El despertador acabo con las sombras que me amenazaban del otro lado de mis sueños, hubo un tiempo en el que estos eran bonitos y agradables, poblados de la magia que absorbía de los libros y alimentados por mi ilusión de no pertenecer a este mundo, de ser algo más que una chica poco adaptada, por no decir nada, a su sociedad, pero, con los años, me di cuenta de que todo esto no tenía ningún sentido y que las historias fantásticas pertenecen a eso, a la fantasía, y que a mí no me esperaba nada más que una vida normal, destinada a pasarla estudiando, trabajando y acumulando objetos inútiles, comportamiento propio de esta sociedad consumista. Según entraba más en la realidad menos color tenían mis sueños, hasta convertirse en las pesadillas que eran ahora, en un vacío perpetuo, rodeado de sombras incorpóreas, pero ya no me importaban, no puedes temer que te atrape el vacío, cuando no hay nada tan vacío como tú.
Me levante con las mimas energías con las que me había acostado, no es que descansase demasiado por las noches, cogí los vaqueros, una camisita de media manga y me vestí de forma automática. Me recogí el cabello en una coleta baja en un intento de no destacar mucho, nunca me gusto mi pelo, es de un tono rubio apagado, y el hecho de que tenga unos rizos como desechos no es que mejorase mucho mi aspecto ya de por si destartalado, cómo se atrevía mi madre a decirme que era guapa, por eso mismo, porque era mi madre.
Cogí la mochila y salí de casa con una tostada de mantequilla en la boca, ya tendría tiempo de comérmela de camino a la parada del autobús. Cuando llegue a está mi desayuno había desaparecido por completo, justo a tiempo para subir al transporte escolar. Tome mi asiento predilecto, la tercera fila detrás del conductor, junto a la ventana, aunque el asiento contiguo permanecía libre.
El paisaje de todos días discurría ante mis ojos, aunque estos no lo veían, no había nada que pudiese llamar mi atención, coche, coche, coche, semáforo, coche, coche, coche, parada…
Un gran frenazo me hizo saltar de mi asiento para ir a empotrarme en el de delante. Cuando fui capaz de asimilar lo ocurrido y mirar hacía el conductor, el tiempo se paro, la sangre manchaba por completo el parabrisas y no podía saber cual era el origen, Miguel, el conductor, se levanto completamente intacto e intento calmar los gritos de mis compañeros. De forma mecánica y sin necesidad de pensarlo mis oídos se desconectaron, y todo el ruido que me rodeaba fue sustituido por un murmullo lejano. Yo no podía apartar la vista de la cabeza que había sobre el capo del autobús, horas después supe que está pertenecía a un joven de veinticinco años que había perdido el control de su moto metiéndose, literalmente, debajo de nosotros tras chocar de frente y ser decapitado, una dolorosa perdida para la familia y un shock para cuarenta y nueve niños y un conductor, y digo cuarenta y nueve, porque contra cualquier pronostico a mi no me afecto lo más mínimo. Estaba demasiado pendiente del joven vestido de negro, con casco y chaqueta de cuero que se había parado a pocos pasos del cuerpo, dejando tras de si una enorme moto del mismo color que su atuendo, y que miraba lo poco que quedaba del otro joven de forma impasible. No pude saber cual sería su edad, debido a que su rostro permanecía oculto, pero nadie, ni si quiera yo ajena a toda emoción humana, sería capaz de permanecer al lado de un cadáver tan destrozado como ese y estar tan tranquilo, levanto la cabeza y me miro fijamente, no recuerdo como eran sus ojos, la forma en que llamearon borro de mi memoria todo dato que pudiese guardar de estos, se dio la vuelta monto es su moto y desapareció.
En este momento note como mis pies se despegaban del suelo, al girarme me tope con uno ojos azules que me miraban inquietos, debajo de estos las mejillas del muchacho se ruborizaron cada vez más, no tarde mucho en percatarme de quien era, el pelo negro de punta, sonrisa fugitiva, llevaba en mi clase seis años, pero la verdad nunca le había prestado atención, como al resto de mis compañeros. Cuando estuvimos fuera del autobús me dejo en el suelo y su voz temblorosa intento justificar su comportamiento.
-Intente que andarás, pero, bueno, no te movías, supongo que por el shock, y como insistían en que evacuáramos, pues no sabía que hacer….
