé…-le corte sin darme cuenta, las palabras se fugaron de mis boca.
-Es que no tengo móvil, pero ¿Cómo has conseguido el teléfono de mi casa?-
Su voz cambio de matiz y me lo imagine sonrojándose.
-La mujer de consejería es muy amable, y que sea mi tía también ayuda.-
Debía haberlo imaginado, la maldita burocracia siempre corrupta.
-Oh- reí suavemente intentando parecer natural- ya veo que tienes contactos.-
Su risa era armoniosa.-Si, supongo.-
-Pues, estoy bien.-
-¿Qué?- la aclaración le dejo confuso.
-¿No era eso lo que querías saber?-
-Si, pero como la conversación se había desviado, pues, me ha sorprendido.-
-Supongo- finalice -¿Y tu como te encuentras?- pregunte por educación, y suplicando en mi fuero interno que la conversación acabase cuanto antes, no entendía porque se alargaba tanto, en realidad lo que no comprendía era porque un chico, con el que no había hablado durante años me llamaba por teléfono, así es la vida, me resigne mientras mi interlocutor parloteaba de algo que no terminaba de comprender.
Estuvo más de un cuarto de hora hablando, y digo estuvo, porque yo apenas abrí la boca, le respondía con palabras monosilábicas y onomatopeyas.
Sin previo aviso, y sin saber muy bien como, se despidió y colgó el teléfono, yo lo deje en la mesita de noche y me recline de nuevo en la cama, mientras miraba al techo intentando dar sentido a la última parte de mi vida.
Mi madre, que había abandonado la estancia saltando como la niña de la casa de la pradera, volvió al darse cuenta de que la llamada había terminado, le brillaban los ojos y no podía borrar su sonrisa, yo sospechaba que en su cabeza llena de incienso, una novela romántica, de esas que tanto le gustaban, en la que yo era la protagonista comenzaba a tomar forma.
-No te montes películas- le advertí intentando parecer peligrosa.
-¿Yo?- Puso su mejor cara de inocencia.
-Si tú, que nos conocemos, ¿Has hecho la comida?- intente cambiar de tema y dio resultado.
Mi día transcurrió sin nada extraordinario que contar, rutina, lenta y desesperante, mientras los minutos se escurrían por las manecillas del reloj, y otra vez la noche, vuelta de las pesadillas, el grito del despertador, carrera a la parada del autobús y… se rompió mi rutina. No era Miguel el conductor que abrió la puerta del autobús, era una mujer, que no se digno a mirarme al subir, me percate de que la mayor parte de los asientos estaban vacíos, pero no el mío. Luís se había apoderado de mi lugar, mientras que con una sonrisita golpeaba el asiento contiguo indicándome que me sentara. Comenzaba a odiar a ese chico.
Me levante con las mimas energías con las que me había acostado, no es que descansase demasiado por las noches, cogí los vaqueros, una camisita de media manga y me vestí de forma automática. Me recogí el cabello en una coleta baja en un intento de no destacar mucho, nunca me gusto mi pelo, es de un tono rubio apagado, y el hecho de que tenga unos rizos como desechos no es que mejorase mucho mi aspecto ya de por si destartalado, cómo se atrevía mi madre a decirme que era guapa, por eso mismo, porque era mi madre.
Cogí la mochila y salí de casa con una tostada de mantequilla en la boca, ya tendría tiempo de comérmela de camino a la parada del autobús. Cuando llegue a está mi desayuno había desaparecido por completo, justo a tiempo para subir al transporte escolar. Tome mi asiento predilecto, la tercera fila detrás del conductor, junto a la ventana, aunque el asiento contiguo permanecía libre.