Le corte antes de que empezase a hiperventilar. -Gracias- parecía sorprendido ante mi respuesta, que esperaba, ¿Qué le soltara una bordaría por intentar salvarme?, fue entonces, cuando me percate de que justamente eso era lo que había esperado, para intentar parecer convincente le dedique mi mejor sonrisa. -En serió Luís, muchas gracias, creo que la visión del…-la verdad yo no tenía ningún pudor en utilizar palabras como muerto, cadáver, fiambre incluso, pero estaba intentando ser amable, algo a lo que no estoy acostumbrada, y no creo que eso ayudase demasiado. - chico me ha paralizado.-
Sus ojos me miraron de hito en hito, y me recordó demasiado a Adriana la noche anterior, mis recientes ataques de sociabilidad perturbaban a los que me rodeaban y encontraba un extraño placer en esto.
-No es nada- sonaba confuso.- ¿Pero, te encuentras bien?-
-Si claro, un poco mareada, pero creo que lo superare- volví a sonreír para tranquilizarlo, aunque parecía imposible. En este momento un agente de policía se nos acerco, nos dijo que debíamos irnos, que el colegio había llamado a nuestros padres y que nos recogerían en el centro escolar, que el mismo nos llevaría. Con paso lento nos dirigimos al coche del agente, de camino a esté estuve a punto de caerme, no como consecuencia del accidente, si no por mi incompetencia para mantener el equilibrio, de todos modos las manos de Luís fueron los suficiente rápidas para cogerme por la cintura y evitar que me diera de morros contra el suelo. Sin saber como, había encontrado una sombra protectora que no se separo de mi hasta que estuve al cuidado de mí madre, yo intentando ser educada le dedique una nueva sonrisa y pronuncie un “gracias” sin sonido de modo que el pudiese entenderlo, como respuesta me lanzo un guiño cómplice. Mi madre sorprendida por verme acompañada no me pregunto absolutamente nada de lo ocurrido, simplemente me abrazo con fuerza y no quito los ojos de mi improvisado caballero andante mientras esté se marchaba.
Volvimos a casa en el destartalado coche verde que mi madre compro hace años, la calle donde había ocurrido todo estaba cortada, y el trafico circulaba muy despacio, por lo que cogimos otra dirección para así evitarnos el atasco, la jugada nos salió bien y en poco rato estuvimos en casa. Al cruzar el portal de la pequeña vivienda de dos plantas y paredes blancas las preguntas de mi madre se cernieron sobre mi como un chaparrón en mitad del verano, yo las conteste todas de la mejor forma que pude, intentando quitarle importancia a las cosas para no suscitar su curiosidad, y así, acabar cuanto antes con el interrogatorio, afortunadamente este fue mucho mas breve de lo que había esperado, en unos quince minutos me encontraba en mi habitación, sin poder olvidar unos ojos a los que realmente no recordaba.
Mis dominios estaban formados por unos ocho metros cuadrados, con pareces celestes y suelo de parquet, dos ventanas aportaban luminosidad a mi habitad, haciendo que esta pareciese mas grande, el mobiliario no era precisamente abundante, una cama un armario y una mesita, todo lo que necesitaba.
Me tire en la cama y cerré los ojos, mi madre había puesto música, unos de sus discos de cantos budistas. El cansancio se apodero de mí cerrando mis parpados, y haciéndome prisionera del mundo de la sombras, antes de caer por completo en el sopor pensé que últimamente dormía demasiado, pero esta vez no fue como siempre, mis tinieblas se ocultaban y huían de un fuego naranja intenso, y este, me atraía de forma inevitable, aun siendo consciente de que me abrasaría y solo quedaría de mi un montón de cenizas, aun así no podía dejar de caminar hacía él.
El conocido sonido del teléfono me despertó, la voz de Adriana al responder al aparato me hizo volver por completo a la realidad, en lugar de ponerse a parlotear y reír como era su costumbre, se había callado, y todo lo que podía oir de ella era el rítmico sonido de sus ligeros pasos subiendo la escalera de madera que llevaba al segundo piso, en el cual, se hallaba mí habitación. Estaba llegando a esta tan estudiada conclusión cuando la puerta se abrió, con los ojos como platos mi madre entro por ella, señalando el teléfono se limito a decir -Es para ti-.
-¿Para mí?- en mis diecisiete años de existencia nunca, y cuando digo nunca es nunca, había oído esa frase salir de boca de mi madre para referirse a una carta, una llamada. Aun conmocionada, pero no tanto como ella, le tendí la mano para coger el aparato, en cuanto me lo dio se puso a dar saltitos de un lado de la estancia al otro, como si fuese una quinceañera entusiasmada. Me acerque el teléfono a la oreja y deje escapar un tímido -¿Si?- entre mis labios. La voz de Luís me golpeo sin previo aviso.
-¿Nalhué?, hola soy Luís- parecía al borde un ataque de ansiedad- era para ver si te encontraba bien y eso. Espero que no te importe que te llame-
-Oh no, claro que no- Dios, porque había contestado eso, me había pasado en mi intento de ser amable, y se había creído que era sociable, ahora tenía que arreglarlo no empeorarlo más.
-Uff es un alivio, porque nadie en todo el instituto tenía tu móvil, y bueno, tampoco tu fijo, así que pensé…-le corte sin darme cuenta, las palabras se fugaron de mis boca.
-Es que no tengo móvil, pero ¿Cómo has conseguido el teléfono de mi casa?-
Su voz cambio de matiz y me lo imagine sonrojándose.
-La mujer de consejería es muy amable, y que sea mi tía también ayuda.-
Debía haberlo imaginado, la maldita burocracia siempre corrupta.
-Oh- reí suavemente intentando parecer natural- ya veo que tienes contactos.-
Su risa era armoniosa.-Si, supongo.-
-Pues, estoy bien.-
-¿Qué?- la aclaración le dejo confuso.
-¿No era eso lo que querías saber?-
-Si, pero como la conversación se había desviado, pues, me ha sorprendido.-
-Supongo- finalice -¿Y tu como te encuentras?- pregunte por educación, y suplicando en mi fuero interno que la conversación acabase cuanto antes, no entendía porque se alargaba tanto, en realidad lo que no comprendía era porque un chico, con el que no había hablado durante años me llamaba por teléfono, así es la vida, me resigne mientras mi interlocutor parloteaba de algo que no terminaba de comprender.
Estuvo más de un cuarto de hora hablando, y digo estuvo, porque yo apenas abrí la boca, le respondía con palabras monosilábicas y onomatopeyas.
Sin previo aviso, y sin saber muy bien como, se despidió y colgó el teléfono, yo lo deje en la mesita de noche y me recline de nuevo en la cama, mientras miraba al techo intentando dar sentido a la última parte de mi vida.
Mi madre, que había abandonado la estancia saltando como la niña de la casa de la pradera, volvió al darse cuenta de que la llamada había terminado, le brillaban los ojos y no podía borrar su sonrisa, yo sospechaba que en su cabeza llena de incienso, una novela romántica, de esas que tanto le gustaban, en la que yo era la protagonista comenzaba a tomar forma.
-No te montes películas- le advertí intentando parecer peligrosa.
-¿Yo?- Puso su mejor cara de inocencia.
-Si tú, que nos conocemos, ¿Has hecho la comida?- intente cambiar de tema y dio resultado.
Mi día transcurrió sin nada extraordinario que contar, rutina, lenta y desesperante, mientras los minutos se escurrían por las manecillas del reloj, y otra vez la noche, vuelta de las pesadillas, el grito del despertador, carrera a la parada del autobús y… se rompió mi rutina. No era Miguel el conductor que abrió la puerta del autobús, era una mujer, que no se digno a mirarme al subir, me percate de que la mayor parte de los asientos estaban vacíos, pero no el mío. Luís se había apoderado de mi lugar, mientras que con una sonrisita golpeaba el asiento contiguo indicándome que me sentara. Comenzaba a odiar a ese chico.
¿Hablamos?
domingo, 29 de noviembre de 2009
domingo, 22 de noviembre de 2009
Capitulo 1: Suspiro.