El paisaje de todos días discurría ante mis ojos, aunque estos no lo veían, no había nada que pudiese llamar mi atención, coche, coche, coche, semáforo, coche, coche, coche, parada…
Un gran frenazo me hizo saltar de mi asiento para ir a empotrarme en el de delante. Cuando fui capaz de asimilar lo ocurrido y mirar hacía el conductor, el tiempo se paro, la sangre manchaba por completo el parabrisas y no podía saber cual era el origen, Miguel, el conductor, se levanto completamente intacto e intento calmar los gritos de mis compañeros. De forma mecánica y sin necesidad de pensarlo mis oídos se desconectaron, y todo el ruido que me rodeaba fue sustituido por un murmullo lejano. Yo no podía apartar la vista de la cabeza que había sobre el capo del autobús, horas después supe que está pertenecía a un joven de veinticinco años que había perdido el control de su moto metiéndose, literalmente, debajo de nosotros tras chocar de frente y ser decapitado, una dolorosa perdida para la familia y un shock para cuarenta y nueve niños y un conductor, y digo cuarenta y nueve, porque contra cualquier pronostico a mi no me afecto lo más mínimo. Estaba demasiado pendiente del joven vestido de negro, con casco y chaqueta de cuero que se había parado a pocos pasos del cuerpo, dejando tras de si una enorme moto del mismo color que su atuendo, y que miraba lo poco que quedaba del otro joven de forma impasible. No pude saber cual sería su edad, debido a que su rostro permanecía oculto, pero nadie, ni si quiera yo ajena a toda emoción humana, sería capaz de permanecer al lado de un cadáver tan destrozado como ese y estar tan tranquilo, levanto la cabeza y me miro fijamente, no recuerdo como eran sus ojos, la forma en que llamearon borro de mi memoria todo dato que pudiese guardar de estos, se dio la vuelta monto es su moto y desapareció.
En este momento note como mis pies se despegaban del suelo, al girarme me tope con uno ojos azules que me miraban inquietos, debajo de estos las mejillas del muchacho se ruborizaron cada vez más, no tarde mucho en percatarme de quien era, el pelo negro de punta, sonrisa fugitiva, llevaba en mi clase seis años, pero la verdad nunca le había prestado atención, como al resto de mis compañeros. Cuando estuvimos fuera del autobús me dejo en el suelo y su voz temblorosa intento justificar su comportamiento.
-Intente que andarás, pero, bueno, no te movías, supongo que por el shock, y como insistían en que evacuáramos, pues no sabía que hacer….
Le corte antes de que empezase a hiperventilar. -Gracias- parecía sorprendido ante mi respuesta, que esperaba, ¿Qué le soltara una bordaría por intentar salvarme?, fue entonces, cuando me percate de que justamente eso era lo que había esperado, para intentar parecer convincente le dedique mi mejor sonrisa. -En serió Luís, muchas gracias, creo que la visión del…-la verdad yo no tenía ningún pudor en utilizar palabras como muerto, cadáver, fiambre incluso, pero estaba intentando ser amable, algo a lo que no estoy acostumbrada, y no creo que eso ayudase demasiado. - chico me ha paralizado.-
Sus ojos me miraron de hito en hito, y me recordó demasiado a Adriana la noche anterior, mis recientes ataques de sociabilidad perturbaban a los que me rodeaban y encontraba un extraño placer en esto.
-No es nada- sonaba confuso.- ¿Pero, te encuentras bien?-
-Si claro, un poco mareada, pero creo que lo superare- volví a sonreír para tranquilizarlo, aunque parecía imposible. En este momento un agente de policía se nos acerco, nos dijo que debíamos irnos, que el colegio había llamado a nuestros padres y que nos recogerían en el centro escolar, que el mismo nos llevaría. Con paso lento nos dirigimos al coche del agente, de camino a esté estuve a punto de caerme, no como consecuencia del accidente, si no por mi incompetencia para mantener el equilibrio, de todos modos las manos de Luís fueron los suficiente rápidas para cogerme por la cintura y evitar que me diera de morros contra el suelo. Sin saber como, había encontrado una sombra protectora que no se separo de mi hasta que estuve al cuidado de mí madre, yo intentando ser educada le dedique una nueva sonrisa y pronuncie un “gracias” sin sonido de modo que el pudiese entenderlo, como respuesta me lanzo un guiño cómplice. Mi madre sorprendida por verme acompañada no me pregunto absolutamente nada de lo ocurrido, simplemente me abrazo con fuerza y no quito los ojos de mi improvisado caballero andante mientras esté se marchaba.
Volvimos a casa en el destartalado coche verde que mi madre compro hace años, la calle donde había ocurrido todo estaba cortada, y el trafico circulaba muy despacio, por lo que cogimos otra dirección para así evitarnos el atasco, la jugada nos salió bien y en poco rato estuvimos en casa. Al cruzar el portal de la pequeña vivienda de dos plantas y paredes blancas las preguntas de mi madre se cernieron sobre mi como un chaparrón en mitad del verano, yo las conteste todas de la mejor forma que pude, intentando quitarle importancia a las cosas para no suscitar su curiosidad, y así, acabar cuanto antes con el interrogatorio, afortunadamente este fue mucho mas breve de lo que había esperado, en unos quince minutos me encontraba en mi habitación, sin poder olvidar unos ojos a los que realmente no recordaba.
Mis dominios estaban formados por unos ocho metros cuadrados, con pareces celestes y suelo de parquet, dos ventanas aportaban luminosidad a mi habitad, haciendo que esta pareciese mas grande, el mobiliario no era precisamente abundante, una cama un armario y una mesita, todo lo que necesitaba.
Me tire en la cama y cerré los ojos, mi madre había puesto música, unos de sus discos de cantos budistas. El cansancio se apodero de mí cerrando mis parpados, y haciéndome prisionera del mundo de la sombras, antes de caer por completo en el sopor pensé que últimamente dormía demasiado, pero esta vez no fue como siempre, mis tinieblas se ocultaban y huían de un fuego naranja intenso, y este, me atraía de forma inevitable, aun siendo consciente de que me abrasaría y solo quedaría de mi un montón de cenizas, aun así no podía dejar de caminar hacía él.
El conocido sonido del teléfono me despertó, la voz de Adriana al responder al aparato me hizo volver por completo a la realidad, en lugar de ponerse a parlotear y reír como era su costumbre, se había callado, y todo lo que podía oir de ella era el rítmico sonido de sus ligeros pasos subiendo la escalera de madera que llevaba al segundo piso, en el cual, se hallaba mí habitación. Estaba llegando a esta tan estudiada conclusión cuando la puerta se abrió, con los ojos como platos mi madre entro por ella, señalando el teléfono se limito a decir -Es para ti-.
-¿Para mí?- en mis diecisiete años de existencia nunca, y cuando digo nunca es nunca, había oído esa frase salir de boca de mi madre para referirse a una carta, una llamada. Aun conmocionada, pero no tanto como ella, le tendí la mano para coger el aparato, en cuanto me lo dio se puso a dar saltitos de un lado de la estancia al otro, como si fuese una quinceañera entusiasmada. Me acerque el teléfono a la oreja y deje escapar un tímido -¿Si?- entre mis labios. La voz de Luís me golpeo sin previo aviso.
-¿Nalhué?, hola soy Luís- parecía al borde un ataque de ansiedad- era para ver si te encontraba bien y eso. Espero que no te importe que te llame-
-Oh no, claro que no- Dios, porque había contestado eso, me había pasado en mi intento de ser amable, y se había creído que era sociable, ahora tenía que arreglarlo no empeorarlo más.
-Uff es un alivio, porque nadie en todo el instituto tenía tu móvil, y bueno, tampoco tu fijo, así que pensé…-le corte sin darme cuenta, las palabras se fugaron de mis boca.
-Es que no tengo móvil, pero ¿Cómo has conseguido el teléfono de mi casa?-
Su voz cambio de matiz y me lo imagine sonrojándose.
-La mujer de consejería es muy amable, y que sea mi tía también ayuda.-
Debía haberlo imaginado, la maldita burocracia siempre corrupta.
-Oh- reí suavemente intentando parecer natural- ya veo que tienes contactos.-
Su risa era armoniosa.-Si, supongo.-
-Pues, estoy bien.-
-¿Qué?- la aclaración le dejo confuso.
-¿No era eso lo que querías saber?-
-Si, pero como la conversación se había desviado, pues, me ha sorprendido.-
-Supongo- finalice -¿Y tu como te encuentras?- pregunte por educación, y suplicando en mi fuero interno que la conversación acabase cuanto antes, no entendía porque se alargaba tanto, en realidad lo que no comprendía era porque un chico, con el que no había hablado durante años me llamaba por teléfono, así es la vida, me resigne mientras mi interlocutor parloteaba de algo que no terminaba de comprender.
Estuvo más de un cuarto de hora hablando, y digo estuvo, porque yo apenas abrí la boca, le respondía con palabras monosilábicas y onomatopeyas.
Sin previo aviso, y sin saber muy bien como, se despidió y colgó el teléfono, yo lo deje en la mesita de noche y me recline de nuevo en la cama, mientras miraba al techo intentando dar sentido a la última parte de mi vida.
Mi madre, que había abandonado la estancia saltando como la niña de la casa de la pradera, volvió al darse cuenta de que la llamada había terminado, le brillaban los ojos y no podía borrar su sonrisa, yo sospechaba que en su cabeza llena de incienso, una novela romántica, de esas que tanto le gustaban, en la que yo era la protagonista comenzaba a tomar forma.
-No te montes películas- le advertí intentando parecer peligrosa.
-¿Yo?- Puso su mejor cara de inocencia.
-Si tú, que nos conocemos, ¿Has hecho la comida?- intente cambiar de tema y dio resultado.