(Siempre me pasa lo mismo cuando acabo un libro) los pensamientos se agolpaban en mi mente mientras cerraba la novela de vampiros que acababa de terminar, las pastas cedidas no me permitían cerrarlo por completo, no estaba así cuando hace dos días cayo en mis manos, entonces tenia el lomo recto y su encuadernación estaba intacta, los borde sus seiscientas hojas eran de un blanco impoluto, no es que ahora estuviese en mal estado, pero su aspecto revelaba que había sido victima de mi apetito literario. Subí las escaleras de mi casa con paso lento y puse rumbo a la habitación del fondo del pasillo, al entrar no me sorprendió encontrarme el ordenador encendido, mi madre siempre se le olvidaba de apagarlo, abrí el armario que me hacía las veces de librería y coloque mi ultima victima sobre los otros, puesto que ya no había sitio para ponerlo de pie, sonreí con añoranza ante los que habían sido tan buenos compañeros en tardes lluvia y días de vacaciones, seguía en mi ensimismamientos cuando una voz rozo mi oreja, todo mi cuerpo se estremeció, no por la voz en sí, si no por el aliento que acompañaba a esta y el cual se perdió en mi cuello.
Me gire sobresaltada mientras que pronunciaba un sonoro -¿Qué?- en el cual se podía captar mi desconcierto y mi desconexión con la realidad.
-¿Qué si has hecho lo que te pedí?- sus ojos chispeaban con impaciencia, por lo que me di cuenta de que no era la primera que lo repetía.
-Si, claro. La ropa esta en la lavadora.- mi respuesta parecía la correcta, puesto que se calmo repentinamente.
-¿Ya te has acabado el ultimo libro? ¿Pero si te los compraste el sábado? ¿Cuántos han sido, tres en una semana?-
Levante la cara y la mire a los ojos -La verdad es que han sido tres en cinco días- una sonrisa picara broto en mis labios.
Movió la cabeza a ambos lados dando a entender que era un caso perdido.-Te vas a volver loca como sigas así.-
Mis ojo se iluminaron de forma automática mientras las palabras de mi madre se perdían en mis oídos, afortunadamente esta se había girado con la suficiente rapidez para no percatarse. ¿A caso no estaba loca ya? Esta idea rondaba mi cabeza de forma continua.
Me llamo Nalhué, por aquella época tenía casi dieciocho años y un perfil psicológico capaz de trastorna al más valiente de los loqueros, y lo mejor de ello, es que me siento orgullosa.
Mis trastornos y traumas son muy variados, mi madre opina que simplemente son fruto de mi imaginación desbordante, aunque yo pienso que para imaginativa ella, como ejemplo mi nombre, que significa suspiro en mapudugún. Siempre que voy aun sitio nuevo me pasa lo mismo, ¿Qué nombre es ese? ¿De dónde viene?, y tras contarle su origen toca la pregunta del millón, ¿Qué es el mapundugún? Pues bien, el magundugún es una lengua indígena de Chile, a la cual mi madre, aficionada al incienso y el auto conocimiento espiritual, considera el idioma de la esencia, es decir: un lugar extraño, una lengua desconocida, y una niña inocente marcada para el resto de sus días. Pero, aun así me encanta, porque soy rara, y parece que mi nombre lo advirtiese de antemano, y difunde mi condición de marginada social, con suficiente eficacia para que no se me acerque nadie si no es por pura obligación; pero reconozco que de esto ultimo yo tengo más culpa que mi nombre, no soy muy sociable que se diga. No soporto las fiestas y los acontecimientos sociales, en las que todo el mundo te observa con mirada crítica, mientras analizan cada uno de tus gestos y comportamientos, además de hacer un informe concreto de tu indumentaria y peinado. Puede que mi rechazazo a esta parte común de la vida adolescente se deba a mi incapacidad para dar dos pasos seguidos sin caerme, y el hecho de que siempre que soy el centro de algo, acabo tirando una mesa, un garrón, una lámpara; cualquier tipo de objeto, manchado a la persona mas importante que asista, o en los mejores casos rompiéndome algo; en pocas palabras, son una joyita.
Supongo que estas son las causas y precedentes de mi pasión por los libros, los que siempre han sido mi refugio, y el de mi maestro, mi padre, murió hace ya doce años, yo tenia seis, y desde entonces herede su colección y con esta su pasión, lo extraño a menudo, su forma de narrar historias, de darle vida a los personajes, es lo que mejor recuerdo de él. No es que lo nombremos a menudo, a mi madre, Adriana, se le cae el mundo cuando escucha su nombre, Alejandro, no es que estuviese precisamente enamorada, la verdad es que se estaban divorciando, pero el hecho de que el resultase muerte en un accidente de coche cuando se dirigía a una cita con ella y sus respectivos abogados no es que haya dejado su conciencia muy tranquila, y con ello se multiplicaron las clases para la búsqueda de la paz interior.