Mi día transcurrió sin nada extraordinario que contar, rutina, lenta y desesperante, mientras los minutos se escurrían por las manecillas del reloj, y otra vez la noche, vuelta de las pesadillas, el grito del despertador, carrera a la parada del autobús y… se rompió mi rutina. No era Miguel el conductor que abrió la puerta del autobús, era una mujer, que no se digno a mirarme al subir, me percate de que la mayor parte de los asientos estaban vacíos, pero no el mío. Luís se había apoderado de mi lugar, mientras que con una sonrisita golpeaba el asiento contiguo indicándome que me sentara. Comenzaba a odiar a ese chico.
domingo, 22 de noviembre de 2009
Capitulo 1: Suspiro.
(Siempre me pasa lo mismo cuando acabo un libro) los pensamientos se agolpaban en mi mente mientras cerraba la novela de vampiros que acababa de terminar, las pastas cedidas no me permitían cerrarlo por completo, no estaba así cuando hace dos días cayo en mis manos, entonces tenia el lomo recto y su encuadernación estaba intacta, los borde sus seiscientas hojas eran de un blanco impoluto, no es que ahora estuviese en mal estado, pero su aspecto revelaba que había sido victima de mi apetito literario. Subí las escaleras de mi casa con paso lento y puse rumbo a la habitación del fondo del pasillo, al entrar no me sorprendió encontrarme el ordenador encendido, mi madre siempre se le olvidaba de apagarlo, abrí el armario que me hacía las veces de librería y coloque mi ultima victima sobre los otros, puesto que ya no había sitio para ponerlo de pie, sonreí con añoranza ante los que habían sido tan buenos compañeros en tardes lluvia y días de vacaciones, seguía en mi ensimismamientos cuando una voz rozo mi oreja, todo mi cuerpo se estremeció, no por la voz en sí, si no por el aliento que acompañaba a esta y el cual se perdió en mi cuello.
Me gire sobresaltada mientras que pronunciaba un sonoro -¿Qué?- en el cual se podía captar mi desconcierto y mi desconexión con la realidad.
-¿Qué si has hecho lo que te pedí?- sus ojos chispeaban con impaciencia, por lo que me di cuenta de que no era la primera que lo repetía.
-Si, claro. La ropa esta en la lavadora.- mi respuesta parecía la correcta, puesto que se calmo repentinamente.
-¿Ya te has acabado el ultimo libro? ¿Pero si te los compraste el sábado? ¿Cuántos han sido, tres en una semana?-
Levante la cara y la mire a los ojos -La verdad es que han sido tres en cinco días- una sonrisa picara broto en mis labios.
Movió la cabeza a ambos lados dando a entender que era un caso perdido.-Te vas a volver loca como sigas así.-
Mis ojo se iluminaron de forma automática mientras las palabras de mi madre se perdían en mis oídos, afortunadamente esta se había girado con la suficiente rapidez para no percatarse. ¿A caso no estaba loca ya? Esta idea rondaba mi cabeza de forma continua.
Me llamo Nalhué, por aquella época tenía casi dieciocho años y un perfil psicológico capaz de trastorna al más valiente de los loqueros, y lo mejor de ello, es que me siento orgullosa.
Mis trastornos y traumas son muy variados, mi madre opina que simplemente son fruto de mi imaginación desbordante, aunque yo pienso que para imaginativa ella, como ejemplo mi nombre, que significa suspiro en mapudugún. Siempre que voy aun sitio nuevo me pasa lo mismo, ¿Qué nombre es ese? ¿De dónde viene?, y tras contarle su origen toca la pregunta del millón, ¿Qué es el mapundugún? Pues bien, el magundugún es una lengua indígena de Chile, a la cual mi madre, aficionada al incienso y el auto conocimiento espiritual, considera el idioma de la esencia, es decir: un lugar extraño, una lengua desconocida, y una niña inocente marcada para el resto de sus días. Pero, aun así me encanta, porque soy rara, y parece que mi nombre lo advirtiese de antemano, y difunde mi condición de marginada social, con suficiente eficacia para que no se me acerque nadie si no es por pura obligación; pero reconozco que de esto ultimo yo tengo más culpa que mi nombre, no soy muy sociable que se diga. No soporto las fiestas y los acontecimientos sociales, en las que todo el mundo te observa con mirada crítica, mientras analizan cada uno de tus gestos y comportamientos, además de hacer un informe concreto de tu indumentaria y peinado. Puede que mi rechazazo a esta parte común de la vida adolescente se deba a mi incapacidad para dar dos pasos seguidos sin caerme, y el hecho de que siempre que soy el centro de algo, acabo tirando una mesa, un garrón, una lámpara; cualquier tipo de objeto, manchado a la persona mas importante que asista, o en los mejores casos rompiéndome algo; en pocas palabras, son una joyita.
Supongo que estas son las causas y precedentes de mi pasión por los libros, los que siempre han sido mi refugio, y el de mi maestro, mi padre, murió hace ya doce años, yo tenia seis, y desde entonces herede su colección y con esta su pasión, lo extraño a menudo, su forma de narrar historias, de darle vida a los personajes, es lo que mejor recuerdo de él. No es que lo nombremos a menudo, a mi madre, Adriana, se le cae el mundo cuando escucha su nombre, Alejandro, no es que estuviese precisamente enamorada, la verdad es que se estaban divorciando, pero el hecho de que el resultase muerte en un accidente de coche cuando se dirigía a una cita con ella y sus respectivos abogados no es que haya dejado su conciencia muy tranquila, y con ello se multiplicaron las clases para la búsqueda de la paz interior.
Cuando volví a establecer contacto con la realidad eran las ocho de la tarde y las farolas empezaban a encenderse en mi cielo particular, en mi eterna noche. Recorrí la casa con paso lento, para cerciorarme de que estaba sola, algo que en realidad era una estupidez, puesto que mi madre no salida de yoga hasta las nueve. Fui a la cocina y pensé en que haría para la cena, tal vez con una ensalada y algo de pescado salvaría el bache, así pues no le di más vueltas y me puse manos a la obra. Cuando mi progenitora hizo acto de presencia en la casa la cena estaba preparada y servida en la mesa de la cocina, yo la esperaba con el pelo mojado, el pijama puesto y un ejemplar de Veinte poemas de amor y una canción desesperada entre las manos, adoro la poesía de Pablo Neruda. Dejo su mochila junto a la puerta de la cocina, me miro de forma critica, en un intento de que mi lenguaje corporal le advirtiera de que humor me encontraba, supe al instante lo que estaba pensando, según ella el hecho de que estuviese echada sobre la encimera era a causa de que estaba alerta, que tuviese las piernas cruzadas resentimiento, y los brazos sobre el pecho que me encierro en mi misma. Deje el libro tirado junto al frigorífico, y me senté en el lugar de siempre, el más lejano a la puerta, me esforcé por sonreír y le di la bienvenida.
-Hola mamá ¿Qué tal tus clases?-
Esta frase pareció darle el valor que le faltaba, en un par de pasos elimino el espació que la separaba de la mesa y se sentó frente a mí.
-Genial, como siempre- respondió de forma automática, como si lo tuviese ensayado, me dio la sensación de que está escena se repetía todas las noches desde hacía años, no tengo muy claro si por aburrimiento o en un arranque de inspiración decidí cambiar el guión, en el cual ahora tocaba un largo silencio mientras cenábamos.
-¿Y que has hecho hoy? ¿Algún ejercicio nuevo? - sus labios se congelaron en el tenedor, mientras sus ojos verdes esmeralda miraban los míos de un marrón muy común. Me hubiese encantado heredar sus ojos, pero mi mala suerte me a impedido parecerme a ella en todas esas cosas que destaca, como su pelo rizado de un precioso rubio cobrizo, la forma fina de su cara o el color marfil de su piel. En estos pude distinguir una suplica silenciosa que le hacía su mente rogándole que mis palabras no fuesen producto de su imaginación, no es que hablásemos mucho, nuestra relación se veía reducida a lo estrictamente necesario, y mi repentino interés parecía haberla sumido en un estado de alerta. Trago con dificultad y se preparo para contestarme a un ritmo que parecía ralentizado en contraste con los nerviosos movimientos que solía realizar.
-Pues…bueno, hemos hecho lo de siempre, aunque Melisa, esa mujer que vino una vez a casa, a tenido que abandonar la clase por que se le ha montando un tendón. Y después…-
Su voz fue apagándose según entraba en detalles, y yo me arrepentía cada vez más por haber preguntado. Me encantaba la forma de ser de mi madre tanto como odiaba la mía, y no puedo evitar el ser así, tan solitaria, tan introvertida, ella en cambio es activa, tiene muchos amigos y todo el mundo la adora, es como un fuego fatuo que ilumina todo a su paso, no hay nada que pueda apagar su luz, con una excepción, mi oscuridad.