Cuando volví a establecer contacto con la realidad eran las ocho de la tarde y las farolas empezaban a encenderse en mi cielo particular, en mi eterna noche. Recorrí la casa con paso lento, para cerciorarme de que estaba sola, algo que en realidad era una estupidez, puesto que mi madre no salida de yoga hasta las nueve. Fui a la cocina y pensé en que haría para la cena, tal vez con una ensalada y algo de pescado salvaría el bache, así pues no le di más vueltas y me puse manos a la obra. Cuando mi progenitora hizo acto de presencia en la casa la cena estaba preparada y servida en la mesa de la cocina, yo la esperaba con el pelo mojado, el pijama puesto y un ejemplar de Veinte poemas de amor y una canción desesperada entre las manos, adoro la poesía de Pablo Neruda. Dejo su mochila junto a la puerta de la cocina, me miro de forma critica, en un intento de que mi lenguaje corporal le advirtiera de que humor me encontraba, supe al instante lo que estaba pensando, según ella el hecho de que estuviese echada sobre la encimera era a causa de que estaba alerta, que tuviese las piernas cruzadas resentimiento, y los brazos sobre el pecho que me encierro en mi misma. Deje el libro tirado junto al frigorífico, y me senté en el lugar de siempre, el más lejano a la puerta, me esforcé por sonreír y le di la bienvenida.
-Hola mamá ¿Qué tal tus clases?-
Esta frase pareció darle el valor que le faltaba, en un par de pasos elimino el espació que la separaba de la mesa y se sentó frente a mí.
-Genial, como siempre- respondió de forma automática, como si lo tuviese ensayado, me dio la sensación de que está escena se repetía todas las noches desde hacía años, no tengo muy claro si por aburrimiento o en un arranque de inspiración decidí cambiar el guión, en el cual ahora tocaba un largo silencio mientras cenábamos.
-¿Y que has hecho hoy? ¿Algún ejercicio nuevo? - sus labios se congelaron en el tenedor, mientras sus ojos verdes esmeralda miraban los míos de un marrón muy común. Me hubiese encantado heredar sus ojos, pero mi mala suerte me a impedido parecerme a ella en todas esas cosas que destaca, como su pelo rizado de un precioso rubio cobrizo, la forma fina de su cara o el color marfil de su piel. En estos pude distinguir una suplica silenciosa que le hacía su mente rogándole que mis palabras no fuesen producto de su imaginación, no es que hablásemos mucho, nuestra relación se veía reducida a lo estrictamente necesario, y mi repentino interés parecía haberla sumido en un estado de alerta. Trago con dificultad y se preparo para contestarme a un ritmo que parecía ralentizado en contraste con los nerviosos movimientos que solía realizar.
-Pues…bueno, hemos hecho lo de siempre, aunque Melisa, esa mujer que vino una vez a casa, a tenido que abandonar la clase por que se le ha montando un tendón. Y después…-
Su voz fue apagándose según entraba en detalles, y yo me arrepentía cada vez más por haber preguntado. Me encantaba la forma de ser de mi madre tanto como odiaba la mía, y no puedo evitar el ser así, tan solitaria, tan introvertida, ella en cambio es activa, tiene muchos amigos y todo el mundo la adora, es como un fuego fatuo que ilumina todo a su paso, no hay nada que pueda apagar su luz, con una excepción, mi oscuridad.
El sonido del tenedor contra el plato capto mi atención, estaba intentando pinchar ensalada en el único lugar del recipiente donde no había, mire a mi madre con la esperanza de que no se hubiese percatado, afortunadamente seguía parloteando sin darse cuenta de nada. Cuando pareció oportuno me levante y recogí la mesa, ella fue a ducharse y me dejo sola, lo quite todo y fregué los platos, mientras el silencio solo se veía roto por el ruido lejano de la ducha, y el ritmo acompasado del reloj de la cocina. Cuando todo estaba en su sitio me acerque a la puerta del baño y la golpe suavemente con los nudillos.
-Buenas noches mamá, me voy a dormir-
Su voz sonó amortiguada por el agua al caer.