El sonido del tenedor contra el plato capto mi atención, estaba intentando pinchar ensalada en el único lugar del recipiente donde no había, mire a mi madre con la esperanza de que no se hubiese percatado, afortunadamente seguía parloteando sin darse cuenta de nada. Cuando pareció oportuno me levante y recogí la mesa, ella fue a ducharse y me dejo sola, lo quite todo y fregué los platos, mientras el silencio solo se veía roto por el ruido lejano de la ducha, y el ritmo acompasado del reloj de la cocina. Cuando todo estaba en su sitio me acerque a la puerta del baño y la golpe suavemente con los nudillos.
-Buenas noches mamá, me voy a dormir-
Su voz sonó amortiguada por el agua al caer.
-Buenas noches cielo, descansa -
Diría que camine hasta mi habitación, pero es más propio decir que me arrastre hasta está, me metí en la cama con las pocas fuerzas que me quedaban, el intento de no ser un zombi que realizaba a lo largo del día me dejaba agotada, cerré los ojos mientras las pesadillas invadían mi mente, hacía tiempo que había dejado de luchar contra ellas.
Me gire sobresaltada mientras que pronunciaba un sonoro -¿Qué?- en el cual se podía captar mi desconcierto y mi desconexión con la realidad.
-¿Qué si has hecho lo que te pedí?- sus ojos chispeaban con impaciencia, por lo que me di cuenta de que no era la primera que lo repetía.
-Si, claro. La ropa esta en la lavadora.- mi respuesta parecía la correcta, puesto que se calmo repentinamente.
-¿Ya te has acabado el ultimo libro? ¿Pero si te los compraste el sábado? ¿Cuántos han sido, tres en una semana?-
Levante la cara y la mire a los ojos -La verdad es que han sido tres en cinco días- una sonrisa picara broto en mis labios.
Movió la cabeza a ambos lados dando a entender que era un caso perdido.-Te vas a volver loca como sigas así.-
Mis ojo se iluminaron de forma automática mientras las palabras de mi madre se perdían en mis oídos, afortunadamente esta se había girado con la suficiente rapidez para no percatarse. ¿A caso no estaba loca ya? Esta idea rondaba mi cabeza de forma continua.
Me llamo Nalhué, por aquella época tenía casi dieciocho años y un perfil psicológico capaz de trastorna al más valiente de los loqueros, y lo mejor de ello, es que me siento orgullosa.
Mis trastornos y traumas son muy variados, mi madre opina que simplemente son fruto de mi imaginación desbordante, aunque yo pienso que para imaginativa ella, como ejemplo mi nombre, que significa suspiro en mapudugún. Siempre que voy aun sitio nuevo me pasa lo mismo, ¿Qué nombre es ese? ¿De dónde viene?, y tras contarle su origen toca la pregunta del millón, ¿Qué es el mapundugún? Pues bien, el magundugún es una lengua indígena de Chile, a la cual mi madre, aficionada al incienso y el auto conocimiento espiritual, considera el idioma de la esencia, es decir: un lugar extraño, una lengua desconocida, y una niña inocente marcada para el resto de sus días. Pero, aun así me encanta, porque soy rara, y parece que mi nombre lo advirtiese de antemano, y difunde mi condición de marginada social, con suficiente eficacia para que no se me acerque nadie si no es por pura obligación; pero reconozco que de esto ultimo yo tengo más culpa que mi nombre, no soy muy sociable que se diga. No soporto las fiestas y los acontecimientos sociales, en las que todo el mundo te observa con mirada crítica, mientras analizan cada uno de tus gestos y comportamientos, además de hacer un informe concreto de tu indumentaria y peinado. Puede que mi rechazazo a esta parte común de la vida adolescente se deba a mi incapacidad para dar dos pasos seguidos sin caerme, y el hecho de que siempre que soy el centro de algo, acabo tirando una mesa, un garrón, una lámpara; cualquier tipo de objeto, manchado a la persona mas importante que asista, o en los mejores casos rompiéndome algo; en pocas palabras, son una joyita.
Supongo que estas son las causas y precedentes de mi pasión por los libros, los que siempre han sido mi refugio, y el de mi maestro, mi padre, murió hace ya doce años, yo tenia seis, y desde entonces herede su colección y con esta su pasión, lo extraño a menudo, su forma de narrar historias, de darle vida a los personajes, es lo que mejor recuerdo de él. No es que lo nombremos a menudo, a mi madre, Adriana, se le cae el mundo cuando escucha su nombre, Alejandro, no es que estuviese precisamente enamorada, la verdad es que se estaban divorciando, pero el hecho de que el resultase muerte en un accidente de coche cuando se dirigía a una cita con ella y sus respectivos abogados no es que haya dejado su conciencia muy tranquila, y con ello se multiplicaron las clases para la búsqueda de la paz interior.
Cuando volví a establecer contacto con la realidad eran las ocho de la tarde y las farolas empezaban a encenderse en mi cielo particular, en mi eterna noche. Recorrí la casa con paso lento, para cerciorarme de que estaba sola, algo que en realidad era una estupidez, puesto que mi madre no salida de yoga hasta las nueve. Fui a la cocina y pensé en que haría para la cena, tal vez con una ensalada y algo de pescado salvaría el bache, así pues no le di más vueltas y me puse manos a la obra. Cuando mi progenitora hizo acto de presencia en la casa la cena estaba preparada y servida en la mesa de la cocina, yo la esperaba con el pelo mojado, el pijama puesto y un ejemplar de Veinte poemas de amor y una canción desesperada entre las manos, adoro la poesía de Pablo Neruda. Dejo su mochila junto a la puerta de la cocina, me miro de forma critica, en un intento de que mi lenguaje corporal le advirtiera de que humor me encontraba, supe al instante lo que estaba pensando, según ella el hecho de que estuviese echada sobre la encimera era a causa de que estaba alerta, que tuviese las piernas cruzadas resentimiento, y los brazos sobre el pecho que me encierro en mi misma. Deje el libro tirado junto al frigorífico, y me senté en el lugar de siempre, el más lejano a la puerta, me esforcé por sonreír y le di la bienvenida.
-Hola mamá ¿Qué tal tus clases?-
Esta frase pareció darle el valor que le faltaba, en un par de pasos elimino el espació que la separaba de la mesa y se sentó frente a mí.
-Genial, como siempre- respondió de forma automática, como si lo tuviese ensayado, me dio la sensación de que está escena se repetía todas las noches desde hacía años, no tengo muy claro si por aburrimiento o en un arranque de inspiración decidí cambiar el guión, en el cual ahora tocaba un largo silencio mientras cenábamos.
-¿Y que has hecho hoy? ¿Algún ejercicio nuevo? - sus labios se congelaron en el tenedor, mientras sus ojos verdes esmeralda miraban los míos de un marrón muy común. Me hubiese encantado heredar sus ojos, pero mi mala suerte me a impedido parecerme a ella en todas esas cosas que destaca, como su pelo rizado de un precioso rubio cobrizo, la forma fina de su cara o el color marfil de su piel. En estos pude distinguir una suplica silenciosa que le hacía su mente rogándole que mis palabras no fuesen producto de su imaginación, no es que hablásemos mucho, nuestra relación se veía reducida a lo estrictamente necesario, y mi repentino interés parecía haberla sumido en un estado de alerta. Trago con dificultad y se preparo para contestarme a un ritmo que parecía ralentizado en contraste con los nerviosos movimientos que solía realizar.
-Pues…bueno, hemos hecho lo de siempre, aunque Melisa, esa mujer que vino una vez a casa, a tenido que abandonar la clase por que se le ha montando un tendón. Y después…-
Su voz fue apagándose según entraba en detalles, y yo me arrepentía cada vez más por haber preguntado. Me encantaba la forma de ser de mi madre tanto como odiaba la mía, y no puedo evitar el ser así, tan solitaria, tan introvertida, ella en cambio es activa, tiene muchos amigos y todo el mundo la adora, es como un fuego fatuo que ilumina todo a su paso, no hay nada que pueda apagar su luz, con una excepción, mi oscuridad.
El sonido del tenedor contra el plato capto mi atención, estaba intentando pinchar ensalada en el único lugar del recipiente donde no había, mire a mi madre con la esperanza de que no se hubiese percatado, afortunadamente seguía parloteando sin darse cuenta de nada. Cuando pareció oportuno me levante y recogí la mesa, ella fue a ducharse y me dejo sola, lo quite todo y fregué los platos, mientras el silencio solo se veía roto por el ruido lejano de la ducha, y el ritmo acompasado del reloj de la cocina. Cuando todo estaba en su sitio me acerque a la puerta del baño y la golpe suavemente con los nudillos.
-Buenas noches mamá, me voy a dormir-
Su voz sonó amortiguada por el agua al caer.
-Buenas noches cielo, descansa -
Diría que camine hasta mi habitación, pero es más propio decir que me arrastre hasta está, me metí en la cama con las pocas fuerzas que me quedaban, el intento de no ser un zombi que realizaba a lo largo del día me dejaba agotada, cerré los ojos mientras las pesadillas invadían mi mente, hacía tiempo que había dejado de luchar contra ellas.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Entre Agua y Fuego.