-Buenas noches cielo, descansa -
Diría que camine hasta mi habitación, pero es más propio decir que me arrastre hasta está, me metí en la cama con las pocas fuerzas que me quedaban, el intento de no ser un zombi que realizaba a lo largo del día me dejaba agotada, cerré los ojos mientras las pesadillas invadían mi mente, hacía tiempo que había dejado de luchar contra ellas.
Me gire sobresaltada mientras que pronunciaba un sonoro -¿Qué?- en el cual se podía captar mi desconcierto y mi desconexión con la realidad.
-¿Qué si has hecho lo que te pedí?- sus ojos chispeaban con impaciencia, por lo que me di cuenta de que no era la primera que lo repetía.
-Si, claro. La ropa esta en la lavadora.- mi respuesta parecía la correcta, puesto que se calmo repentinamente.
-¿Ya te has acabado el ultimo libro? ¿Pero si te los compraste el sábado? ¿Cuántos han sido, tres en una semana?-
Levante la cara y la mire a los ojos -La verdad es que han sido tres en cinco días- una sonrisa picara broto en mis labios.
Movió la cabeza a ambos lados dando a entender que era un caso perdido.-Te vas a volver loca como sigas así.-
Mis ojo se iluminaron de forma automática mientras las palabras de mi madre se perdían en mis oídos, afortunadamente esta se había girado con la suficiente rapidez para no percatarse. ¿A caso no estaba loca ya? Esta idea rondaba mi cabeza de forma continua.
Me llamo Nalhué, por aquella época tenía casi dieciocho años y un perfil psicológico capaz de trastorna al más valiente de los loqueros, y lo mejor de ello, es que me siento orgullosa.
Mis trastornos y traumas son muy variados, mi madre opina que simplemente son fruto de mi imaginación desbordante, aunque yo pienso que para imaginativa ella, como ejemplo mi nombre, que significa suspiro en mapudugún. Siempre que voy aun sitio nuevo me pasa lo mismo, ¿Qué nombre es ese? ¿De dónde viene?, y tras contarle su origen toca la pregunta del millón, ¿Qué es el mapundugún? Pues bien, el magundugún es una lengua indígena de Chile, a la cual mi madre, aficionada al incienso y el auto conocimiento espiritual, considera el idioma de la esencia, es decir: un lugar extraño, una lengua desconocida, y una niña inocente marcada para el resto de sus días. Pero, aun así me encanta, porque soy rara, y parece que mi nombre lo advirtiese de antemano, y difunde mi condición de marginada social, con suficiente eficacia para que no se me acerque nadie si no es por pura obligación; pero reconozco que de esto ultimo yo tengo más culpa que mi nombre, no soy muy sociable que se diga. No soporto las fiestas y los acontecimientos sociales, en las que todo el mundo te observa con mirada crítica, mientras analizan cada uno de tus gestos y comportamientos, además de hacer un informe concreto de tu indumentaria y peinado. Puede que mi rechazazo a esta parte común de la vida adolescente se deba a mi incapacidad para dar dos pasos seguidos sin caerme, y el hecho de que siempre que soy el centro de algo, acabo tirando una mesa, un garrón, una lámpara; cualquier tipo de objeto, manchado a la persona mas importante que asista, o en los mejores casos rompiéndome algo; en pocas palabras, son una joyita.
Supongo que estas son las causas y precedentes de mi pasión por los libros, los que siempre han sido mi refugio, y el de mi maestro, mi padre, murió hace ya doce años, yo tenia seis, y desde entonces herede su colección y con esta su pasión, lo extraño a menudo, su forma de narrar historias, de darle vida a los personajes, es lo que mejor recuerdo de él. No es que lo nombremos a menudo, a mi madre, Adriana, se le cae el mundo cuando escucha su nombre, Alejandro, no es que estuviese precisamente enamorada, la verdad es que se estaban divorciando, pero el hecho de que el resultase muerte en un accidente de coche cuando se dirigía a una cita con ella y sus respectivos abogados no es que haya dejado su conciencia muy tranquila, y con ello se multiplicaron las clases para la búsqueda de la paz interior.