Lo prometido es deuda así que aquí os dejo el prefació de Entre Aguya y Fuego. Espero que lo disfruteis y me digais que os parece.
PREFACIO
¿Qué es lo que más anhelas en la vida? ¿Cuáles son las cosas que te hacen estremecerte solo de pensar que dentro de poco las tendrás? ¿Con que podrías estar todo un día enganchado sin darte cuenta de que pasa el tiempo, sin que el hambre, el sueño o el cansancio puedan alcanzarte? Exacto, con los libros esos pequeños amigos que marcan nuestras vida, que quedan dentro de nuestras almas y permanecen ahí para siempre, hasta que un día una persona, un paisaje, tal vez una situación los llama de nuevo a tu memoria, y entonces los recuerdas con las misma fuerza, y emoción, puede que no con toda claridad, pero si con todo el cariño, porque un día paso a formar parte de ese grupo especial de los que son tus libros, porque ese mismo día lo abriste por primera vez, sin saber del todo lo que te ibas a encontrar, sin la menor certeza de cual seria el resultado de esa nueva relación que se iniciaba, pero aun así te sumergiste en sus paginas, te dejaste llevar por sus historias, y poco a poco, capitulo a capitulo, te fue conquistando, mientras tu emoción y tus ganas de saber iban creciendo y deseabas poder leer más rápido para avanzar en la historia y cuando veías que se estaba acabando las emociones contradictorias te embargaban, por un lado las ganas de saber como acaba, que ocurre al final y por otro el hecho de que ya no hay más, que hasta ese punto llega las vidas de personajes a los que quieres como a amigos, de los que incluso te has enamorado, con los que has compartido miles de aventuras, penas y alegrías y de los cuales no sabrás nada a partir de ese momento, cuando un punto y final cierre el ultimo capitulo. Y entonces pasa, ese punto centra tu vista y tu cierras el libro, con una sonrisa amarga en los labios y la ilusión de que el autor o autora escriba otra parte más, pero a la vez demasiado colgado de la historia para creer que todo haya surgido de la mente de alguien y para ser los suficiente racional y asumir que lo que has vivido es una combinación de la imaginación del artista que ha escrito tal obra y la tuya, capaz de crear cada detalle de forma precisa y automática.
PREFACIO
¿Qué es lo que más anhelas en la vida? ¿Cuáles son las cosas que te hacen estremecerte solo de pensar que dentro de poco las tendrás? ¿Con que podrías estar todo un día enganchado sin darte cuenta de que pasa el tiempo, sin que el hambre, el sueño o el cansancio puedan alcanzarte? Exacto, con los libros esos pequeños amigos que marcan nuestras vida, que quedan dentro de nuestras almas y permanecen ahí para siempre, hasta que un día una persona, un paisaje, tal vez una situación los llama de nuevo a tu memoria, y entonces los recuerdas con las misma fuerza, y emoción, puede que no con toda claridad, pero si con todo el cariño, porque un día paso a formar parte de ese grupo especial de los que son tus libros, porque ese mismo día lo abriste por primera vez, sin saber del todo lo que te ibas a encontrar, sin la menor certeza de cual seria el resultado de esa nueva relación que se iniciaba, pero aun así te sumergiste en sus paginas, te dejaste llevar por sus historias, y poco a poco, capitulo a capitulo, te fue conquistando, mientras tu emoción y tus ganas de saber iban creciendo y deseabas poder leer más rápido para avanzar en la historia y cuando veías que se estaba acabando las emociones contradictorias te embargaban, por un lado las ganas de saber como acaba, que ocurre al final y por otro el hecho de que ya no hay más, que hasta ese punto llega las vidas de personajes a los que quieres como a amigos, de los que incluso te has enamorado, con los que has compartido miles de aventuras, penas y alegrías y de los cuales no sabrás nada a partir de ese momento, cuando un punto y final cierre el ultimo capitulo. Y entonces pasa, ese punto centra tu vista y tu cierras el libro, con una sonrisa amarga en los labios y la ilusión de que el autor o autora escriba otra parte más, pero a la vez demasiado colgado de la historia para creer que todo haya surgido de la mente de alguien y para ser los suficiente racional y asumir que lo que has vivido es una combinación de la imaginación del artista que ha escrito tal obra y la tuya, capaz de crear cada detalle de forma precisa y automática.
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