Cuando volví a establecer contacto con la realidad eran las ocho de la tarde y las farolas empezaban a encenderse en mi cielo particular, en mi eterna noche. Recorrí la casa con paso lento, para cerciorarme de que estaba sola, algo que en realidad era una estupidez, puesto que mi madre no salida de yoga hasta las nueve. Fui a la cocina y pensé en que haría para la cena, tal vez con una ensalada y algo de pescado salvaría el bache, así pues no le di más vueltas y me puse manos a la obra. Cuando mi progenitora hizo acto de presencia en la casa la cena estaba preparada y servida en la mesa de la cocina, yo la esperaba con el pelo mojado, el pijama puesto y un ejemplar de Veinte poemas de amor y una canción desesperada entre las manos, adoro la poesía de Pablo Neruda. Dejo su mochila junto a la puerta de la cocina, me miro de forma critica, en un intento de que mi lenguaje corporal le advirtiera de que humor me encontraba, supe al instante lo que estaba pensando, según ella el hecho de que estuviese echada sobre la encimera era a causa de que estaba alerta, que tuviese las piernas cruzadas resentimiento, y los brazos sobre el pecho que me encierro en mi misma. Deje el libro tirado junto al frigorífico, y me senté en el lugar de siempre, el más lejano a la puerta, me esforcé por sonreír y le di la bienvenida.
-Hola mamá ¿Qué tal tus clases?-
Esta frase pareció darle el valor que le faltaba, en un par de pasos elimino el espació que la separaba de la mesa y se sentó frente a mí.
-Genial, como siempre- respondió de forma automática, como si lo tuviese ensayado, me dio la sensación de que está escena se repetía todas las noches desde hacía años, no tengo muy claro si por aburrimiento o en un arranque de inspiración decidí cambiar el guión, en el cual ahora tocaba un largo silencio mientras cenábamos.
-¿Y que has hecho hoy? ¿Algún ejercicio nuevo? - sus labios se congelaron en el tenedor, mientras sus ojos verdes esmeralda miraban los míos de un marrón muy común. Me hubiese encantado heredar sus ojos, pero mi mala suerte me a impedido parecerme a ella en todas esas cosas que destaca, como su pelo rizado de un precioso rubio cobrizo, la forma fina de su cara o el color marfil de su piel. En estos pude distinguir una suplica silenciosa que le hacía su mente rogándole que mis palabras no fuesen producto de su imaginación, no es que hablásemos mucho, nuestra relación se veía reducida a lo estrictamente necesario, y mi repentino interés parecía haberla sumido en un estado de alerta. Trago con dificultad y se preparo para contestarme a un ritmo que parecía ralentizado en contraste con los nerviosos movimientos que solía realizar.
-Pues…bueno, hemos hecho lo de siempre, aunque Melisa, esa mujer que vino una vez a casa, a tenido que abandonar la clase por que se le ha montando un tendón. Y después…-
Su voz fue apagándose según entraba en detalles, y yo me arrepentía cada vez más por haber preguntado. Me encantaba la forma de ser de mi madre tanto como odiaba la mía, y no puedo evitar el ser así, tan solitaria, tan introvertida, ella en cambio es activa, tiene muchos amigos y todo el mundo la adora, es como un fuego fatuo que ilumina todo a su paso, no hay nada que pueda apagar su luz, con una excepción, mi oscuridad.
El sonido del tenedor contra el plato capto mi atención, estaba intentando pinchar ensalada en el único lugar del recipiente donde no había, mire a mi madre con la esperanza de que no se hubiese percatado, afortunadamente seguía parloteando sin darse cuenta de nada. Cuando pareció oportuno me levante y recogí la mesa, ella fue a ducharse y me dejo sola, lo quite todo y fregué los platos, mientras el silencio solo se veía roto por el ruido lejano de la ducha, y el ritmo acompasado del reloj de la cocina. Cuando todo estaba en su sitio me acerque a la puerta del baño y la golpe suavemente con los nudillos.
-Buenas noches mamá, me voy a dormir-
Su voz sonó amortiguada por el agua al caer.
-Buenas noches cielo, descansa -
Diría que camine hasta mi habitación, pero es más propio decir que me arrastre hasta está, me metí en la cama con las pocas fuerzas que me quedaban, el intento de no ser un zombi que realizaba a lo largo del día me dejaba agotada, cerré los ojos mientras las pesadillas invadían mi mente, hacía tiempo que había dejado de luchar contra ellas.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Entre Agua y Fuego.
Lo prometido es deuda así que aquí os dejo el prefació de Entre Aguya y Fuego. Espero que lo disfruteis y me digais que os parece.
PREFACIO
¿Qué es lo que más anhelas en la vida? ¿Cuáles son las cosas que te hacen estremecerte solo de pensar que dentro de poco las tendrás? ¿Con que podrías estar todo un día enganchado sin darte cuenta de que pasa el tiempo, sin que el hambre, el sueño o el cansancio puedan alcanzarte? Exacto, con los libros esos pequeños amigos que marcan nuestras vida, que quedan dentro de nuestras almas y permanecen ahí para siempre, hasta que un día una persona, un paisaje, tal vez una situación los llama de nuevo a tu memoria, y entonces los recuerdas con las misma fuerza, y emoción, puede que no con toda claridad, pero si con todo el cariño, porque un día paso a formar parte de ese grupo especial de los que son tus libros, porque ese mismo día lo abriste por primera vez, sin saber del todo lo que te ibas a encontrar, sin la menor certeza de cual seria el resultado de esa nueva relación que se iniciaba, pero aun así te sumergiste en sus paginas, te dejaste llevar por sus historias, y poco a poco, capitulo a capitulo, te fue conquistando, mientras tu emoción y tus ganas de saber iban creciendo y deseabas poder leer más rápido para avanzar en la historia y cuando veías que se estaba acabando las emociones contradictorias te embargaban, por un lado las ganas de saber como acaba, que ocurre al final y por otro el hecho de que ya no hay más, que hasta ese punto llega las vidas de personajes a los que quieres como a amigos, de los que incluso te has enamorado, con los que has compartido miles de aventuras, penas y alegrías y de los cuales no sabrás nada a partir de ese momento, cuando un punto y final cierre el ultimo capitulo. Y entonces pasa, ese punto centra tu vista y tu cierras el libro, con una sonrisa amarga en los labios y la ilusión de que el autor o autora escriba otra parte más, pero a la vez demasiado colgado de la historia para creer que todo haya surgido de la mente de alguien y para ser los suficiente racional y asumir que lo que has vivido es una combinación de la imaginación del artista que ha escrito tal obra y la tuya, capaz de crear cada detalle de forma precisa y automática.
PREFACIO
¿Qué es lo que más anhelas en la vida? ¿Cuáles son las cosas que te hacen estremecerte solo de pensar que dentro de poco las tendrás? ¿Con que podrías estar todo un día enganchado sin darte cuenta de que pasa el tiempo, sin que el hambre, el sueño o el cansancio puedan alcanzarte? Exacto, con los libros esos pequeños amigos que marcan nuestras vida, que quedan dentro de nuestras almas y permanecen ahí para siempre, hasta que un día una persona, un paisaje, tal vez una situación los llama de nuevo a tu memoria, y entonces los recuerdas con las misma fuerza, y emoción, puede que no con toda claridad, pero si con todo el cariño, porque un día paso a formar parte de ese grupo especial de los que son tus libros, porque ese mismo día lo abriste por primera vez, sin saber del todo lo que te ibas a encontrar, sin la menor certeza de cual seria el resultado de esa nueva relación que se iniciaba, pero aun así te sumergiste en sus paginas, te dejaste llevar por sus historias, y poco a poco, capitulo a capitulo, te fue conquistando, mientras tu emoción y tus ganas de saber iban creciendo y deseabas poder leer más rápido para avanzar en la historia y cuando veías que se estaba acabando las emociones contradictorias te embargaban, por un lado las ganas de saber como acaba, que ocurre al final y por otro el hecho de que ya no hay más, que hasta ese punto llega las vidas de personajes a los que quieres como a amigos, de los que incluso te has enamorado, con los que has compartido miles de aventuras, penas y alegrías y de los cuales no sabrás nada a partir de ese momento, cuando un punto y final cierre el ultimo capitulo. Y entonces pasa, ese punto centra tu vista y tu cierras el libro, con una sonrisa amarga en los labios y la ilusión de que el autor o autora escriba otra parte más, pero a la vez demasiado colgado de la historia para creer que todo haya surgido de la mente de alguien y para ser los suficiente racional y asumir que lo que has vivido es una combinación de la imaginación del artista que ha escrito tal obra y la tuya, capaz de crear cada detalle de forma precisa y automática.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)